Desencanto y tristeza

El periodismo está condicionado siempre por la realidad más inmediata y a ella debe responder. En cambio, un artículo de opinión puede ser referido justamente a ese inmediato momento o ser también una reflexión del pasado reciente o una proyección de futuro.

Para el periodista, las elecciones de hace dos semanas quedan lejanas, amortizadas informativamente. No para un analista, por muchas razones, entre ellas, acaso porque analizar más allá del día siguiente lo que sucedió es un elemento para aproximarse a lo que puede acontecer o simplemente para comprender mejor cómo es nuestra sociedad, no nuestro círculo más cercano de relaciones.

Esa reflexión no se ha hecho pública en bastantes partidos. Acaso el único que especula un poco en saber qué les pasó es Podemos (su coaligada IU, no) donde siguen preguntándose dónde está ese millón de votos, matarile. Eso manteniendo el número de escaños pero de los otros dos partidos que minoraron su representatividad, Ciudadanos y PSOE, nada se sabe a nivel de autocrítica.

En todo caso, este último tiene una dificilísima papeleta pues no puede seguir mareando la perdiz pretendiendo, como algunos dirigentes (votantes escasos) quieren, la permanencia de Rajoy con la abstención de algunos de ellos, querer que no se note mucho y luego querer ejercer oposición frente a quien habrían mantenido. ¡Y además, intentar echar la culpa a otros (Podemos) ya sería de risa y broma! El baile terminó.

Como segundo partido tiene que asumir su responsabilidad, de hacer presidente sin esconderse vía abstención (lo cual hace tres meses anuncié sería un suicidio) o liderar un proyecto de cambio y aliarse con quienes comparten el no rotundo al PP y a Rajoy. Tienen una nueva oportunidad y también todos, tanto el PSOE como Podemos deben aprender de sus errores los últimos meses, pues todos los cometieron.

Aunque me haya desviado a la actualidad y al futuro, el objeto de este artículo, decía, es reflexionar a un nivel emocional los factores que determinaron un resultado electoral que a no pocos nos ha producido desencanto y tristeza. No sólo las fuerzas del cambio suman menos que antes sino que el partido que ha gobernado y que representa el inmovilismo y, en otros aspectos, el retroceso social sigue allí, en el balcón, vitoreado.

Y hablo abiertamente de desencanto, pues mi línea, ideas e ideales desde hace muchos años y en varios medios es inequívoca y de compromiso. Y expreso tristeza porque quiero sincerar al lector algo interior sobre mi manera de reflexionar y escribir, pues hay una parte que los maestros del periodismo no comparten: evitar deslizar emociones o sentimientos pero que yo no lo rehúyo. También se escribe con corazón sin dejar la cabeza aparcada.

En este sentido, afirmo que intento como independiente, hacer un análisis objetivo de lo que estoy reflexionando, pero no puedo ni quiero ni debo prescindir (tampoco los lectores pueden hacerlo) de una parte de mi subjetividad, de lo que soy, de lo que veo, siento, de lo que llevo en mi corazón, vivo, he vivido y sueño. Por eso, hablo de emociones, estados de ánimo, de sentimientos. Por eso, aludo a la tristeza.

Y ésta, además de los resultados, tiene su base en las motivaciones que han llevado a mucho otros a hacer una opción y elección radicalmente diferente a la mía. Me cuesta entenderlo pero debe ser aceptado.

Antes de las elecciones alguien me preguntó sobre mis prioridades para elegir la papeleta. Y eran tres: 1). Ética Pública y profunda regeneración de instituciones frente a la corrupción y arbitrariedad. 2). Desarrollo democrático evitando los recortes que en derechos políticos y sociales se están produciendo. 3). Lucha efectiva contra las desigualdades que ha incrementado el gobierno actual.

A la vista de los resultados, me siento triste y decepcionado, como sucederá con bastantes lectores. No sé si seré un tipo extraño, aunque sepa que como yo piensan muchos otros. Pero ver que en estos comicios el único partido que ha incrementado sus escaños y votos es el más contrario a mis prioridades, a mis valores, me apena por ver lo que se da valor en España.

La democracia supone aceptar resultados pero no impide que pueda mostrarse la decepción al ver que un elevado número, siete millones, nada tienen en común con mis valores que considero fundamentales en la vida de nuestra sociedad.

La corrupción sistémica desde hace años ya tuvo acaso algo de reflejo en un pequeño desmarque de votantes en las pasadas en diciembre. Pero desde entonces, fueron varios los nuevos casos de corruptelas que salieron a la luz respecto los de siempre. A pesar de esto, ese partido, que de modo no aislado sino constante ha actuado como una organización de saqueo, e imputada judicialmente él mismo y numerosos dirigentes políticos en varios procesos, han sacado más votos.

Sobre el desarrollo democrático, no ha habido en 35 años tanta regresión de libertades. También de derechos humanos tanto a nivel político como particularmente de carácter social. La arbitrariedad se ha incrementado; la inseguridad jurídica ha disminuido; lo predecible de los actores públicos, ha descendido; los controles y equilibrios entre poderes, se han rebajado, los frenos al poder están gastados. Pues bien, esto que a mí me alarma mucho, millones de españoles no comparten esa preocupación. No le dan valor a ello o se han acostumbrado a que sea así. Y vuelve a salir mi tristeza.

La tercera dimensión de mi prioridad al elegir mi voto, era pedir una respuesta efectiva ante el deterioro social y el ahondamiento de una clase media que en no pocos casos pasa a ser precarizada. Los mini-empleos que maquillan una realidad y que generan una nueva categoría de “trabajadores pobres”. Los recortes en asistencia y dependencia. La política fiscal nada redistributiva sino, al contrario, favorecedora de los más adinerados y eso por no hablar de las amnistías fiscales a los defraudadores. Los que han facilitado todo esto, han obtenido más votos.

Esas tres divergencias muy intensas respecto lo que siete millones de votantes decidieron, me siguen haciendo reflexionar, el dónde estoy yo y dónde la sociedad. Y, como he dicho, no puedo evitar expresar un gran desencanto y tristeza.