La historia de esta crisis es la de la renovación del pacto entre las élites políticas y económicas que han provocado la situación odiosa en la que vivimos. En toda Europa, partidos políticos, cúpulas empresariales y una parte del liderazgo sindical se han venido esforzando para garantizar su posición de poder a costa de los intereses de las mayorías. Ellos también buscan una salida a la crisis: la de la recuperación de los negocios de la banca y del enriquecimiento de unos pocos a cambio de la destrucción de los planes de vida de la juventud, la clase trabajadora y los mayores.
En los últimos años han logrado cumplir con una parte de su agenda. Gracias al FMI sabemos que España es el país de la UE en el que más se ha incrementado la desigualdad entre ricos y pobres desde 2007. Según la OCDE, los ingresos del 10% más pobre de nuestra población ha reducido sus ingresos en un 14% cada año, mientras que el 10% más rico se ha privado en apenas un 1%. Una cuarta parte de los trabajadores no tienen acceso al mercado de trabajo, casi el 60% de los jóvenes sufren el desempleo, más del 20% de la población está bajo el umbral de la pobreza y desde 2008 se han producido más de 200.000 desahucios. Quienes trabajan, además, lo hacen en condiciones cada vez más precarias. A la disminución de los salarios se añade una tasa de temporalidad superior al 25% (y de más del 60% en el caso de los jóvenes) y la desprotección ante las reformas laborales emprendidas por los gobiernos del PP y del PSOE, protectores institucionales de los grandes empresarios y banqueros.
Pero PP y PSOE son sólo un eslabón en esta maquinaria perversa. En esta crisis, las grandes fortunas han encontrado un poderoso aliado en las instituciones europeas y el gran poder político detrás de ese proyecto: Alemania. Desde el primer rescate a Grecia en mayo de 2010, ese país ha consolidado la dominación de las élites centrales sobre los pueblos periféricos a través de sus aliados locales y de las instituciones de la UE gobernadas por los tecnócratas. Una parte de ese proceso se cerró en 2012 con la creación del Mecanismo Europeo de Estabilidad, que institucionalizó a la troika de acreedores, y la firma del Tratado para la Estabilidad, Coordinación y Gobernanza de la Unión Económica y Monetaria. Tras esa ampulosa denominación hay un pacto que condiciona la ejecución de los presupuestos nacionales a las valoraciones de “comités independientes” que podrán corregirlos en caso de que se superen los objetivos de déficit o deuda. De hecho, nuestras inversiones sociales ya están legalmente en manos de personas que no hemos elegido. Pero, además, los presupuestos deberán ser debatidos previamente en la UE, aunque sin la intervención del Parlamento Europeo, la única institución democrática del entramado institucional. Esos acuerdos no son más que la formalización de la dominación política de los países endeudados por parte de aquellos en los que residen los acreedores. Con la excusa de la deuda, la Unión Europea se ha convertido en un instrumento de Alemania para la colonización de otros países.
Desde la adopción del Tratado de Maastricht, al que Izquierda Unida se opuso con determinación, la debilidad económica de las periferias ha sido convenientemente aprovechada por Alemania y otros países centrales para el desarrollo de sus capacidades industriales. Al mismo tiempo, nuestro endeudamiento es producto del juego de la banca de esos países con nuestros ahorros. Para salir de ese laberinto, la Corte de Berlín hoy impone sus condiciones para que los virreyes locales cumplan los cometidos que la emperadora estima convenientes. Hoy, la exigencia es la de la reducción del déficit y el pago de la deuda contraída.
Mientras tanto, los niveles de deuda pública se han triplicado desde el inicio de la crisis hasta alcanzar ya casi el 100% del PIB sin que ello suponga ningún problema para Bruselas y los futuros acreedores, de los cuales no debemos esperar clemencia. Al contrario, en el futuro no encontraremos a un Banco Central Europeo dispuesto a contribuir al alivio de la deuda ni a la creación de condiciones para fortalecer las economías del Sur. Esta Europa no es una unión entre iguales, como nos dice la propaganda oficial. Ni siquiera se intenta una pantomima de federalidad. En la estructura de la Europa alemana, el Sur se especializa en endeudarse, en dar salida a los productos de los países centrales y en obedecerlos dentro de una telaraña institucional antidemocrática. Mientras tanto, las élites de los países del Norte, cortesanos de la madrastra alemana, fomentan al unísono el discurso racista de los PIGS y nos acusan de despilfarrar su dinero.
Toda esa forma de proceder ha sido posible gracias a la actuación de los lacayos locales, que con sus votos han despojado a nuestro Parlamento de su capacidad de reacción. Desde el inicio de la crisis, todas las políticas promovidas desde la Europa alemana han ido destinadas a garantizar el pago de la deuda a la banca y el negocio de las grandes fortunas. En España, el ejemplo más claro de esto es la reforma del artículo 135 de la Constitución por parte de PP y PSOE, que consagra como prioridad presupuestaria la salvación del negocio de los bancos y que la salida de la crisis debe pasar por los recortes y el ajuste salarial; es decir, por que la gente corriente vea sus condiciones de vida reducidas a la miseria.
No debemos extrañarnos si a lo largo de esta campaña el gran bipartito sigue haciendo lo único que sabe y viene haciendo desde hace décadas: criticarse mutuamente para que parezca que esto se decide entre sus dos componente. Sabemos que a través de esas escenificaciones y de ese juego de autorreferencias en los medios de comunicación sólo buscan reforzarse el uno al otro. Pero, en realidad, PP y PSOE coinciden en lo fundamental de la política europea, hasta el punto de que sus votos en el Parlamento Europeo coinciden en 3 de cada 4 votaciones. Entre 2009 y 2013 ambos partidos votaron conjuntamente a favor de los presupuestos generales de la UE y valoraron de forma positiva cuestiones como las actividades de la troika, la supervisión económica y presupuestaria de los Estados, la continuidad de la Política Agraria Común que distribuye injustamente los recursos disponibles, las negociaciones del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos, la privatización de nuestro sistema de pensiones y las actuales acciones de desestabilización contra Venezuela.
Pero más allá de la retórica emanada del bipartito, la realidad es que ya no hay espacio para el sueño europeo en el que llevamos viviendo desde hace casi tres décadas. Se volatilizó el holograma fabricado por los mismos que provocaron esta estafa, esta gigantesca trampa que primero nos despojó de las armas productivas y luego nos dejó ir a una emboscada financiera. Está cada vez más claro para los países periféricos que ya no hay salida en esta arquitectura centrípeta. Fuimos sometidos a un test de choque, nos deshicimos de la industria, liquidamos nuestra agricultura, limitamos nuestra pesca y nos alimentamos de los fondos de cohesión y del endeudamiento exterior para construir infraestructuras en el medio de una orgía de ladrillo.
Frente a esa historia, es tiempo de recomponer el relato de quienes estamos dispuestos y dispuestas a librar y ganar una batalla de liberación popular contra esas élites, contra la Europa alemana. Ello pasa primero por señalar al verdadero culpable: la Europa de los mercaderes y el capital, al servicio del cual trabaja el bipartito español. La deriva de esa Europa y sobre todo el papel que se nos impone choca frontalmente con los intereses de la clase trabajadora española.
Pero, además, es tiempo de asumir que estamos en un momento de excepcionalidad histórica que no va a durar para siempre. La ventana de oportunidades se puede cerrar y quizás tardemos décadas en vivir una posibilidad de transformación social como esta. En este sentido, la juventud –principal sujeto político afectado por el recrudecimiento de las medidas de austeridad y la destrucción de derechos sociales y laborales– debe asumir la tarea de seguir construyendo las luchas sociales en las calles. Al mismo tiempo, las fuerzas políticas transformadoras, agrupadas en la Izquierda Plural, están en disposición de dar un golpe mortal al bipartito y a la troika en el ciclo electoral que se abre el 25 de mayo y que seguirá con las elecciones autonómicas y generales.
El éxito está al alcance de nuestra mano. Quienes integramos la candidatura de la Izquierda Plural no fallaremos si no olvidamos que somos pueblo y que en Bruselas trabajaremos para el pueblo, y sólo para el pueblo. Vacilar es perdernos.