Esta Barbie escribió un texto con spoilers
Me la pasé llorando durante la función de Barbie, la nueva película de Greta Gerwig. O más bien, cada vez que no me estaba riendo estaba llorando. No es que eso diga nada sobre nada, más que sobre mí (yo lloro con las publicidades, lloro en cualquier momento, aunque siempre, absolutamente siempre, es en serio) pero no lo esperaba, y me quedé pensando en por qué, qué fibra me tocó. No termino de tenerlo claro, pero me aparecen algunas intuiciones, y creo que más allá de, otra vez, lo que digan sobre mí, me conducen al que yo pienso que es el corazón de la película, de su verdad y de sus límites.
Emily Nussbaum, la crítica de cine de The New Yorker, y una de mis autoras favoritas de esta época, tuiteó que le parecía que la decisión más brillante de Barbie era haber dejado el deseo sexual y la reproducción por fuera de su debate sobre el patriarcado y la misoginia. En la realidad, dice Nussbaum, no pueden separarse, pero el ejercicio analítico de quitar esa dimensión le da a la película la posibilidad de explorar el asunto desde un lugar abstracto y fresco. No lo había pensado, y tiene razón, en un sentido. Barbie y Ken, en la película, como en la realidad del plástico, no tienen genitales, y eso hace que las relaciones de poder que mantienen en Barbieland no sean solo una inversión de las relaciones que mantienen varones y mujeres en el heteropatriarcado del mundo real de Barbie. Son radicalmente distintas.
Barbie y Ken, a diferencia de los varones y mujeres de la vida real, no se necesitan para nada, fundamentalmente porque no pueden precisar las gametas del otro para continuar su presencia genética en su mundo, y porque tampoco parecen poder desearse por placer o por amor. Excepto por el hecho de que sí, y no sé si Nussbaum se olvidó de esta parte o sencillamente le pareció poco importante: Barbie no desea a Ken, pero Ken sí desea a Barbie.
La narradora de Helen Mirren lo dice explícitamente: Barbie siempre tiene un gran día. Ken, en cambio, solo tiene un gran día cuando Barbie lo mira. La frase es un comentario bastante explícito sobre eso que la crítica cultural norteamericana llama la male gaze, la mirada masculina, que en cine refiere, para ser breve y rápida, al modo en que aprendemos a mirar a las mujeres como las miran los hombres y sólo como las miran los hombres. Aprendemos a verlas bellas, feas, buenas o malas según los deseos del protagonista cuyos ojos están replicados, a su vez, en la mirada del director.
Pero efectivamente, tal y como ilumina el texto de la película de Gerwig, la cuestión de la male gaze es más que un asunto de narrativa cinematográfica: Ken solo es feliz cuando Barbie lo está mirando. En el mundo desexualizado de Barbieland, esa obsesión tonta solo es una muestra más de la estupidez y la falta de personalidad de Ken. En el mundo real, en cambio, es mucho más difícil distinguir esa disposición a escuchar en silencio a un muchacho haciendo comentarios sobre El padrino mucho más genéricos que los que una misma tiene la sensibilidad y la inteligencia para hacer del deseo real, del amor real, lo que sea que sean esas cosas; me atrevo a afirmar, quizás, que en la primera persona de una chica heterosexual son muy pocos los momentos de la vida en que logramos distinguir entre las ganas de querer y las ganas de que nos miren.
Dicho de otro modo: si entendemos que el comentario sobre qué significa ser una chica está más puesto en la figura de Ken que en la de Barbie, la profundidad de la película queda mucho más evidenciada, y su precisión también. A eso supongo que le debo gran parte de mis lágrimas, las del día de la función y las demás también. Todos los chistes sobre los varones y el modo en que los atendemos para que nos presten atención son graciosísimos, pero son tristísimos también, porque para salir de ahí tendríamos que desenredar lo que no se desenreda. Poder ser como Barbie, y extirparnos el deseo, que -tiene razón la película de Greta- está ligado mucho más a la conciencia de la finitud que a una realidad contingente y en vías de extinción como el patriarcado.
Me pregunto, ya que hablamos de la muerte y el deseo, cómo se relaciona esta trama casi subterránea sobre el deseo de Ken de que Barbie lo mire con una de las tramas principales de la película, en cambio, el deseo de Barbie de convertirse en humana. ¿Sabe Barbie, justamente, que ser humana es que te importe que otros te miren, que el único ser que puede realizar la fantasía neoliberal de la autonomía absoluta es una muñeca sin terminaciones nerviosas? No me queda del todo claro.
Me gusta cuando Ruth Handler, la versión ficcional de la creadora de Barbie, le dice que los seres humanos inventamos cosas como las Barbies y el patriarcado porque sabemos que nos vamos a morir. Cuando dije que la película de Greta sabía que el deseo estaba más cerca de la muerte que de cualquier otra cosa me refería a ese texto. Supongo que le podría haber agregado, Ruth, algo sobre que ese capricho estúpido de Ken de querer tenerte cerca y que le prestes aunque sea una migaja de atención esta más cerca, también, de las ganas de producir arte, de escribir teoría, de hacer revoluciones o países o casas, de construir y de destruir, de lo que a una le gustaría.