La política siempre es esclava del reloj
La decisión de pedir la entrada de España en la OTAN se produjo 48 horas después del golpe de Estado del 23-F, en el propio discurso de investidura de Calvo-Sotelo. Puede trazarse una línea que conecte ambos sucesos, más allá de la idea genérica y vaga de la UCD de hacerlo, ya que don Leopoldo estaba convencido del efecto democratizador que tendría sobre un Ejército entonces sí franquista, que no había sido purgado, su trabajo y roce con los ejércitos de las democracias occidentales. Cualquiera que haya seguido la trayectoria de las Fuerzas Armadas hasta nuestros días sabe que el aserto se cumplió. La joven oficialidad, estimulada por la pertenencia a una alianza como la OTAN, empezó a producir mandos con un sentido democrático de la defensa, conocedores de lenguas, con inquietudes universitarias y cambió para siempre la faz del viejo ejército franquista de ocupación del territorio nacional.
Tal premisa le había sido sugerida a Calvo-Sotelo por el canciller alemán, el socialdemócrata Helmut Schmidt, ya que consideraba que iba a ser la única forma de circunvalar la resistencia francesa a nuestra entrada a la Unión Europea (entonces CE). Así que en el pack de entrada en el bloque de las democracias occidentales entraban ambas cosas y así sucedió, Francia acabó por ceder. Recuerdo todo esto porque acabo de oír a una ministra, Ione Belarra, afirmar que la Alianza Atlántica y la cumbre que de sus miembros acogeremos se debe a “imposiciones externas que no responden a los intereses de la gente de este país” y yo defiendo que sí, que los intereses de España eran muy fuertes, tanto que hicieron virar a un gobierno socialista de sus posturas férreas. Sucede que las cosas no vienen solas. Sucede que me parece que el discurso del no a la OTAN esgrimido estos días a base de ausencias, otro caso más de falta de lealtad al órgano colegiado al que pertenecen, se ha quedado antiguo, desfasado, mohoso.
Por no ir a la historia del referéndum, les recomiendo el mejor libro escrito sobre aquello, que es de Consuelo del Val. Ahí verán como las fintas de la política española no eran tan diferentes de las de ahora y cómo al convertirlo Felipe González en una cuestión casi plebiscitaria -o sale que sí o yo dimito y que lo gestione otro- se produjeron increíbles posturas en los partidos: desde los más pro-OTAN de Coalición Popular que pidió la abstención o el PNV y CiU, dando libertad de voto, hasta la curiosa mezcla de anti otanistas que incluía a la izquierda más radical, a la Iglesia y a los sindicatos.
A lo que voy cuando hablo de discurso desfasado es al hecho comprobable de que de los diez males para nuestro país que las fuerzas anti OTAN auguraban en su decálogo para pedir el no, ninguno de ellos se ha cumplido. La permanencia dentro de la alianza no ha llevado a la nuclearización de España; no es una opción anacrónica, o pregúntenselo a los fineses; no ha obligado a ninguna carrera armamentística ni ha aumentado la “militarización” de la economía española, no hay más que ver la baja inversión que mantenemos. Tampoco se ha cumplido que “atente contra la soberanía nacional” y menos ahora que la hemos cedido en parte al entrar en la UE, ni ha impedido la “solidaridad española con los países iberoamericanos” y, por supuesto, no ha obligado a España a “mantener posturas contra los países árabes”. Como últimos puntos del argumentario anti OTAN de la izquierda figuraban que “impediría la profundización en la democracia española” y que la retirada de la OTAN era una “necesidad” de interés nacional. Ya ven lo mal que ha envejecido el argumentario.
Lo cierto es que varias cosas sucedieron al revés. Como los hechos están sobre la mesa, no alcanzo a entender esa postura antigua y desfasada, que ni siquiera otros grupos de la misma familia ideológica mantienen de una forma tan abrupta. Durante la campaña electoral francesa, los tres candidatos que propugnan la salida de Francia de la OTAN -Mélenchon, Le Pen y el comunista Roussel- dejaron claro que aparcaban tal cuestión al menos hasta que acabara el conflicto en Ucrania. Así que ahora que el pragmatismo ha alcanzado a todos, neutrales incluidos, ¿qué es lo que lleva a ministros de un gobierno que organiza la cumbre atlántica a querer presentarse como activistas de los años 80?
Debe ser esa alergia radical de cierta parte de la izquierda a las cuestiones que tienen que ver con los pilares de seguridad y defensa. Los que se dicen amantes de la paz, como si todos los demás estuviéramos deseando entrar en algún tipo de guerra. A mi modo de ver, ese desfase, esa desafección absoluta, esos ataques directos e indirectos al ejército de todos o a las policías de todos, sólo contribuyen a alejar peligrosamente a parte de los miembros de estos imprescindibles órganos de coerción del estado de las posturas políticas que ellos propugnan. Dicho más sencillo: no hay nada mejor para echar en brazos de la ultraderecha a militares y policías -algo que había llegado a ser cosa del pasado- que despreciarles, maltratarles y humillarles desde las posturas de izquierda y no entender ni la necesidad de su trabajo ni su esfuerzo y profesionalidad al llevarlo a cabo.
Luego están las excepciones que pueden desgraciadamente estar creciendo. El capitán que hace de su capa un sayo y rescinde los permisos y obliga a su tropa a ir con él al Valle de los Caídos a bendecir un banderín. Ya le ha caído un puro, como a los miembros de la BRIPAC que hicieron un saludo fascista en Paracuellos del Jarama. El propio Centro Internacional Contraterrorismo, que ha hecho un estudio sobre la existencia de elementos de ultra derecha en los ejércitos de Alemania, Reino Unido, Austria, Suiza, Francia, Bélgica, Italia, Grecia, Holanda, Estados Unidos y Canada, reconoce que la etiología de los incidentes recogidos “es muy diferente” y sitúa a Alemania y Estados Unidos como los más afectados. Lo mismo sucede con sus policías. Y es que, al final, un ejército es un reflejo bastante fiel de una sociedad.
En un incidente de este tipo, como en la decena de los identificados en España, la mayoría entre retirados, lo más decisivo es que se aplique la legislación de forma implacable y realizar un análisis de la captación real de afectos por parte de la ultraderecha en estos cuerpos que nos sirven a todos. Lo que no sería ni de recibo ni útil es seguir extendiendo la sombra de la sospecha sobre todos los funcionarios que con mucho sacrificio y poca remuneración sirven al interés general -y a los que tanto aplaudimos cuando van a auxiliar a un terremoto o a un volcán o a repartir ayuda o a hacer de fuerza de interposición para lograr la paz- y que desearían un reconocimiento social, que yo creo que tienen en gran manera, pero también de los líderes de los partidos del estado democrático al que sirven.
El ejército español ya no es franquista hace mucho tiempo. Si en el ejército aparecen grupúsculos de ultraderecha -como en la judicatura o la abogacía del Estado o la Universidad- es debido a un fenómeno actual y diferente que atañe también a otros muchos sectores sociales y a casi todas las democracias occidentales. Gran servicio harían los líderes de la izquierda a la izquierda de la izquierda en comprender esto, porque sería el primer paso para asegurar que el Ejército es el ejército de todos, también el de los ciudadanos de ese espectro político. Estoy segura de que lo del capitán del Valle de los Caídos le ha dado mucho asco y mucho cabreo a la mayor parte de los militares españoles que son leales a sus juramentos constitucionales, a sus ordenanzas y a su sentido del deber.
Pero siempre habrá desfasados natos para decirme lo contrario.