Despedirse de quien te ha hecho reír
Dijo Chandler Bing, siguiendo aquellos guiones inmaculados, que él no era bueno dando consejos, pero podía servir en bandeja un comentario sarcástico. También dijo que hacía bromas en situaciones en las que se sentía incómodo, porque el humor era su mecanismo de defensa. Muchísimas personas llevan horas lamentando la muerte de un actor lejanísimo de Hollywood porque durante muchos años ese personaje que ensanchó el humor, Chandler Bing, fue del todo menos lejano: les acompañó e incluso les salvó.
Salvar. Menudo verbo. Creo que es una exageración lo de presentar al humor o a la comedia como algo redentor con túnica y corona. Al humor no se le puede otorgar esa cualidad siempre beatífica porque del peso terminaría rompiéndose. El humor no tiene por qué ser terapéutico. A veces es una simple tontería maquinada para perforar el ciclo de noticias terribles. A veces simplemente te hace sentir bien, pasar un buen rato. Qué más pedirle ya. Otras veces te produce un leve cosquilleo en el cerebro, como si algo ahí dentro se estuviese calmando. Y otras, las que menos, te levanta del suelo.
Pienso que la comedia ha de volverse necesariamente mejor cuando las noticias que la rodean son peores. Igual que el refugio del humor se vuelve a menudo más grande cuando peor estás. Porque el deseo de recuperación alimenta la comedia. Satirizando las sacudidas vitales, de algún modo, dejas de estar subordinado a ellas. No las dominas, pero te dominan menos. O eso piensas.
Probablemente la comedia sea la forma más rápida, aguda y eficaz de señalar y presentar el mundo. De ahí su eficacia. Y por eso si en una novela, película o serie se presenta un mundo donde nadie hace bromas, donde ni siquiera hay un comentario sarcástico, un pequeño juego de palabras o un desliz cómico, el resultado es ridículo. No es casual que las líneas más citadas en Internet sean las de los Monty Python, que muchas de las primeras incursiones literarias –y emocionales– sean a través de los comics, que series como The Office o Friends sean reproducidas una y otra vez –especialmente en momentos de zozobra como lo fue el confinamiento–, o que Chandler Bing haya trascendido la efimeridad de un simple personaje de ficción.
El mérito de Matthew Perry, en este sentido, fue enorme porque, a diferencia del drama, uno de los grandes inconvenientes de la comedia es que tiene una horrible habilidad para envejecer. Es el género que mayor dependencia tiene de su contexto y del tiempo que lo retuerce. Y, además, la comedia funciona mejor cuando es inesperada, es decir, cuando se experimenta por primera vez. Seguir considerando un producto hilarante en su segunda o tercera consumición está al alcance de muy pocos. Sí está al alcance del eterno Chandler Bing. Es decir, de Matthew Perry.
Escribe mi compañero Noel Ceballos que “es muy difícil explicar el dolor que sentimos cuando muere alguien gracioso”. Creo que esto ocurre, en realidad, con cualquier tipo de duelo. Quien te ha hecho reír tiene, requiere, pide una despedida más difícil. Aunque quien te ha hecho reír supongo que nunca se va del todo.
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