Desprotegidos frente a la ofensiva ultra

La pandemia de coronavirus ha sacado a la luz todos los fallos estructurales de España y en su máxima intensidad. Desde el débil soporte de una economía entregada básicamente al turismo y al ladrillo, a la impunidad absoluta del fascismo-franquismo y cuanto abarca en medio. Sin duda hay bases positivas y gente estupenda en nuestro país, pero esos cimientos podridos nos lastran una y otra vez. Ahora mismo, la sociedad decente sufre el ataque de esos poderes egoístas y ultraconservadores que forman el peculiar sector facha español que viene a ser un fascismo cutre con olor a Chanel y ajo y de una cortedad mental notoria. Ese sector ha encontrado sus más acertados prototipos en Isabel Díaz Ayuso y Pablo Casado, dos seres absolutamente desaprensivos, por el tiempo que sus mentores los quieran seguir exponiendo.

Sufrimos un ataque de este fascio a la vez que una pandemia que se ha llevado ya a más de 27.500 personas, la mayoría de las cuales ha tenido que morir sola –con la única asistencia de unos sanitarios desesperados– por el colapso del sistema que la avidez por el dinero de los gobiernos del PP diezmaron. Miles de contagiados, de enfermos, con graves secuelas, más de 11.000 internados en UCI, una crisis económica que el gobierno progresista intenta aminorar con el escudo social, y esta gente acribilla de la mañana a la noche, a través de sus infectos medios de propaganda sin un gramo de dignidad.

Un ataque a la convivencia del calibre del que estamos sufriendo es un síntoma inequívoco de fallos en el Estado de Derecho. Porque en absoluto se trata de críticas a la gestión del Gobierno, sino del deliberado objetivo de tumbarlo. El Ejecutivo lo está haciendo tan bien o mejor que la mayoría. Los que destacan en el mundo por sus errores son los correligionarios de los ultras españoles: Trump y Bolsonaro. Los que priorizan lo que llaman “la economía” a la salud de las personas. Hemos tenido que oír estos días a Ayuso y a Casado exigiendo abrir la actividad y convivir con el coronavirus. Convivir y conmorir, que todos los días siguen falleciendo personas en toda España, y en su Madrid en particular, mientras ellos se hacen fotos y no cesan de soltar su cadena de insidias.

Es de tal desmesura e irracionalidad lo que dicen Casado y Ayuso y buena parte de sus correligionarios ultras que cualquier persona con una mínima perspicacia constata que mienten, pero ahí nos encontramos con otro problema estructural: los estragos que una educación peculiar, la desinformación y la impunidad han causado en ciertos sectores de la población.

El periodismo del espectáculo ha encontrado un filón en los pijos fachas del barrio de Salamanca. Un número insignificante de seres, comparativamente, que están gozando de una promoción mediática espectacular. La que venía cosechando la ultraderecha y algo más. Los afines ideológicamente, los que participan del proyecto de derribar el Gobierno de Sánchez o la coalición al menos, han visto un rayo de esperanza que alivie sus devastadas cuentas por la falta de publicidad y su mal hacer. Hoy toda la caverna anda con el mismo mensaje: la policía actúa para frenar las protestas contra Sánchez. Los rebeldes del barrio de Salamanca. La revolución de las cacerolas. Mientras media España se burla de los cayetanos, los adictos lo tragan. Si elementos tan descabezados como esta mujer, envuelta en fascismo, se han convencido de que esto es una dictadura y se están matando a miles de personas, denle al menos rigor legal máximo para que compare. Y cierren el grifo de las subvenciones a los medios de la desinformación, no hace falta mucho más.

Interior ha detenido a más de 8.000 personas e incoado expediente de sanción a casi un millón por vulnerar el Estado de Alarma. Es desorbitado, pero qué menos en este caso, que aplicar como escarmiento trabajos de Servicio a la Sociedad y que los infractores limpiaran, por ejemplo, letrinas y a los enfermos como hacen el personal sanitario a quienes quieren privar del aplauso que les seguimos dedicando los ciudadanos agradecidos.

Díaz Ayuso tuvo el valor de enardecer a estas turbas y de amenazar al gobierno: “Esperen a que la gente salga a la calle, porque lo de Núñez de Balboa les va a parecer una broma”, dijo. Como su asesor Santiago Abascal que así se presentó en la Asamblea de Madrid. Ayuso desde el pedestal de su incompresible soberbia en alguien tan nefasto en cuanto dice, hace y toca. Qué casualidad, el negocio de alquiler de apartamentos del casero de Ayuso tiene matriz holandesa y recibió créditos millonarios del Gobierno del PP de Rajoy. Ayuso, pese a la brutal pérdida de votos del PP, llegó a ser presidenta porque probablemente era la candidata idónea para dar la cara en el Régimen de Madrid, del que participan muchos y desde hace muchos años. De ahí que hoy se mantenga en el cargo contra toda lógica tras la cantidad de barbaridades que ha cometido. Desde Madrid el PP y todo el clan rivalizan con el gobierno progresista de España.

Pero todo esto es mucho más que una oposición legítima, con sus legítimas discrepancias, ni mucho menos libertad de expresión, es un ataque organizado que ahoga a una sociedad atribulada a la que no hay derecho a cargarle además con esta angustia fruto de la impotencia. Ha de tener el Estado de Derecho mecanismos para protegernos. Miren la que le montaron a Catalunya por votar civilizadamente en las urnas. La desestabilización que está promoviendo la derecha ultra española es mucho más grave. Esto sí atenta a los cimientos del Estado, porque sabe –y es lo terrible– lo podridos que están algunos. Si no fuera así no estaría ocurriendo.

Actúen. Es un martilleo constante e insoportable mientras seguimos viendo las listas de muertos y contagiados. A la derecha española no les importan. Son daños colaterales. A los cayetanos en sí, menos; no tienen ni cerebro, ni empatía. Y a las élites pues deduzcan de lo dicho por la patronal de Valladolid: lamentan que se retrase la desescalada por tener en cuenta las víctimas en residencias, a las que tacha de “colectivo no productivo”. A toda esta gente habría que exponerles los primeros a las consecuencias de sus consejos, y en todo caso como entrenamiento a limpiar letrinas hospitalarias.

Todo el peso de la Ley. Las medidas restrictivas del gobierno van destinadas a proteger nuestra salud. Claro que habrá que abrir la economía, pero, mejor, con garantías. Sin que la precipitación pudiera causar víctimas hasta en el turismo por ejemplo y hundir el sector por completo. Es casi lo único que modelaron como base productiva de todo un país las políticas neoliberales. Esa debilidad es la causa principal de la mayor incidencia de la crisis en España.

Hay que aplicar el Estado de Derecho. Les están acusando encima, de lo que no hacen. Como venía a decir el periodista Javier Valenzuela, ellos usan bates y zancadillas, veneno añado; y el Gobierno demócrata anda dándole a la pelota de tenis con guante blanco.