Nos están destrozando la vida

12 de noviembre de 2024 22:19 h

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Nos están destrozando la vida porque hasta ahora se ha sustentado en una democracia más o menos imperfecta en la que existen la justicia, los derechos a la salud, la educación o la información, un salario, coberturas para ciertas contingencias, una jubilación… El camino a los fascismos a través de mentiras que les allanan el tránsito nos lleva a carecer de la mayoría de todo eso que eran derechos adquiridos.  

Ya no es hora de seguir comentando las causas que nos han traído hasta aquí, es la de constatar que, suprimidas todas las barreras, los fascismos -y cuanto conllevan- entran en plancha sin problemas invadiendo y envenenando a la sociedad. Si fuera un barco, veríamos el boquete en el casco y habría que ponerse en masa a achicar agua. Ahora no se está haciendo nada. Y es demasiado arriesgado esperar al naufragio total y que paguen las consecuencias un número suficiente de víctimas como para que salte todo por los aires y se desencadene alguna reacción.

La metáfora del agua se alza quizás porque lo sucedido en Valencia reúne varios factores que explican el fenómeno. Lamentablemente. El gobierno de Carlos Mazón es el prototipo del PP. Ocupado en asuntos que poco tienen que ver con el bienestar de la ciudadanía, ni planifica, ni prevé lo realmente importante. Parece desconocer hasta la tierra en donde habitan y reinan. Desatada la catástrofe, todo son mentiras y nuevas imprevisiones. Es el genuino PP llegado al culmen de la torpeza cuando el presidente en las horas decisivas anda desaparecido en festejos y no hay nadie en su equipo competente o capaz de tomar decisiones. Horas fatídicas, en las que el agua segó muchas vidas a las que sorprendió desprevenidas. No se puede errar más. Es el sello de la Casa que ya conocemos en tragedias anteriores y que nunca les pasa una factura lo suficientemente alta como para que cambien. Y mira que las ha habido descomunales.

Pero ahora todo está sucediendo ante los ojos de los valencianos, de todos los españoles, del mundo. Y es sobrecogedor ver el dolor de las pérdidas, seres queridos, casas y negocios, coches, enseres, recuerdos, de cuanto tenían. Y lo vemos todos. Y tienen la desvergüenza de asegurar que no es cierto lo que ven nuestros ojos, que no sucedió como sí sucedió. Y salen decenas de miles de personas a protestar pidiendo la dimisión de Carlos Mazón y nos cuentan voceros diversos -una vez más en servicios espurios- que la culpa se reparte: la falsa equidistancia se pone al lado del agresor, del causante del daño mayor. Qué desvergüenza, nos faltan palabras que expulsen tanta indignación.

No ha faltado más que la comparecencia de Feijóo en el fácil escenario de cadena y presentadora amigas de Antena 3 abofeteando de nuevo a la sociedad ya por sí dolorida. Señalar como único responsable de la DANA a Sánchez y afirmar: “tenemos un Gobierno fallido” resume el espíritu de su sarta de improperios. El presidente del PP ha vuelto a disparar con una metralleta de mentiras a su contrincante como hizo en el “Debate” de Antena 3 que le costó las elecciones. Ahora su enemiga es la sociedad española, millones de personas que conocen la realidad de los hechos. A ver qué pesca, aun así. Ata su destino al de Mazón. Quizás porque temen perder la Comunidad Valenciana y confían en sus fieles incombustibles o porque se sienten respaldado por los nuevos tiempos que auguran el destrozo completo de la democracia.

Tenemos a un partido político característico de la peor derecha española, corrupto y mentiroso, ante una descomunal tragedia. Empeñado en escabullir su responsabilidad por los procedimientos habituales y con los cómplices mediáticos habituales a los que subvenciona generosamente con nuestros impuestos al amparo de diversos eufemismos administrativos. Pero faltaba la ultraderecha oficial, fascistas y nazis acoplados. Y era su gran oportunidad para aplicar la Doctrina del shock de la que hablamos. Cuando las personas están noqueadas por el dolor y la sorpresa se abren a las explicaciones más peregrinas.

Te das la vuelta un momento intentando informarte con rigor y ya se han desparramado una cuadrilla de esgarramantas y pelagatos de la peor especie pervirtiendo los fundamentos más elementales del periodismo que sin duda no es el oficio que practican. Con unos bulos mayúsculos que, al parecer, se están comiendo multitud de seres. Con patrocinadores. Porque se apuntan a la marcha desde un cantante en declive, a un tenista desbordado por el éxito y con nula formación democrática, al único Académico de la Lengua condenado por plagio, antiguo reportero precursor del sensacionalismo, que promociona su último libro.

Otra tendencia creciente -hasta de periodistas, poco afectos a la democracia o viviendo en el limbo- es la de cargar culpas a “la política” en general. La política es la que tiene el presupuesto, los medios y los distribuye. No son todos iguales. Y sin política llega el fascismo, que no es política, sino un movimiento dirigido a destruirla a cambio de otra cosa que muchos no son capaces de ver. Igual los agricultores españoles jaleados por Vox entienden lo que es Trump dentro de poco.

 Así se tumba la democracia y se alza el fascismo. Es verdaderamente tenebroso aprovechar una tragedia como la de Valencia para sacar beneficio político por encima de más de 200 muertos, pero el PP lo ha convertido en costumbre. Terrible que la ultraderecha se lance contra una sociedad dolida para darle a cambio mentiras, anticipo de dolores futuros. Repugnante leer y oír barbaridades de quienes no descansan en sus objetivos desestabilizadores permanentes. Ver cómo intentan minar la credibilidad de la ciencia, de AEMET, ¡hasta de Cáritas! Vuelta a la selva para caer en sus brazos. Hace falta una seguridad absoluta en sus hooligans para que estos días, con lo ocurrido en Valencia, salgan a despotricar contra la dictadura del cambio climático que resta libertad, Aznar y Abascal, este en un programa en prime time de máxima audiencia de Antena 3.

Vergonzoso, dicho en un punto y aparte, que las agresiones del domingo en Paiporta, se hayan dejado pasar como tantas otras veces. Muy grave. “Lanzar barro al rey Felipe no deja mancha”, titulaba el Financial Times. Ni, por lo que vemos, herir en la cabeza al guardaespaldas de la reina. Ni intentar golpear en la espalda con una barra al presidente del Gobierno y leer que solo han podido llegar hasta la espalda sus presuntos instigadores. Mancha deja, en la democracia. Lo que no deja es huella en España. Porque esas agresiones no eran de ciudadanos molestos, que sí increparon a las autoridades verbalmente. Era ultraderecha. Y jaleada desde medios clásicos como el ABC. Que todavía la llamada de Juan Manuel de Prada a ahorcar y descuartizar al gobierno, la víspera de la visita a Paiporta de las autoridades, no haya tenido la mínima respuesta dice el momento que vivimos.

Marcelino Madrigal, experto en redes, se está dejando la piel buscando el rastro de los ultras en Valencia desde el primer día, sus convocatorias, amenazas, comentarios tras las acciones. Hay decenas de referencias, que no se haga nada es muy preocupante.

La Fiscalía. Pedíamos que actuase en este caso. Pero la tenemos maniatada, con todos los trámites secretos inherentes al cargo al descubierto, poniendo en peligro hasta la Seguridad del Estado como denuncia la Asociación de Fiscales Progresistas porque era de la máxima urgencia para el juez del Supremo dejar al Fiscal General incluso sin abogado durante 11 horas de registro, para que el denunciante, el novio de Ayuso sepa quién envió unos emails a los medios desmintiendo el bulo del director general de su pareja: la presidenta de Madrid.

El barco hace aguas. Y no es un Estado fallido como gusta ahora decir a la antipolítica. Es uno al que le quieren dar un radical cambiazo antidemocrático. Pero si algo demuestra Valencia también es el gran número de personas dispuestas a arrimar el hombro para salir de las dificultades. El gobierno ha de tomar medidas y resoluciones valientes. Es mucho esperar que la ciudadanía reaccione y apague el veneno que le surten los medios. Llevo años pidiéndolo sin éxito: cada vez tienen más adeptos. Tal vez, hacerles saber a los engullidores de bulos que su imbecilidad llega a costar vidas incluso, en esa cadena que tapa responsabilidades. Que sepan que están otorgando su aval para que vuelvan a producirse. ¿Vds. creen que si se hubiera encausado a los responsables de anteriores catástrofes en las que el PP tuvo un papel principal y mintió para eludirlas, se hubieran repetido tantas veces? La lista es larga y abultada. Lo trágico es el doble o triple rasero de la justicia. Eso, además.

Se precisan medidas drásticas. Y se entiende con echar un vistazo a lo que está ocurriendo en Estados Unidos, a los nombramientos inequívocos que ya anticipa Trump para su gobierno; a lo que pasa en otros lugares del mundo, en el golpe que las derechas intentan en España desde hace tiempo.

Algo falla si se usa la libertad de la democracia para dejarla sin defensa a los pies de los caballos y así está. En el remedo de periodismo que sufrimos nos alertan a diario --para el clickbait - de productos alimenticios podridos, tóxicos o con medicamentos alterados en sus principios que son potencialmente dañinos, incluso mortales. De entrada y como primer paso, en una situación de emergencia democrática como esta se necesitaría hacer lo mismo y con el mismo fundamento: ilegalizar formaciones extremas proclives a la violencia y suspender licencias a medios de intoxicación manifiesta, retirarlos del mercado. Porque dañan la salud democrática sin duda, pero también la de las personas algo que se ve a poco se aten cabos de hechos y consecuencias. Hasta ahora no se ha hecho. Madrid otorgó a Ayuso mayoría absoluta después de que su gestión en la pandemia aumentara la mortalidad en un 25% como ratifica ahora un informe científico de expertos máximos y de su hazaña en los geriátricos.

Da la sensación de que los valencianos que han perdido vidas y haciendas no parecen muy dispuestos a que el presidente Mazón les siga contando mentiras. Ni a escuchar los medios al servicio del PP y de Vox. Duro es aprenderlo con tanto dolor. Pero el mareo insistente del ruido puede seguir penetrando y darles alguna baza. Peligra la democracia y con ella la integridad de muchas personas. Apenas hay tiempo ya. Apenas, pero aún queda todavía. Y no subestimen la magnitud de la indignación que están sembrando.