Se preguntan en una de las más presentables tertulias radiofónicas por qué el Gobierno no rentabiliza la buena labor que ha hecho en circunstancias tan difíciles como la pandemia o la guerra. Coinciden que la elevación de los precios –la inflación, desatada por la guerra y las energéticas– es causa clave en este momento. Pero uno de los participantes señala que al gobierno de Sánchez le perjudica el único ministerio que hace ruido: el de Igualdad. Ruido, es decir que trabaja y sus decisiones provocan polémica, traduzco. Luisa, una mujer de 48 años residente en Tomelloso, Ciudad Real, acababa de ser asesinada por su pareja, a cuchilladas múltiples, en el restaurante donde estaba empleada. Son hechos frecuentes pero molesta al machismo en general buscar la igualdad y proteger con leyes a las mujeres y electoralmente no conviene hacer ese tipo de ruido, parece ser.
Ha surgido una nueva “degeneración de la democracia”. Como tal la definió el historiador Polibio 200 años antes de la Era cristiana. La llamó Oclocracia, el gobierno de la muchedumbre, el poder de la turba. Las turbas actuales ni siquiera son aún mayoritarias, sino masas instruidas por creadores de opinión que se basan en el ruido y pululan por las redes y sus amplificaciones mediáticas. Ese ruido sí funciona, ruido útil para los fines. Cada vez lo que creen o imaginan es más tenido en cuenta. Manda la opinión publicada, no la opinión pública, no la sociedad informada. Desde hace tiempo los políticos populistas, populistas de verdad, se mueven por encuestas que a la vez son generadas en manipulación por sus medios. Y por el lado que respira el griterío.
Hemos visto cómo The New York Times la semana pasada recomendaba a Biden no seguir invirtiendo dinero del contribuyente en la guerra de Ucrania porque la inflación consecuente –también– le perjudica electoralmente y ya se está cuestionando en el Congreso qué es lo que importa más. Convinieron que “la inflación es un problema que perjudica mucho más a los votantes estadounidenses”. La contestación sigue en otra columna que publica este viernes, muy documentada, cuya tesis es que empezó Putin esta fase “pero Estados Unidos ha ayudado a convertir este conflicto trágico, local y ambiguo en una potencial conflagración mundial”. Biden, sin embargo, sigue en sus trece. Veremos hasta cuándo en este clima local.
Lo que está claro es que se avecina un empobrecimiento y que el capitalismo –como veíamos esta misma semana– teme los gastos que la mayor longevidad acarrea en sanidad, pensiones o dependencia. Jubilados y pensiones. Otro caballo de batalla del neoliberalismo inhumano. Este artículo del jueves en El País, firmado por Estefanía Molina, daba la clave exacta de la tendencia, apuntándose a la gerontofobia creciente y a afianzar la opinión que han ido extendiendo de que los pensionistas están “devorando” a sus hijos y reventando la “solidaridad intergeneracional”. Nada menos.
No solo es ignorar la pobreza de la Tercera Edad, especialmente en las mujeres, es desconocer que existen otras reglas para el ingreso y reparto de la riqueza, de los impuestos, que aplicar la tijera a las pensiones o la sanidad. La pensión mínima en España, aún con subidas, es de 721,70 euros y la cobran miles de personas. Si los pobrecitos hijos y nietos de los jubilados lo tienen crudo hoy, no es por los viejos que lo tuvieron infinitamente peor en sus tiempos de juventud. Precisamente por aquella España de la dictadura “capitalista y subdesarrollada” como fue definida por el primer Informe FOESSA ya en 1970. Y crecimos así y nos buscamos así la vida, con un par de todo lo que hay que tener. Aspirábamos y lo hacemos hoy todavía a que no fuera una competición, sino a vivir en una democracia que dotara de cauces y medios a todos sin tener que batirse en duelo con otros. Sin ley de la selva. Pero es ese atraso consustancial a la derecha española el que buscan y propician. No ayuda nada a una juventud muy angustiada señalar tan erróneos culpables. Tristeza y desesperanza embargan a un notable porcentaje, según el barómetro de la ONG Fundación FAD.
Pensionistas. En el fondo, se trata –y lo dijo sin miramientos hasta un gobernador del Banco de España– de que los ancianos se coman su piso si lo tienen o su hambre si no es el caso. Que mermadas sus pensiones, se entreguen a una hipoteca inversa. Para que sean los bancos, los dueños de los medios donde hablan y escriben, quien resuelvan el “problema” del que quieren aligerar el Estado. Quién les iba a decir que sería el capitalismo el que intentara “quitarles” la casa.
El actual regidor del Banco de España también ha intervenido en el asunto de las pensiones (para frenarlas) y el de la creación de empleo (para negarla). La vicepresidenta Yolanda Díaz ha recibido, por osar poner las cosas en su lugar, una serie de insultos y minusvalorizaciones de medios o perfiles con bandera rojigualda y mucha pasta cubriendo el riñón. Es lo que hay. Feijóo se apunta también a hablar con propiedad al decir que él “cree” que los datos del paro estàn “maquillados”. Lo peor es que una vez más TVE le compra el bulo y presenta el asunto en los Telediarios con el viejo truco de algo “polémico” en el que uno dice y el otro dice. Es grave desinformar de este manera.
Y es que, sí, España logra el hito de bajar de los tres millones de parados por primera vez desde 2008 y eso a la derecha no le viene bien tampoco. Hasta es noticia menor en los medios. Son mucho más importantes los sondeos para Andalucía. Con ese Moreno Bonilla del que cuentan es tan inteligente y moderado como Feijóo. El presidente de un PP que dice lo mismo que la columna de El País sobre la vinculación de la subida de pensiones al IPC: es inviable. Por cierto, es el método anterior hasta que Rajoy lo cambió. Y ahí tienen a la prima adoptiva de la Junta Electoral en Salobreña, tan guapa dice su jefe de prensa. Y no hemos hecho más que empezar. Y luego lo perjudicial es que el Ministerio de Igualdad haga ruido. Las asesinadas se ve que suena poco, la frecuencia las convierte en sonsonete monótono.
Los creadores de opinión se multiplican con toda su batería en fechas de campañas electorales, como la que se inicia en Andalucía. Agitan las aguas que se tragan logros sociales y afloran esa ira irracional que termina favoreciendo a la derecha ultraliberal. Y a Vox. El colmo de la irritación se produce cuando amigos vienen a contarte que tal o cual entre sus allegados “se han vuelto de Vox”. Tal cosa no existe. Nadie se vuelve de ultraderecha. Nadie que alguna vez tuviera criterio y aprecio por la democracia se vuelve del revés para abrazar discriminaciones e irracionalidad.
En cuanto a los jóvenes que también andan entusiasmados con los fascismos o sus marcas blancas pues igual son de los que se sienten agraviados porque los abuelos que mantenían a su familia en los más duros tiempos del paro y los sueldos mínimos les están devorando por cobrar una pensión más o menos digna. Igual hay que llevarlos a la hoguera con los libros de texto de Ayuso como anfitriona de la fiesta. Llama la atención lo desorientados que están muchos jóvenes.
De cualquier forma algún tornillo esencial le falta a esa sociedad oclocrática que castiga el trabajo y la decencia y prima el descaro, la mentira, la corrupción, el insulto y discriminación de seres humanos que valen mil veces mas que ellos, para encima dejarse robar desde la salud hasta la dignidad. Comprando timos al peso y reaccionando de forma notoriamente errónea. Un magnifico artículo de María José Pintor recoge cómo “Ni el 23F, ni los GAL, ni Jesús Gil: solo los indultos de María Sevilla y el 'procés' han provocado manifestaciones en su contra”, una larga lista que muestra la manipulación emocional, con una caótica escala de valores racionales, de una parte significativa de la sociedad que termina teniendo peso. Este sábado preparan manifestación, otra más, contra Irene Montero en Madrid. Del amplio mundo, la titular del Ministerio que “hace ruido” del “inconveniente”.
El problema es inmenso. Ya manda la opinión difundida, la que ruge e insulta en las redes, la que conviene al poder que menos se ocupa de los ciudadanos. El poder de la turba sirve a sus planes. Y poco hay que hacer como no fuera un cerrojazo radical a los cantos de sirena ultraliberales. Y eso ni está, ni se le espera.