Un día ideal para pasarlo en la “pelu”

Mientras en el Congreso debatían los representantes de la casta y los defensores de la chusma, pues eso somos nosotros los quebrados, o los que vivimos, sin engañarnos, entre aquellos a quienes el sistema rajó por la cintura, pensé que la mejor manera de terminar semejante mañana era sumergirme en los efluvios de la peluquería, ese lugar silencioso en el que no suceden más que bonitas cosas, no se huelen otros aromas que los perfumes embellecedores de la cosmética, y no se afilan las uñas más que para presumir.

El quieto país –y plano país, remedando a Brel– tiene su mejor representación en ese plácido revistero por el que han desfilado, año tras año, los rostros de las diferentes etapas que han jalonado nuestro inmovilismo político desde que la Transición se convirtió en la Perpetua, susto del 23-F mediante. En portada. Revistas llamadas del corazón que, como el régimen, no tienen corazón, y revistas llamadas femeninas que, como el libre mercado, comercian con frustraciones que enmascaran los verdaderos deseos y las necesidades profundas. Adaptaciones oportunas para maquillar la misma, inmutable superproducción de los estudios Bronston de la política española. Mi monarca se fue, su caballo murió, pero aquí está el VI de artillería.

Pensaba en todo eso mientras tomaba nota de los productos que mi peluquería ya no se puede permitir tener en stock, debido a la crisis. Se diría que semejante situación también simboliza a esta paupérrima democracia, cuya pomposidad bipartidario-monárquica-parlamentaria tan mal nos representa. No podemos mantener en el almacén de los deseos el ansia de mejora que supondría aspirar a una República que pudiera alcanzar sus objetivos sin temer que la cercenaran los intereses del Ibex y de sus serviles damas y caballeros. No podemos pretender que un referéndum dé legitimidad, o se la arrebate, a aquel a quien debo considerar preparado porque así me lo imponen, bajo pena de profundo desdén. O de que me vituperen como antisistema.

Pero soy lo bastante mayor como para poder deciros: no, esto no me gusta. No me gusta que me metan miedo, aunque sea con meliflua boquita –hoy, hasta Rajoy ha escondido su autoritarismo para hacerse constitucionalista de la única legalidad que soporta: la de los que se sienten superiores–, y no me gusta que insistan en que necesitamos tutela. Y no aguanto que a lo que forjamos entre todos –y contra muchos– en los momentos justos, y esperando que de aquella Transición surgieran frutos mejores que nos hicieran más libres, lo hayan convertido en una faja de ballenas, un arnés, un yugo, una amenaza. Y a nosotros, en forajidos que cabalgamos sobre la deslealtad.

Cada vez más lejos de la realidad, más cerca de la realeza. Uf, cuánta polilla. Infinitamente más cerca de la verdad en la peluquería, mientras los empleados hablan de la escasez y se ríen, en el fondo, de la gente que cuelga en el revistero.

Salud y libertad para decidir. Y para no comulgar con ruedas de molino.