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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

El día que Méndez de Vigo se burló de mí

En España siempre hemos tenido un problema esencial: siempre hemos sido más papistas que el Papa. Ya no me refiero a la defensa de la Fe Romana, la Contrarreforma y la lucha contra los herejes, sino más bien al europeísmo y a ir plus ultra antes que los demás. Precisamente en Roma, en octubre de 2004, los jefes de Gobierno de los estados miembros de la Unión Europea firmaban un tratado por el que se establecía una Constitución para Europa. Nuestro presidente de aquel entonces, Rodríguez Zapatero, decidió convocar un referéndum, deprisa y corriendo, para conocer la opinión de los españoles acerca de esta materia. La fecha que se fijó fue para el 20 de febrero de 2005 y con una participación irrisoria del 42%, los españoles por amplia mayoría del 76% ratificaron el acuerdo que pocos meses el Gobierno había aprobado. ¿Qué recordamos de aquel tratado? Pues prácticamente nada. Se repartieron en los coles ejemplares de la nueva Constitución, se nos dijo que íbamos a ser más felices y que íbamos a comer más perdices y que tarde o temprano, terminaríamos convergiendo en derechos, salarios y libertades con los países del Norte de Europa. Ya claro, cacahué.

No recordamos nada porque el Tratado de la Constitución se desechó tras los referéndums en Francia y en los Países Bajos en ese mismo mayo de 2005, cuando con un 54% y un 61% de los votos nuestros vecinos de arriba rechazaron este acuerdo. Sin embargo no nos adelantemos a los acontecimientos a los que el título de este artículo se refiere.

Corría el mes de abril de 2005, en plena campaña del Referéndum sobre la Constitución Europea en Francia, cuando yo mismo, entonces un joven maño imberbe con trenza jedi y alumno de Políticas de la Complu, cuna de grandes líderes y próceres irradiadores, me encontraba en Estrasburgo, en el salón de actos del IEP de Sciespo. Allí rodeado por decenas de alumnos, terminé escuchando al actual ministro de Educación y Cultura, Íñigo Méndez de Vigo, entonces (y desde 1992 hasta esta semana) europarlamentario del Partido Popular y miembro de la Convención encargada de elaborar la Carta de Derechos Fundamentales, que alababa las virtudes y bondades de la Constitución y de la Unión Europea y pedía a los jóvenes gabachos que votasen por el OUI, d’accord?.

Tras terminar, el propio Méndez de Vigo dijo que si alguien quería hacer una pregunta, a lo que levante el brazo como un resorte. Me señaló dándome la palabra y empecé mi sermón disculpándome ante la grada por no hablar correctamente francés (Excusemuá de ne parle fransé, so I’m gonna espik inglish if you don´t mind). Comencé diciéndole que los resultados a favor del SÍ en España no habían sido tan buenos como él los vendía, ya que con la campaña intensa a favor del PSOE, del PP, de CiU, del PNV (el 85% de los votos en las generales de 2004), de la patronal CEOE y hasta de los sindicatos mayoritarios UGT y CCOO, obtener un 76% era una cifra relativamente baja. Pero que, además, la participación del referéndum español había sido de risa, del 42%, la más baja de toda la historia de la democracia. Pero es que encima, era una vergüenza que los peperos se apropiasen del proyecto europeísta cuando habían sido los primeros en denigrar a la Vieja Europa (Alemania y Francia) frente a la Nueva Europa Atlántica (Reino Unido y España) y en apoyar a los Estados Unidos en su cruzada imperialista contra Irak en tiempos del presidente José María Aznar y la foto de las Azores. Y que aparte, había sido en los barrios más conservadores de Madrid, como Chamartín o Salamanca, donde más gente había votado que NO en la capital (28% y 30%, frente al 17% de media nacional), básicamente porque lo había pedido desde la Cope mi paisano Federico Jiménez-Losantos, textualmente, para joder a ZP. Me dejó terminar, me miró desde el escenario y soltó en la lengua de Sartre:

-On voit que vous êtes espagnol à ce que vous parlez mal l'anglais. 

O lo que es lo mismo: “Cómo se nota que eres español por lo mal que hablas en inglés”. Hoy, el nuevo ministro de Educación, Cultura y Deporte tiene la posibilidad de corregir esto que me dijo hace diez años para chanza de la muchachada gala allí presente. Puede también parar la LOMCE que aprobaron en solitario sin el respaldo de ningún otro grupo y con la oposición de los gobiernos de muchas de las Comunidades Autónomas recién elegidas y sentarse a negociar con todos, incluyendo a los profesores, para lograr un texto educativo que pueda sobrevivir a varias legislaturas de distinto color político. Puede bajar el IVA cultural del 21% que está ahogando a uno de los sectores más dinámicos de nuestra economía. E insisto, puede trabajar para que mejoremos nuestra comprensión en lenguas extranjeras, para que dentro de una década nadie vuelva a tener que decir eso de un compatriota.

La Unión Europea dice que el objetivo en materia de idiomas debería ser lograr que todos los ciudadanos europeos sean capaces de expresarse correctamente en dos lenguas además de su lengua natal. España tiene una de las tasas más bajas del continente en esta materia, el 18% frente al 25% de media, y sólo un 12% de los españoles sería capaz de seguir el contenido de las noticias en inglés por radio o televisión. Así que ya sabe el rey de Roma que por la puerta asoma lo que le recomendamos: sentarse y negociar. El listón que le deja José Ignacio Wert está por los suelos. Resulta esta una tarea sencilla de superar, pero como decía el maestro Quevedo: “Más fácil es escribir contra la soberbia que vencerla”.