Dentro del calendario de la liturgia de la llamada transición, el 23F es sin duda un día muy señalado; un día de celebración porque según la narrativa oficial el fracaso de ese golpe de estado fue decisivo para afianzar la democracia española. Y la monarquía. Monarquía que en aquel momento pasaba por horas bajas de popularidad y que a partir de entonces, y gracias a la decisión de Juan Carlos I de no secundar las veleidades golpistas de aquel grupo de militares revoltosos, quedaría indisolublemente unida a la modernidad y el futuro de España. Incluso ahora, conocidos y aireados los deslices borbónicos del abdicado rey, con sus matanzas de elefantes, sus viajes con amigas especiales y los problemas de su familia con el ministerio de Hacienda, la apuesta firme y decidida por la opción democrática aquel 23 de febrero de 1981, sirve como escudo protector contra toda crítica.“Es cierto, Don Juan Carlos ha tenido sus debilidades pero, si no fuera por él –nos dicen los analistas políticos (categoría inefable donde las haya)– ¿dónde estaríamos ahora?”
El mensaje televisivo del rey condenando el golpe y acatando el orden democrático y constitucional, se ha convertido en un icono ineludible de la historia de España del siglo XX. A pesar de las sombras que todavía planean sobre aquel 23-F y de las incógnitas que lo rodean –y que han dado pie a todo tipo de teorías conspiratorias y a programas de televisión más o menos graciosos-, la figura del rey sale siempre reforzada de aquella especie de “examen de democracia” que fue –o nos dicen que fue– el 23F. Las dudas sobre la sinceridad democrática de aquel Borbón a quien Franco había ungido como sucesor quedaron despejadas de un plumazo. Y sin embargo…
Mirada con frialdad, eludiendo la confortante versión oficial, la valoración puede cambiar bastante porque… ¿Acaso tenía Juan Carlos I alguna otra opción? ¿Alguien cree de verdad que aquel esperpento con Tejero y compañía –lo cual no quita su peligro potencial pero esperpento al fin y al cabo– ofrecía alguna posibilidad de futuro al Borbón? ¿Tenía aquel golpe alguna oportunidad en la Europa de finales del siglo XX?
Imaginemos por un momento que Juan Carlos I no fuera el ferviente demócrata que nos ha presentado la historiografía oficial. Pensemos que después de haber conseguido “heredar” el trono de un dictador y de haber logrado eludir las responsabilidades por la muerte de su hermano, sólo le interesara aferrarse al poder y al puesto al que había dedicado los esfuerzos y las maniobras de toda su vida. ¿Qué habría hecho aquel 23F? ¿Qué habría hecho si solamente hubiera querido salvarse a sí mismo, mantenerse en el trono y continuar en él para disfrutar de las prerrogativas que tanto le había costado conquistar? ¿De qué lado se habría decantado? ¿Del de aquellos golpistas de sainete –aunque fueran armados– o del de aquel parlamento a quien Europa y los Estados Unidos habían dado su apoyo?
Fiel a su trayectoria, Juan Carlos I escogió la opción que más le beneficiaba personalmente… Y consiguió además una aureola de salvador de la democracia que no merecía. Y la propaganda oficial, amablemente acogida y difundida por el sistema mediático imperante, hizo el resto.