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OPINIÓN | Días de ruido y furia, por Enric González

Días de ruido y furia

Sánchez habla con los periodistas después del pleno del 21 de noviembre.

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La corrupción política se parece a los pedos: molestan mucho más cuando son ajenos. ¿Recuerdan los inicios del 'caso Gürtel'? En febrero de 2009, después de que la Audiencia Nacional detuviera al empresario Francisco Correa y abriera una investigación que afectaba a la médula del Partido Popular, el entonces presidente Mariano Rajoy compareció ante los medios, rodeado por su plana mayor, para pronunciar una de sus frases históricas: “No hay una trama del PP, hay una trama contra el PP”.

Siempre se trata de conspiraciones, hasta que se demuestra lo contrario. Mientras la derecha, incluyendo su división mediática, ninguneaba el asunto y se hacía la ofendida, la izquierda (también con su división mediática) reclamaba dimisiones inmediatas.

El PSOE tiene ahora sus propios apuros. No hay sentencias y nada puede darse por seguro en la trama que parte del empresario, o más bien comisionista, Víctor de Aldama, pero el propio partido ha designado como chivo expiatorio a José Luis Ábalos, antiguo “mano derecha” de Pedro Sánchez, antiguo secretario de organización, antiguo ministro de Fomento. El tumor está reconocido. Falta por ver si hay metástasis. Atribuir el asunto a simples fabulaciones queda fuera de lugar.

Por supuesto, los problemas judiciales del PSOE permanecen muy lejos (por ahora) de los que zarandearon al PP durante el mandato de Mariano Rajoy y que aún colean: no sólo fueron Gürtel y la rajada de Luis Bárcenas (“Luis, sé fuerte”), sino el 'caso Kitchen', lo del ex comisario Villarejo y la “policía patriótica”, que sigue su curso. Pero constituyen un lastre. Especialmente porque el PSOE actual ha ido haciéndolo a su medida Pedro Sánchez tras su defenestración en 2016, su retorno triunfal en 2017, la moción de censura a Rajoy en 2018 y la posterior investidura como presidente del Gobierno. Cuesta creer que en el PSOE se mueva una hoja sin que Sánchez lo sepa.

Puede descartarse, por eso, cualquier tipo de motín en el partido. Resulta poco probable, por otra parte, un corrimiento electoral que desestabilice al Gobierno: como decíamos cuando hablábamos de los pedos, la corrupción o su sombra indignan mucho al rival y poco a los propios (ya ven que el PP sobrevive pese a todo y es el partido más votado). No se percibe, ahora mismo, una crisis económica como la que se llevó por delante a José Luis Rodríguez Zapatero. El PP, que sigue colgado de Vox y de las torpezas de Alberto Núñez Feijóo, no representa una amenaza vital. Y los socios de coalición de Sánchez tienen grandes incentivos para seguir con él: pueden arrancarle más y más concesiones a un gobierno que, como se ha visto con el paquete de reformas fiscales, se ve obligado a hacer malabarismos para aprobar leyes.

Lo más probable es que Pedro Sánchez siga ahí y que lo que resta de legislatura (cabe suponer que si olfatea un momento favorable, el presidente del Gobierno convoque elecciones anticipadas) esté lleno de ruido y furia. Lo cual no es bueno para nadie. Aquellas palabras rancias del manifiesto de Miguel Primo de Rivera en 1923 (“cuantos amando a la Patria no ven para ella otra solución que libertarla de los profesionales de la política”) obtienen una lamentable resonancia en buena parte de la juventud actual. Y es muy malo para los valencianos, que afrontan la reconstrucción con un cadáver político al frente de la Generalitat y con un gobierno a la defensiva en Madrid.

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