La semana pasada Vox decidió que había que borrar un mural y se las compuso para recabar el apoyo del PP y Ciudadanos. El mural en cuestión, pintado en un polideportivo de Ciudad Lineal, retrata a una serie de mujeres que pasaron a la historia por su lucha en pro de la igualdad. Ahí están Rosa Parks, Frida Kahlo y Nina Simone junto a una leyenda que, si bien es una obviedad, parece constituir un agravio para algunos: “las capacidades no dependen de tu género”. ¿La respuesta de Vox? “El marxismo pseudocultural tiene los días contados”.
El alcalde de Madrid, Martínez-Almeida, se ha lavado las manos asegurando que “tan democrático” es pintar un mural como borrarlo. Esto es lo mismo que decir que tan democrático resulta crear como destruir, escribir libros como quemarlos, esculpir como demoler.
Como argumento a su postura, Martínez-Almeida recuerda que “ese mural no estaba hace unos años” y, por lo tanto, se entiende, puede regresar a la… eh… no existencia. El alcalde de Madrid, quizá involuntariamente, intenta arrastrarnos a un debate ontológico. Solo le ha faltado decir que, incluso borrado, el mural seguiría existiendo (como entidad abstracta).
Pero, en efecto, el Almeida filósofo tiene razón. El mural no estaba antes de estar, eso es innegable. Se da la curiosa circunstancia, sin embargo, de que ninguna obra de creación estaba antes de ser creada. “Don Quijote de la Mancha”, sin ir más lejos, no estaba ahí antes de que Cervantes lo escribiese. Lo mismo puede decirse de “Las meninas”, uno de los grandes exponentes de la insostenible cultura subvencionada. Y, si nos ponemos así, lo mismo podemos decir también del universo, del tiempo y del espacio, todos ellos ausentes antes de… Bueno. Antes de ser.
No pretendo comparar el mural de Ciudad Lineal con “Las meninas”, y menos aún con las leyes y constantes físicas, porque no soy un experto en arte. Sospecho que en Vox tampoco lo son, aunque quizás me esté dejando llevar por el sesgo ideológico. Pero, incluso aunque lo fueran, aunque Ortega Smith se revelase como la reencarnación del mismísimo Diderot, no parece la mejor de las ideas que los políticos se erijan en críticos, comisarios y censores culturales. Ya lo hicieron en nuestra historia reciente y la experiencia, según testigos presenciales, no acabó de resultar totalmente satisfactoria.
Para borrar un mural solo hace falta disolvente a presión, un funcionario que sujete la manguera y un burócrata que se lo ordene. Para pintarlo, se necesita un concepto bueno, malo o regular; se necesitan colores y tiempo y esfuerzo; se necesita una cierta sensibilidad artística y, como mínimo, un poquito de técnica.
Basta con haber acudido una vez en la vida a una reunión de vecinos para saber que no todas las ideas valen lo mismo. Como sociedad que aspira a la pluralidad y a la tolerancia, deberíamos abrazar aquellas ideas que abogan por la creación y rechazar las que apuestan por la destrucción.
Madrid tiene muchas paredes, seguramente demasiadas. Si Vox quiere declarar la guerra cultural a la izquierda desde las administraciones que democráticamente mangonea, que se lance a la creación. Que se armen de espráis y brochas y pinceles y pinten sus propios murales. A lo mejor, quién sabe, el nuevo Goya está entre sus filas y lo tienen ocupado comprando disolvente.