Dime a quién lloras y te diré quién eres
Teresa de Calcuta iba de pobre y austera, pero sus funerales se llenaron de gente de dinero y de poder. Sólo con ver el plantel de plañideros/as estaba claro que esa monja no podía ser más que una farsante. Los poderosos arropan a los suyos en la muerte y no es posible que alguien que de verdad haya estado con los pobres, con los explotados, sea llorado por los ricos; simplemente es una imposibilidad lógica. Aunque entonces no sabíamos hasta qué punto Teresa de Calcuta era más mala que la quina, no tardamos en enterarnos de todo y hoy sabemos que era una sádica que hacía sufrir a los enfermos, pobres de solemnidad, para que llegaran limpios de pecado al cielo, pero que cuando a ella le toco sufrir un poco se fue a un hospital carísimo de EE UU. El sufrimiento no iba con ella.
La semana pasada hemos tenido en España dos funerales de relumbrón, el de Emilio Botín y el de Isidoro Álvarez. En este caso no eran personas que fingieran ser pobres aunque los medios han insistido hasta la saciedad en que “empezaron desde abajo” y en que a Isidoro Álvarez le gustaba decir de sí mismo que era un tendero. Decir que ambos nacieron riquísimos y que heredaron todo lo que tenían parece que le quita mérito al asunto. Ya conocen el mito neoliberal: esfuerzo, emprendimiento, trabajo duro; más o menos como Teresa de Calcuta y el sufrimiento humano. Así que aunque estos dos muertos no eran pobres fueron muy esforzados y por eso sus funerales se llenaron también de gente de dinero y de poder que decían todos lo mismo: “Grandes trabajadores, visionarios, empezaron desde abajo y muy humanos”. Hemos visto pasar muy compungidos a miembros de la Casa Real, al poder político, al poder financiero y a una nutrida representación del Hola. Es decir, allí estaban los que mandan; los que mandan sobre nuestras vidas.
Y allí estaba también una nutrida representación de un PSOE que ya no engaña a nadie. Allí han estado, al menos que yo haya visto y escuchado, Carme Chacón, María Teresa Fernández de la Vega y Elena Salgado. Así, pisando fuerte, dejando claro de qué lado están. No se trata de demonizar a todos los empresarios por serlo, ni de ponerse a tirar cohetes en la calle porque se mueran dos de los más poderosos. Se trata de que estos dos empresarios no eran modelo de nada, o no deberían serlo, y mucho menos para políticas/os que todavía se empeñan en convencernos de que son de izquierdas. Se trata de que esta nutrida representación del PSOE nos ayuda a comprobar hasta qué punto es verdad que el poder, el verdadero poder, ni delinque, ni es inmoral, ni se le pasa factura por nada de lo que haga. Una vez más comprobamos cómo se pretende que para los verdaderamente poderosos no haya sanción popular, ni mediática, ni política. El poder hace lo que tenga que hacer para aumentar su poder y su riqueza y los suyos se lo van a agradecer. La ejemplaridad pública no va con ellos ni nadie se la exige.
La familia Botín no ha sido nunca ejemplar en el manejo de sus relaciones con la Hacienda Pública, tuvo cuentas en Suiza y sus manejos con la justicia son de sobra conocidos. Es una familia de multimillonarios que, como poco, ha intentado no pagar lo que le correspondía (y le correspondía poco, porque en España los ricos pagan muy pocos impuestos. Pues ni eso querían pagar). El Corte Inglés, que ha empeorado en los últimos años las condiciones de trabajo para sus trabajadoras y trabajadores de manera radical, ha sido condenado repetidamente por discriminar a sus trabajadoras, cosa que a la feminista Fernández de la Vega parece que le importa un pito. Queda muy bien defender a las mujeres africanas, pero defender a las trabajadoras de El Corte Inglés parece que cuesta un poco más. También ha sido condenado por prácticas antisindicales que, al parecer, poco le importan a la presunta –esta sí que presunta– aspirante a liderar la también presunta izquierda, Carme Chacón, que allí que se fue al funeral, como si el muerto fuera un sindicalista de pro.
El poder llora a los suyos. Y allí estaban todos, representantes del PSOE incluidos. Allí estaban los que deciden sobre nuestras vidas, los que con sus decisiones hacen que muchos jóvenes tengan que irse o quedarse, los que hacen que la gente tenga un sueldo digno o un sueldo de miseria, trabajen 7 horas o 12. Y he aquí que el funeral estaba lleno de presuntos corruptos, de defraudadores, de muchos presuntos delincuentes y otros delincuentes ya condenados. No vamos a dar nombres pero muchos de los que allí estaban como personas muy respetables han estafado a gente honrada y trabajadora los ahorros de sus vidas, otros pagan en negro, algunos han cerrado empresas fraudulentamente dejando a los trabajadores en la calle, los defraudadores a la hacienda pública eran legión, y los implicados en sobres, comisiones, pagos en B y chanchullos varios estaban también ampliamente representados. En ese funeral no estaba lo mejor de nuestra sociedad empresarial, sino lo peor, aquello por lo que la gente está permanentemente indignada, aquello que exigimos a nuestros representantes públicos que corten de raíz.
Algunos de los asistentes a ambos funerales se merecerían la cárcel y quién sabe si acabarán en ella. Otros, al menos, se merecen un abucheo social, la repulsa general, y en ningún caso el compadreo, la camaradería y las muestras de amistad de nuestros representantes públicos. Menos aun si se dicen socialistas. Los fallecidos podrían ser muy queridos por sus familias, pero no son ejemplos de nada y mucho menos deberían ser referentes de ciudadanía. Y desde luego, no deberían serlo para quienes dicen que quieren regenerar la vida pública. Si acuden a sus funerales, si lo único que se les ocurre decir cuando tienen un micrófono delante es que eran magníficas personas, magníficos empresarios y un ejemplo para todos, si están con ellos y no han visto adecuado dejar claro su desprecio hacia quienes permanentemente han despreciado las leyes, los tribunales y los derechos democráticos que como políticos y políticas dicen defender, entonces es que son como ellos o, en el mejor de los casos, son sus empleados. Nada como un funeral por los jefes para que caigan las caretas.