¿Quién decía que, por aquí, “dimitir” era solamente un nombre ruso? ¿Cuántas veces hemos reclamado a dirigentes varios la asunción de sus responsabilidades? A la primera pregunta, contesto que, entre mucha gente, yo misma. A la segunda, que en infinidad de ocasiones.
Pues bien, parece que los tiempos están cambiando, al menos en parte y desde luego en Euskadi. Y además, en momentos especialmente complicados, a las puertas de unas elecciones autonómicas que, como de costumbre, serán, según se dice siempre, “determinantes” de nuestro futuro más inmediato.
Así es, dos dimisiones en 65 horas, que las he contado. Y ambas de alto rango, desde luego. La primera, la del presidente del PP Vasco, Alfonso Alonso; la segunda, la del secretario general de Podemos Euskadi, Lander Martínez, y en este caso también del resto de la dirección del partido. Ambas distintas en su origen, causas y consecuencias, por más que tengan algunos elementos comunes.
Comencemos por estos elementos compartidos. A destacar en este sentido el momento en que se producen, a poco más de un mes de las elecciones autonómicas del 5 de abril, lo que, se quiera o no, revela audacia –o improvisación o imprudencia, según se mire y, seguramente, según sean los resultados electorales que se obtengan– o incluso mala gaita y que, en todo caso, imprime un plus de sorpresa general e inquietud en sus propias filas –dirección, militancia y votantes–. A resaltar igualmente que, en ambos casos, se va a producir un giro –más o menos relevante– de sus propuestas a la ciudadanía. Porque, ciertamente, ninguna de estas dos dimisiones se limita a un cambio de personas en el liderazgo de dichas formaciones, sino que ambas implican una revisión de sus estrategias –y, seguramente, no solo de sus tácticas– y una rectificación de sus propuestas y actuaciones recientes.
Pero, sobre todo, hay grandes diferencias entre ambos casos. Diferencias resultantes de la distinta manera de gestionar un partido político y de apreciar la aportación –siempre imprescindible– de la militancia o, lo que es lo mismo, del alcance de su funcionamiento democrático interno. Porque, se quiera o no, esta perspectiva no es igual en el PP y en Podemos.
En el PP, la dimisión de Alonso –y no del resto de su equipo de dirección– se produce como resultado de ser descabalgado de su condición de candidato a lehendakari –confirmada días antes por la dirección nacional de su partido– al no aceptar los términos en que la coalición con Ciudadanos iba a plasmarse. O sea, en respuesta a una decisión impuesta por el presidente del PP estatal sin ninguna conexión ni consulta con la voluntad de la militancia de Euskadi, ni con el rumbo que se estaba siguiendo en esta comunidad, al menos aparentemente.
En Podemos Euskadi, por el contrario, la dimisión de Martínez y su equipo es consecuencia directa de su apuesta por una candidata en las primarias para designar a la persona candidata a lehendakari y del hecho de haber perdido tal apuesta por decisión impecablemente democrática de su militancia. Decisión que, sin duda, ha supuesto una revisión de algunas de sus propuestas recientes, mayormente de la abstención de esta formación a los presupuestos presentados por el Gobierno vasco que permitió su aprobación, en el convencimiento de buena fe de dar estabilidad a la legislatura y permitir su agotamiento hasta el otoño próximo, lo que el adelanto electoral decidido por Urkullu ha hecho saltar por los aires. Y ello también con la perspectiva, seguramente, de constituirse en una fuerza política relevante, en clave de gobernabilidad, también en Euskadi. Decisión que, todo hay que decirlo, en su día fue también avalada por la militancia debidamente consultada y que hoy, al decidir otorgar su confianza a la candidata alternativa a la de la dirección, Miren Gorrotxategi, supone una clara autoenmienda a la totalidad de aquella línea.
La siguiente gran diferencia entre ambas dimisiones es su proyección a futuro. En el PP, desde mi punto de vista, se produce un enorme desconcierto en su militancia vasca, pues se imponen contenidos políticos no asumidos –no expresamente, al menos– por esta militancia y un candidato distinto al que la dirección del PP de Euskadi había impulsado, lo que supone una directa censura a la línea política del partido. Y ello, además, con una clara regresión a contextos inexistentes hoy y a propuestas políticas propias del pasado, lo que genera una gran desilusión por la incapacidad de ofrecer a la ciudadanía ideas de presente y futuro.
Por el contrario, en Podemos Euskadi se puede generar una nueva ilusión en la militancia y en la ciudadanía. Y no solamente, o no tanto, porque la línea que triunfa en las primarias sea una u otra, sino porque es la línea decidida libre y democráticamente por las bases del partido y, por tanto, compartida mayoritariamente. Una línea que, por otra parte, ofrece nuevos cauces de entendimiento para la izquierda vasca y que, por ello, supone un elemento ilusionante a presente y futuro, sin perjuicio de lo que se haga o no realidad inmediatamente.
Finalmente, hay otra diferencia. Creo que el PP estatal ha dado por amortizadas estas elecciones vascas y no ha sido un pretendido resultado electoral el hecho determinante para haber adoptado esta decisión. Entiendo, más bien, que había dos objetivos bien claros: de un lado, demostrar con claridad meridiana quién manda de verdad en el partido y trasladar la idea de que lo primordial es el orden interno, a costa incluso de desbaratar la posición en las elecciones, y de otro lado, intentar recuperar el voto de Vox aunque sea a costa de las propias ideas, volviendo a reunirlas en su seno.
En cambio, en Podemos Euskadi no se trata del mando de la dirección, sino de la militancia, que ha dado como resultado el ya comentado, ocurra lo que ocurra en las elecciones y con el objetivo de convencer también a una parte relevante de la ciudadanía.