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Disciplinar al rojo

Pablo Iglesias en una imagen de archivo.
8 de mayo de 2021 21:42 h

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Pablo Iglesias dimitió. Dejó sus cargos y abandonó la política. Hubiera sido el momento preciso para que sus adversarios abandonaran la cacería mediática y política y mostraran algo de elegancia. La nobleza en la victoria es una muestra de nivel ético y humano, por eso ninguno de los que durante años han atravesado todas las líneas rojas iban a hacer gala de esa virtud. “Este viejo adversario despide a un amigo”, sentenció Ricardo Balbín en el funeral de Juan Domingo Perón después de haber pasado incluso por la cárcel por hacerle oposición. Demasiada altura para la excrecencia que supura en las filas conservadoras españolas. “Cierre al salir” y “al basurero de la historia” fueron las reacciones despreciativas que se sucedieron tras la salida de Iglesias. Humillar para instruir.

El ejercicio de la ignominia contra Pablo Iglesias también en su salida tiene todo el sentido si atendemos a la cultura política de la reacción española. Disciplinar al rojo, humillar a su último símbolo de la manera más despreciable para advertir a los próximos que vengan. Dejar meridianamente claro a quien observa el vía crucis sufrido por Iglesias y su familia cuál es el futuro que le espera si se atreviese a tomar el relevo. Adoctrinar con el ejemplo y así extirpar las intencionalidades subversivas de quien crea que el poder en España pueda ser desalojado de las manos de los que llevan doscientos años manejando las riendas del estado.

La propaganda ejemplarizante usando el adversario político ha sido una herramienta política de primer orden. Usar una cabeza visible para disciplinar a todos los que osaran poner en cuestión el poder se ha usado de manera común en tiempos medievales, como cuando Alfonso XI mandó matar a Juan de Haro y después y con el cuerpo caliente realizó un juicio en el que lo acusó de traición desgranando todos los “deservicios” realizados a la corona para que sirvieran de escarmiento a los próximos que quisieran intentarlo: “Todas las cosas en las que avia sabido en que andaba don Joan en su deservicio”. En la cultura española este tipo de castigos ejemplarizantes eran habituales y tienen un doble valor para el que los profiere. Aparte de dañar a quien los sufre sirven para advertir a quien puede intentar emular al castigado. La inquisición española utilizaba estos castigos de vergüenza pública que tenían un gran efecto moralizante contra el que los observaba disciplinando a través de la observación del castigo.

La situación vital, política y mediática de Pablo Iglesias ha sido el ejemplo concreto de lo que ocurre cuando se intenta poner en cuestión el poder y las estructuras dominantes. Un aviso a navegantes que debería concernir a todas las personas que de una manera u otra y desde diferentes corrientes ideológicas intentan dejar la marginalidad para transformar la realidad social y económica de manera ambiciosa. Comunista, socialista, anarquista o nihilista, no importa lo que se piense de Pablo Iglesias, la persecución grotesca a la que ha sido sometido es el futuro de cualquier militante que pueda poner en tensión los privilegios de las oligarquías.

La persecución a Pablo Iglesias no ha tenido precedentes en la democracia española. No se trata de que haya sufrido más que cientos de militantes de base o los pobres cabezas de turco de Alsasua, o de los cientos de políticos asesinados por el terrorismo. Es el cómo y a quién. Han hecho lo que han querido, con la cabeza visible, con un vicepresidente del Gobierno. El poder nunca será suyo. La cacería a Iglesias es diferente porque ha sido una persecución institucionalizada y legitimada desde los espacios públicos que antes marcaban el sentido común de lo aceptable. Han acosado hasta en su hogar al líder de una formación con millones de votantes con un sonrisa sardónica en la boca, lo han hecho porque pueden y porque el poder es suyo.

En los últimos cuarenta años ha habido cientos de políticos perseguidos que no podían salir de casa porque ETA los había señalado, pero todos los medios del Estado se ponían de lado del perseguido y la opinión pública de forma mayoritaria estaba junto a la víctima. Ese paradigma cambió con la cacería al líder de Unidas Podemos. Todo estaba permitido. Los medios conservadores azuzaban el odio y cuando se concretaba en una persecución sistemática en su casa durante un año lo legitimaban y excusaban con comparaciones ridículas para que el foco se moviera y la cacería continuara. Había un plan, todo forma parte de un método destinado a que agaches la cabeza al ver pasar al patrón. Piensa qué pueden hacerte a ti si son capaces de que el vicepresidente del Gobierno tenga que abandonar su lugar de vacaciones por un acoso organizado. El mensaje es diáfano, claro y demoledor. Podemos acosar con impunidad a todo un vicepresidente, así que imagina el dolor que podemos inferirte a ti. No te atrevas a moverte o te pisaremos como a un vulgar insecto, sabemos cómo disciplinar a un rojo.

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