¿Son discriminatorios los uniformes?

Rosa Cobo Bedia

Profesora titular de Sociología del Género de la Universidad de A Coruña —

Los uniformes son un elemento de diferenciación entre los colegios públicos y los privados. Llevar uniforme en nuestro país tiene connotaciones de clase y de estatus, pues pone de manifiesto la pertenencia a un colegio privado o concertado. El uniforme es la marca de lo no público.

Sin embargo, el uniforme también tiene connotaciones de género, pues se asigna falda a las niñas y pantalón a los chicos, de la misma forma que el calzado suele ser distinto para unos y para otras. Los uniformes no son unisex, son sexuados, y en sí mismos constituyen un elemento fundamental de lo que la pedagogía crítico-feminista denomina curriculum oculto de género. En efecto, esta categoría se ha acuñado para identificar aquellos valores sexistas que recibe el alumnado junto a los contenidos teóricos y que resultan invisibles para la mayoría del profesorado y para la sociedad en general. El curriculum oculto de género muestra que niños y niñas reciben mandatos socializadores diferentes, que suelen ser una prolongación de lo que viven en sus entornos familiares y que se refuerzan con los mensajes que reciben a través de series de TV, publicidad, juegos de ordenador o juguetes, entre otras instancias socializadoras.

Niños y niñas reciben permanentemente mandatos de género que les conducen a formas distintas de estar en el mundo. Los niños son socializados en la actividad, mientras que las niñas reciben mandatos socializadores dirigidos a la no actividad. Se da por sentado, por ejemplo, que los niños son mejores en las matemáticas y las niñas en asignaturas de letras. Este prejuicio tan anclado en el sistema educativo tiene su parte de responsabilidad en que los estudios universitarios de ciencias ‘duras’ estén masculinizados y los de ciencias ‘blandas’ estén feminizados.

También el uso del espacio en los patios de los colegios es un buen exponente de una socialización sexuada. El centro es para los chicos, donde juegan al fútbol o a otros deportes ocupando casi todo el espacio. Por el contrario, los márgenes del patio son para las chicas, condenadas a convertirse en espectadoras de los juegos de sus compañeros. Y estos ejemplos son una pequeña parte de los efectos que sobre unos y otras tiene la socialización de género.

Pues bien, las faldas de los uniformes tienen como efecto que las niñas no puedan moverse con la misma libertad y comodidad que sus compañeros. Sus movimientos están más restringidos, como lo están la mayoría de las vidas de las mujeres. La restricción a los movimientos que impone el uniforme de las niñas en realidad es una metáfora de la vida que las sociedades patriarcales asigna a las mujeres.

Por eso, precisamente, desde el feminismo se propone la coeducación como la práctica educativa idónea para desactivar los mandatos de género. En efecto, la pedagogía crítico-feminista parte del supuesto de que la escuela es utilizada por los sectores dominantes como una herramienta al servicio de la reproducción de las relaciones sociales, pero también puede y debe ser un medio para interrumpirlas y crear nuevas relaciones que no estén marcadas por desigualdades ni refuercen desventajas sociales.

La escuela es uno de los ámbitos privilegiados en los que se pueden aplicar políticas de intervención y de prevención. Es necesario que el alumnado en su totalidad reciba el mandato social de que hay que poner en cuestión y rechazar las relaciones sociales y personales que apuntalan o refuerzan la desigualdad y la violencia. Por eso es necesaria una asignatura obligatoria de educación para la igualdad. Y por ello mismo también es necesario que el profesorado sea formado en feminismo.

Una teoría de la educación crítica que desconoce la coeducación, que minimiza el análisis del currículo oculto de género y que niega las prácticas de intervención coeducativas, es una teoría ciega a la desigualdad de género. Y las teorías pedagógicas que practican la ceguera con ciertas estructuras de poder y desigualdad refuerzan la hegemonía patriarcal.

Por eso es necesario que la escuela se articule en torno a la idea de la igualdad de género y asuma que la igualdad civiliza las relaciones humanas. Una escuela que no conceptualiza la desigualdad entre los niños y las niñas, o los y las adolescentes, no formará a nuestra sociedad en valores de justicia y libertad y, por ello, perderá legitimidad. Ha llegado la hora de que la escuela, la familia y la sociedad entera comprendan que una sociedad sin desigualdad de género es una sociedad mejor.