El discurso Orfidal de los ultras mira a la generación ansiosa

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Un tipo atrabiliario al que no quiero ni nombrar se ha convertido en la gran revelación política de 2024. Hace diez años fueron los cinco diputados de Podemos en las europeas los que nos hicieron mirar a la grieta del sistema. A veces aparecen fisuras en un rincón del salón y sin que les prestemos atención, empiezan a crecer en silencio. Cuando ya miden varios centímetros, seguimos sin prestar atención, porque si lo hiciéramos serían tales las consecuencias -cambiar de casa, acometer una reforma estructural- que preferimos ni pensarlo. Cuando nos damos cuenta el tabique se ha resquebrajado, los pilares no aguantan y el techo está a punto de hundirse. Lamento no ser de las optimistas que lo equiparan con Ruiz Mateos, sino de las pesimistas que creen que, como buenos europeos, los españoles ya tenemos dos ultraderechas.

Las elecciones europeas han empezado a correr, como esa grieta, pero no han terminado. Concluirán el día que voten los franceses (también los británicos, aunque ya no pertenezcan a la UE) y se organicen los grupos parlamentarios en el parlamento europeo. En España acabarán a finales de junio, cuando se cumpla el plazo que el presidente del Gobierno dio anteayer al Partido Popular para cerrar el acuerdo de renovación del CGPJ: podremos volver a la normalidad democrática en el órgano de gobierno de los jueces. Entonces veremos si el PP aprovecha su última oportunidad para seguir sosteniendo que es un partido institucional y de gobierno, o si se asimila a los dos competidores que le han salido de la cueva del fondo a la derecha y otra vez a la derecha.

Hay que prestar atención porque se está cociendo a fuego lento un guiso venenoso que Europa ya conoce. Un ingrediente de ese guiso es una generación joven a la que conocemos poco y mal. Entre la gente que ha votado al esqueje de Vox tres cuartas partes tienen menos de 44 años. Hay algo aún más relevante: en el grupo de 18 a 24 años, los votantes de Vox y su esqueje llegan a sumar casi una cuarta parte. Lo digo para que nos fijemos en cómo se refleja en la realidad política esas frases que repetimos de cuando en cuando sobre “el miedo al futuro” de los jóvenes o su imposibilidad de albergar “un proyecto de vida”.

Para los que frisamos la cincuentena resulta difícil saber cómo se ha configurado el cerebro de la Generación Z, aquellos nacidos más o menos en la primera década del milenio. Se trata de chicos y chicas cuyos padres les entregaron un teléfono móvil por seguridad cuando empezaron a andar solos por la calle: podrían avisar si sufrían un contratiempo. Tratando de evitarles el peligro, los metieron solos en el bosque, de noche y sin linternas. Esta generación ya vota, algunos desde hace años, otros lo harán pronto. El psicólogo social Jonathan Haidt los analiza con mucha solidez empírica en su libro La generación ansiosa, recién publicado en España. Tengamos en cuenta que se trata de una generación ansiosa en la era de la ansiedad. O sea que no son bichos raros. Como diría Mafalda, esto no es el acabose, sino el continuose del empezose de ustedes. 

Uno de los datos espeluznantes del libro es este: entre los años 2010 y 2019 las chicas y los chicos de doce a diecisiete años sufrieron un 96% más de depresión. A esta generación se la ha usado como conejillos de indias. Los fabricantes de smartphones y los diseñadores de redes sociales se preguntaron: ¿qué le sucede a la especie humana cuando sus cachorros se crían aislados, pero virtualmente conectados? ¿Qué clase de ciudadanía emerge de ahí? La respuesta según Haidt es que ese ejemplar de Sapiens sale mucho más ansioso, sea macho o hembra (aunque los votantes de Vox y su esqueje son en su mayoría hombres). Una táctica electoral sencilla para atraerlos es un discurso ansiolítico que apacigüe la ansiedad. Una fantasía del tipo: los males sociales e individuales que padeces tienen un culpable, los migrantes. Si los encerramos en una gran cárcel, se solucionará todo. Es absurdo, pero relaja. Es el discurso Orfidal.

Hace unos días supimos que en la Italia de Giorgia Meloni, lejos de disminuir, ha aumentado la llegada de migrantes. Sin embargo, su gobierno de ultraderecha ha dejado de hablar de ello, porque ya no lo necesita airearlo como un señuelo sino ocultarlo. Como consecuencia de ello, ha disminuido la ansiedad social sobre la migración. Hay quien piensa que los extremistas no son tan peligrosos, porque se moderan al llegar al poder. Hay interés en poner a Meloni como ejemplo. Pero no nos engañemos: no se moderan. Sólo reducen la ansiedad que ellos mismos han creado.