El discurso del sí

Hace tiempo que se intuía y ahora es ya una realidad. Llegó a las plazas en 2011 de la mano del 15M. Fue instalándose poco a poco en los barrios, en los centros sociales y en los colectivos. Llenó las calles de optimismo y de ilusión, convenciendo a la gente de que el cambio es posible.

Es el discurso del sí. El del optimismo, el del claro que se puede. Una manera de hacer que potencia el trabajo en equipo frente al individualismo. Porque muchas cabezas pensantes son infinitamente más efectivas que unas pocas. La inteligencia colectiva al servicio del espíritu constructivo.

Tomó la iniciativa la PAH, transformando el “Stop Desahucios” en un “Sí se puede” que permitió quedarse en sus casas a miles de personas. La Marea Blanca lo materializó, logrando parar la privatización de la sanidad madrileña. Los movimientos sociales asumieron ese discurso constructivo y lo hicieron suyo. Y entonces empezó a plantearse la posibilidad de dar un paso más: tomar las instituciones para ponerlas al servicio de la gente.

El salto institucional también se está dando en clave positiva. Las nuevas formaciones políticas están configurando su discurso en base al sí. Guanyem, Podemos, Ganemos: empezando por el nombre, todas ellas hacen referencia a que el momento es ahora y a que el cambio es posible.

Una de las claves del éxito que ya están cosechando radica precisamente en la potencia del sí frente al no. Nos habíamos cansado de negar en voz alta. No a la LOMCE, no a la reforma del aborto, no a la corrupción. No a la guerra, Nunca Máis. Ahora repetimos una y otra vez que sí se puede. Que podemos construir en común una sociedad distinta. Sí al cambio, sí a una política nueva y sí a las instituciones. Sí a una vida digna y a poder decidir por nosotras mismas.

A ese sí discursivo se unen una serie de conceptos derivados que lo completan: la reivindicación de la alegría como forma de vida y de militancia, la ironía en el discurso político, el humor en la comunicación de ideas... Todo junto conforma un imaginario de cambio, de novedad. Aire fresco discursivo que ha hecho de la política un tema cotidiano para aquellas personas que no estaban familiarizadas con ella y empiezan a darse cuenta de lo importante que es en la vida diaria.

En su primer discurso como secretario general de Podemos, en el cierre de la asamblea ciudadana del pasado fin de semana, Pablo Iglesias aseguró: “No es que el miedo esté cambiando de bando, es que la sonrisa también está cambiando de bando. Cuando os insulten y difamen, sonreíd, porque vamos a ganar”. Una inyección de optimismo para sus simpatizantes, que ya son muchos. Sin embargo, también repitió en varias ocasiones que las “dificultades de verdad” están por llegar.

Y es que la nueva política tiene muchos retos por delante, y muy complicados. Por un lado, hacer frente a la campaña de desprestigio desde otros partidos y medios de comunicación, que trabajarán –trabajan, de hecho– sin descanso para empañar la imagen de los que ya consideran serios rivales electorales.

La pelea será sucia porque hay mucho en juego. También han de definirse a nivel interno, dotando a las organizaciones de los mecanismos necesarios para seguir compatibilizando la democracia de puertas para adentro con la operatividad. Y por supuesto tendrán que asumir el enorme reto institucional: llegar al poder supondrá, en muchos casos, enfrentarse a administraciones arruinadas, menguadas por los recortes, cuya gestión no será en absoluto un camino de rosas.

Es precisamente en los retos y peligros donde el discurso positivo puede encontrarse con su primer revés. ¿Y si los resultados electorales no son tan buenos como parece que van a ser? La decepción podría ser importante, después de meses repitiendo que sí se puede. Peor, si cabe, que las mayorías absolutas del PP tras la crisis del Prestige o meses después del 15M.

Siendo conscientes de las dificultades que van a surgir en el camino y asumiendo las contradicciones como parte del proceso, se puede construir un proyecto sólido para cambiar la situación actual. El momento político y social es esperanzador. Hay ilusión, hay alegría, hay optimismo. Hay ganas de construir y de hacerlo bien. Lo que no hay es marcha atrás: este es un proceso imparable, con sus defectos y sus virtudes. Puede que nos traiga algunos disgustos, pero seguro que nos dará muchas más alegrías.