Los dolorosos contorsionismos de Pedro Sánchez

Pedro Sánchez mira a la izquierda y a la derecha, no se sabe si para llegar a la Moncloa, a fin de ganar tiempo y desgastar a sus adversarios, con la intención de fortalecer su cuestionado liderazgo interno, como acto de precampaña para unas nuevas elecciones generales, o simplemente por razones estéticas. Lo cierto es que su contorsionismo es más propio de un mal tactismo que de una buena estrategia y resulta tan estéril que es difícil que nos persuada por mucho tiempo. Obviamente, la idea que le anima es que se penalice la inflexibilidad de Podemos o Ciudadanos, y que se acabe premiando al que intenta aproximar posturas y dialogar, facilitando el cambio, pero para que ese intento sea premiado tiene que ser sincero, creíble y realista. ¿Está haciendo el PSOE un esfuerzo genuinamente orientado a formar un gobierno progresista? Porque el escenario de bloqueo que tenemos por delante era más que previsible y todo el mundo sabe que en tal escenario mirar a izquierda y a derecha simultáneamente no soluciona nada.

Desde luego, no hacía falta ser un lince para adelantarse al veto mutuo que se iban a interponer Podemos y Ciudadanos, ni un gran matemático para saber que las cuentas no saldrían si no se incorporaba a los independentistas por activa o por pasiva. Es más, no hace falta recurrir al oráculo de Delfos para convencerse de que obviar al independentismo catalán no solo es completamente inútil sino que puede ser hasta pueril e irresponsable. De modo que cuando se observa la dolorosa tortícolis que padece Pedro Sánchez es lógico que uno se pregunte si lo que está viendo es la enésima representación de “salvar al soldado Sánchez”, una política de farol de signo partidario, o auténticos movimientos para facilitar seriamente un gobierno de cambio. Y subrayo “gobierno de cambio” porque no es lo mismo que “gobierno de recambio” o que un gobierno “apuntalado” por una derecha más adaptada, más limpia y aseada, pero profundamente neoliberal y depredadora. Vaya, cuando hablamos de “cambio” no hablamos de sustituir el ordoliberalismo de los viejos funcionarios de Estado por el de esos jóvenes tiburones financieros que tantas “alegrías” nos han dado en los últimos años.

No sé qué es lo que ve Pedro Sánchez cuando mira a su derecha, pero lo que hay a su derecha es un partido que asume felizmente la reforma del artículo 135 (ese mismo que el PSOE quiere reformar ahora para asegurar la financiación de los servicios y las prestaciones sociales) y que defiende la rígida aplicación de la Ley Orgánica 2/2012, de 27 de abril, de Estabilidad Presupuestaria y Sostenibilidad Financiera; una Ley que no puede quedar en manos de la discrecionalidad política del Gobierno sino que tiene que ser, dice Ciudadanos, “una disposición jurídica de disciplina que se ha de cumplir por todos y en los términos que establece” (P28 de su reforma constitucional).

Lo que hay a la derecha del PSOE es un partido que tiene una curiosa forma de blindar los derechos sociales; que se los toma tan en serio que somete su protección y garantía a estrictas condiciones económicas, estimulando finalmente o bien su desatención (precisamente en un momento de “escasez” provocada en el que son del todo necesarios), o bien la externalización y la privatización de los servicios sociales con los que se articulan, convencidos, como están, de que el sector privado podrá ofrecerlos de manera más eficiente. Por más que quieran ocultarlo, Ciudadanos siente una clara aversión hacia el sector público, una aversión que les ha vencido en no pocas ocasiones y que puede percibirse claramente en algunas de las propuestas que han planteado en el ámbito educativo y sanitario. Su apuesta por el contrato único e indefinido, que universaliza la precarización, su reforma fiscal favorable a las rentas altas, o esa subida del IVA para los productos de primera necesidad, que aumenta la vulnerabilidad de los más vulnerables, son también pistas que nos deja Ciudadanos para comprender su “plan de choque” contra la desigualdad.

En realidad, lejos de tal plan de choque, lo que hay a la derecha del PSOE es un plan de desmantelamiento del Estado social que no solo resulta continuista sino que no ofrece la más mínima resistencia a la política devastadora de la Troika. Solo hay que ver la incondicional entrega de derechos y soberanía que Ciudadanos hace a la UE en la P30 de su reforma constitucional. Ese es el plan que habita a la derecha del PSOE, exactamente el mismo que hemos sufrido estos años, el que ha incrementado nuestros índices de pobreza, y el que millones de españoles han querido reventar en las urnas.

Por supuesto, y no obstante lo anterior, todavía podría decirse que el PSOE y Ciudadanos están unidos en su común oposición al referéndum catalán, y que esta oposición es un buen motivo para mirar a la derecha. Sin embargo, incluso en este supuesto acuerdo hay diferencias relevantes que tienen que subrayarse, hay un itinerario y un currículum bien distinto, y hay motivos y motivaciones muy diferentes.

Está claro que Albert Rivera apuesta por la igualdad y la unión de todos los españoles, y, de hecho, tiene tras de sí el rastro españolista de su partido en Catalunya, sus devaneos con el PP, con la plataforma 'Som Catalunya, Somos España', con el partido xenófobo de Josep Anglada, con Libertas, y con el movimiento ultracatólico del francés Philippe de Villiers1.

El PSOE, en cambio, lo que quiere es un Estado federal, y lo que tiene detrás es la consulta legal y acordada que defendió el PSC en el programa electoral de las autonómicas 2012. Una fórmula que se apoyaba en la defensa de un Estado plurinacional –de naciones federadas-, plurilingüístico y pluricultural, y un Estado en el que Catalunya tendría competencias exclusivas referidas a derechos básicos, como el derecho a la educación, la sanidad, la vivienda, la justicia, la seguridad, la lengua y la cultura, y en el que también disfrutaría de su propia Agencia Tributaria. Es verdad que en las últimas elecciones Iceta sustituyó la consulta soberanista por un referéndum para validar una reforma federal de la Constitución, y que el federalismo simétrico y vago que se propugna no tiene en cuenta la diferente vocación política de autogobierno de las distintas comunidades, de manera que resulta, cuando menos, insatisfactorio (aun con nacionalidades históricas y un Senado territorial). Pero la consulta sigue siendo la mejor alternativa para una sección del partido y, en todo caso, la distancia entre el fetichismo nacional-español que padece Ciudadanos, y el diagrama que se plantea desde el partido socialista no puede reducirse de un plumazo.

En resumen, podría decirse que lo que más une hoy al PSOE y a Ciudadanos, aparte de cierta cosmética (cuya importancia no voy a relativizar), es exactamente lo que desune al Partido Socialista y a Podemos: la rigidez interpretativa de la historia propia impuesta por Susana Díaz, los barones y las baronías; una rigidez que tiene más que ver con la descomposición interna del partido que con una férrea adhesión del PSOE a las filas unionistas. Una interpretación interesada y parcial que puede obligar a Sánchez a condescender con el modelo antisocial de Ciudadanos.

1 http://www.eldiario.es/zonacritica/Ciudadanos-transgenico-marca-Ibex_6_382921750.html