Estos días se celebra en Viena el Quinto Foro Global de la Alianza de Civilizaciones de Naciones Unidas. Dentro de este encuentro se ha reservado un espacio para el Evento Mundial de la Juventud. Su secretario general, Ban Ki-Moon, nos pidió ayuda a los allí presentes para mostrar el camino a seguir.
Jóvenes procedentes de todo el mundo, que no sobrepasamos la treintena, nos encontramos en un foro multicultural y tratando de aportar nuestro punto de vista sobre cuestiones como el liderazgo responsable, la diversidad religiosa, la influencia de los medios de comunicación, la inmigración, la integración social. Un foro interesante aunque a veces estéril en resultados, donde el currículo exigido así como la disponibilidad para acudir a esta cita limitan mucho que el canal de comunicación sea verdaderamente eficaz. Una vez más, veo buenas intenciones que no alcanzan realmente el fondo de la cuestión que se quiere tratar.
Volviendo a las palabras de Ban Ki-Moon, se pide ayuda a la juventud para mostrar el camino a unos líderes-responsables que parecen darse cuenta de que algo está fallando.
¿A quién están pidiendo ayuda? El concepto de “juventud” cada vez resulta más difícil de definir. Lo que hoy se considera “joven” no tiene nada que ver con lo que hace veinte o treinta años era. No podemos definir con claridad qué espacio de la vida puede denominarse ya de tal manera, pues no hay factor que establezca una línea divisoria: ya no podemos hablar de emancipación económica, de reproducción, de autonomía como señal de dar el salto a la vida adulta. Y este concepto se hace cada vez más complicado en la medida en que ampliamos el foco y echamos un vistazo al panorama global.
Si por algo se caracteriza la sociedad actual es por el rápido cambio al que estamos sometidos: las nuevas tecnologías, la eliminación de muchas barreras en los mapas, la mejora de infraestructuras que permiten viajar con mayor facilidad, entre otros factores hacen de nuestras vidas un continuo ir y venir que en muchos de los casos, no deja espacio para la reflexión, para reposar la experiencia. Hemos crecido bajo unas premisas que en el momento de tener que materializarse, se han esfumado.
La incertidumbre en la que estamos aprendiendo a sobrevivir hace que acuñemos una marca de inseguridad que en muchos casos está suponiendo un sentimiento de frustración desafortunadamente generalizado. Lejos de poder identificarnos con aquéllos que fueron jóvenes en los años sesenta, los que ahora abanderan esta etapa de la vida nos caracterizamos por tener otro perfil. Dicen los estudios que nos movemos por impulsos individualistas, lo que hace más complicado que nos organicemos y que comprendamos la necesidad de las vías institucionales. Dicen también que nos movemos de manera un tanto impulsiva, atendiendo a causas concretas que en la mayoría de los casos nos afectan (o potencialmente nos afectarían) a nivel individual. Por lo que nos cuentan, las movilizaciones juveniles de mediados de siglo pasado respondían más bien a reclamos universales, marcados por ideales de solidaridad y globalidad. Ahora más bien parece que respondemos a un perfil generado por la sociedad de consumo.
Es pronto para sacar conclusiones, pero lo que sí considero urgente es prestar atención a la desafección generalizada que por parte de la juventud está teniendo lugar al respecto de la participación en la democracia tal y como se la viene entendiendo hasta ahora. Algunos piensan que la juventud actual se caracteriza por su apatía, por su desconfianza en el sistema. Falta tiempo para entender que lo más probable es que esa actitud poco comprendida por nuestros mayores no sea más que un cambio, una muestra del rumbo que queremos dar a nuestro destino.
Quizás nos encontremos más bien ante un plato de comida que no nos gusta, y no por ello dejaremos de comer. En este gran bufé de comida rápida no nos sentimos cómodos, pues nos dejan a un lado y vemos cómo nos han contado que podemos crear nuestro propio menú con interesantes ingredientes, nos han preparado para elaborar deliciosas recetas y al llegar, descubrimos que los ingredientes no están al alcance de nuestra mano, que no hay comida para todos, y que todo lo que nos han contado no encaja con la realidad.
El rechazo ante todo lo que hemos conocido es un revulsivo, una reacción lógica de decepción. Es una primera respuesta. Y hemos empezado a mirar dentro para ver qué ha pasado. Nos hablan de fallos sobrevenidos, nos aturden con cifras y datos mientras nos asomamos a nuestras propias vías de comunicación y descubrimos que en realidad hay más detrás: hay corrupción, hay responsables que, lejos de retirarse siguen intentando hacer piruetas para mantener su lugar. Hablan de nosotros pero sin contar con nosotros. Mientras van ya por el tercer plato siguen hablando de cómo dejarnos entrar en el comedor. Y resulta que nosotros también tenemos hambre: de opinar, de participar activamente, de comprometernos y de hacer nuevas recetas. Lo que ocurre es que no nos fiamos del todo de que las únicas vías sean las que nos han hecho estudiar. Porque ya nada nos encaja.
Hay infinitas maneras de construir un espacio nuevo, remodelando lo existente y dando un paso firme hacia el futuro que garantice un lugar para todos. Pero para que podamos crearlo hace falta que los jóvenes, esos a los Ban Ki-Moon pide ayuda, tengamos nuestro lugar. Estamos capacitados para asumir nuestro papel y ahora más que nunca estamos descubriendo que quizás no haya que pedir permiso, que simplemente haya que hacerlo y para eso, no nos queda otra, debemos organizarnos. Los partidos políticos, las organizaciones sociales son la vía de canalización de nuestra energía: y tendrán que asumir que venimos con ganas de democracia, pero de la de verdad.
No estamos dormidos, estamos estudiando bien por dónde empezar.