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Opinión - Los drones son para la guerra. Por Isaac Rosa

Los drones son para la guerra

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¿Te acuerdas cuando hace unos años el dron se convirtió en regalo estrella de las navidades? Como antes con el eBook o el patinete eléctrico, los reyes magos se hartaron de repartir drones pequeños y baratos, a los que podías acoplar una cámara o un móvil para hacer fotos y vídeos increíbles. Cómo nos fascinaban los drones: no había película o serie que no incorporase un plano cenital rodado con dron, se usaban en las retransmisiones deportivas, creaban increíbles dibujos en el cielo en inauguraciones olímpicas y fiestas de año nuevo en China. Y muy pronto los veríamos volando en nuestras ciudades, repartiendo paquetes, ese era el futuro que nos prometía Amazon. ¿Te acuerdas?

A la vuelta de unos pocos años, el dron que te trajeron los reyes coge polvo en un altillo, junto al lector de eBook y la vieja yogurtera. Los planos cenitales en el cine ya no impresionan a nadie. Y los envíos en las ciudades no los reparten drones voladores ni coches sin conductor, sino ciclistas explotados y transportistas que no pueden parar ni a mear. El futuro era esto, colegas. ¿Y qué fue de los drones? Triunfaron, sin duda: hoy se fabrican y usan más que nunca. Y aunque tienen muchos y muy importantes usos civiles, han encontrado su lugar natural: la guerra. Para eso se inventaron, qué te creías. Para matar y destruir fácil y barato.

No es una novedad, pues ya en Afganistán se usaron masivamente contra los talibanes y la población civil. Un piloto norteamericano operaba el aparato desde una base cercana a Nueva York, en horario de oficina, sentado en un sillón de gamer, con un joystick y una pantalla. Desde miles de kilómetros podía disparar y liquidar a un combatiente afgano, o masacraba una boda entera, y luego se iba a comer a su casa. Cero riesgo, cero empatía con el enemigo, cero dudas morales. Desde Afganistán, los drones han ido ganando presencia en todos los conflictos de este siglo, hasta ser los reyes de las actuales guerras en Gaza y Ucrania.

En Gaza (y ahora también en Cisjordania), el ejército israelí emplea sus drones en liquidar miembros de Hamás, que previamente ha marcado como objetivo un programa informático. Sin levantar un caza del suelo ni malgastar un misil. Los de Hamás, sus familias y todo vecino al que pille cerca. Israel, que es una potencia tecnológica en armamento, y que fabrica drones sofisticados aprovechándose de ayudas europeas. Al mismo tiempo, Israel sufre ataques con drones de sus enemigos regionales, lo mismo Irán que Hizbulá o los hutíes de Yemen, lo que le obliga a un empleo continuo de las defensas antiaéreas, y una considerable factura militar.

Y luego está Ucrania, convertida en escaparate y campo de pruebas de los fabricantes de armas, y donde los drones están provocando un cambio de paradigma bélico comparable a la aparición de la pólvora, la ametralladora o la aviación en las guerras modernas; inventos que desequilibraban el combate y obligaban a guardar las espadas, jubilar la caballería o repensar la defensa de un territorio.

En el caso de los drones, un ejército puede disponer de miles de ellos a bajo precio, para desbordar las defensas del enemigo, causándole daños y obligándole a un coste económico enorme. Un dron que vale unos pocos cientos o miles de euros, contra un tanque que cuesta millones. Un dron barato que obliga a usar un sistema antiaéreo carísimo. Un dron submarino que daña un buque de guerra. Drones del tamaño de un juguete, que se cuelan en la torreta de un tanque; o grandes como un avión y capaces de transportar misiles. Drones que localizan objetivos para que sean machacados por la artillería. Drones con visión nocturna que impiden la llegada de suministros y la retirada de heridos. Drones kamikaze. Enjambres de drones que destruyen instalaciones vitales y aterrorizan poblaciones.

Esta semana fue Kiev la que sufrió el enésimo ataque de drones rusos, pero poco antes había sido Ucrania quien había llegado hasta Moscú. El frente lleva más de dos años en que cada metro ganado cuesta semanas de combates y cientos de vidas, en buena parte por los miles de drones sobre el terreno. Además del daño causado, tienen un efecto psicológico devastador: esos vídeos donde, como en un videojuego, vemos vehículos en movimiento que son destruidos por el mismo dron que los graba, hunden la moral de la tropa. El zumbido de las hélices, que en algunas zonas del frente se oye a todas horas, debe de ser una pesadilla. Ambos contendientes dedican su capacidad industrial a fabricar más, a la vez que los compran por centenares de miles en el mercado mundial. Y el futuro pinta estupendo, cuando los drones de guerra funcionen totalmente autónomos mediante inteligencia artificial.

Quién nos lo iba a decir, que los fascinantes drones que les pedíamos a los reyes magos, acabarían sirviendo para la guerra. Qué sorpresa.