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Dudas y expectativas en torno a Podemos

Pablo Iglesias, en la presentación de Podemos. / Europa Press

Víctor Alonso Rocafort

Tras una semana caótica, donde la estrategia de lanzamiento de Podemos saltó por los aires y parecía que cada cual iba a intervenir fruto de los nervios diciendo una cosa y la contraria, el viernes, en el Teatro de Barrio de Madrid, se escuchó un discurso único y coherente. Hoy la noticia está en que se lograron los 50.000 apoyos solicitados en apenas día y medio.

Algunos firmantes del manifiesto, como Santiago Alba Rico y Raimundo Viejo, habían mostrado sus líneas rojas a lo largo de la semana. El contrapeso que Izquierda Anticapitalista (IA) puede hacer para que Podemos no se salga del discurso clásico de la izquierda parece que se tendrá en cuenta. No se escuchó una sola mención al patriotismo en la sala. A la vez, el respeto y la mano tendida a otras formaciones, principalmente a Izquierda Unida, también se retomó con elegancia el viernes. Todo ello pese a los recelos históricos de parte de IA y alguna salida de tono durante la semana en Twitter.

Así, en una presentación coral, sin grandes sorpresas ni apoyos de última hora, pero con un teatro abarrotado y decenas de personas aguardando en la calle, el protagonista esta vez fue el “método democrático”. Un concepto de raíces puritanas, utilizado por Joseph Schumpeter precisamente para lo contrario, para elitizar la política, se escuchó el otro día como llave participativa.

El programa de Podemos surgirá en un primer momento de la colaboración a través de Internet. Es cierto que esto no es original, ni mucho menos garantía democrática per se. Lo que suena mejor es que se organizarán comités de apoyo en los pueblos y barrios del país a partir de las conexiones virtuales realizadas. Si se logran transformar las firmas digitales en algo tangible, hay una oportunidad de crear asambleas con poder decisorio sobre el programa, sobre el rumbo general del proyecto.

Dado el escepticismo que un líder mediático y una operación poco transparente ha despertado en el entorno post 15M, una cuestión por resolver será cómo convivirán estas posibles asambleas con otras iniciativas ya en marcha.

Eso sí, Podemos cuenta con un argumento muy popular que se repitió con insistencia en el Teatro de Barrio: aquí votarán todos. Como bien ha expuesto Alberto Garzón, las primarias abiertas no garantizan que un proceso sea más democrático ni más justo. Lo que está claro es que sin echar abajo la ley de hierro oligárquica que atenaza los partidos –apuesta del propio Garzón–, las listas seguirán siendo cocinadas. Y ante eso no hay color.

Más aún, el modelo de partido que se demanda es otro. Con afiliaciones bajas y en descenso dentro de los partidos de izquierda, la dependencia económica del aparato respecto a sus afiliados resulta mínima. De ahí las libertades que a menudo se toman las cúpulas. Eso ya no debería ser posible, y menos desde la izquierda. Más aún en un tiempo de alta indignación política en el que deberían explorarse nuevas fórmulas de compromiso cívico.

Pero vayamos concretando las dudas sobre Podemos.

La primera reside en el liderazgo. Soy de la opinión de que fiarse en política de una sola persona es una temeridad. De ahí que lo más prudente, además de democrático, sea apostar por el reparto del poder. Otro asunto clásico que me preocupa tiene que ver con las relaciones de narcisismo que se pueden establecer entre un líder y sus seguidores.

Sería pues deseable que el papel de Pablo Iglesias se restringiera a ser portavoz de quienes construyen un proyecto, con la función primera de conectarlo con una amplia mayoría social. Y es que las diferencias entre el rol de líder y el de portavoz son enormes. Un líder es capaz de cambiarte el programa en un calentón televisivo; un portavoz no. Aquí aparece la cuestión de cómo explorará Podemos mecanismos como la rotación, la rendición periódica de cuentas y la posibilidad permanente de revocación.

La segunda duda reside en la voluntad y la capacidad real de promover la participación prometida para, ahí es nada, construir un programa de transformación política radical desde la izquierda.

El lanzamiento no fue un ejemplo de participación. Y el ambiente el viernes en Lavapiés era de improvisación. Hay ideas, ganas de hacerlo bien, se están desarrollando herramientas, pero todo está por hacer. La dirección de orquesta no ha recaído en gente salida del 15M, sino que procede de esa Élite al Revés de la izquierda que Alba Rico describía en su artículo. Con las fortalezas y debilidades que conlleva.

Partir del respeto a los derechos humanos es avanzar mucho, al menos tal y como estamos hoy; pero no suficiente. Saber combinar la apertura social de la iniciativa con unos contenidos de profunda ruptura económica y democrática, más allá también de lo que apunta el manifiesto, será otro de los retos por dilucidar. Y darle la necesaria dimensión europea, otro más.

La tercera y última duda reside en un aspecto mediático del proceso recién iniciado. Llevamos décadas quejándonos del alineamiento de los periódicos tradicionales con los partidos, de los enjuagues que ello provoca. Cuando esto sucede, la información corre el riesgo de convertirse en propaganda. Peor aún, si le das poder, hay medios dispuestos a marcarte temas y tiempos, como ya ha pasado. Recordemos así que esta iniciativa busca implicar a la gente desde abajo: tal como habrá independencia de los bancos también debería haberla respecto a los medios.

Finalmente, la expectativa.

Podemos va a lograr muchos apoyos; ya lo está haciendo. El espacio en disputa que será va a depender estas primeras semanas de la relación entre anticapitalistas y tuerkos. En esa labor algunas figuras unificadoras se revelan clave, pero pronto han de ser personalidades de peso y nuevos rostros quienes presionen la iniciativa hacia abajo, hasta que sea un verdadero instrumento de la gente implicada.

Izquierda Unida debe saber que los apoyos se van a multiplicar por cada aparición televisiva que haga Pablo Iglesias, por cada acto, por cada tendencia en Twitter que se logre. Más aún si todo un referente como Julio Anguita califica la idea de “excelente” –ya hay voces que reclaman el papel mediador del Frente Cívico–.

En este escenario, puede que los dirigentes de Izquierda Unida acepten el envite. Saben que la formación no puede seguir permanentemente enrocada en su nomenklatura. Es hora de abrir ventanas a una candidatura unitaria, plural y común con más formaciones, lo que puede suponer el germen de un frente de izquierdas. Es hora de que dejen paso a lo mejor de su propia gente, tan valorada por todos. En realidad, el desbordamiento popular de esta iniciativa podría ayudar a acabar con aquello que lastra a IU a ojos de tantos.

Si consiguen algo de todo esto, el paso de Pablo Iglesias habrá merecido la pena. Eso sí, desde Podemos dicen que no van a detenerse en mayo. Preparar desde ya una posible unión también para las municipales puede ser otro acicate.

Esperemos por tanto que este proyecto no acabe en orgullosas divisiones ni mero ilusionismo. La crisis es tan amplia, profunda y urgente que necesitamos altura de miras por parte de todos.

Escuchar de igual a igual a otras formaciones cercanas, aprender del buen hacer de los movimientos sociales, bajar a las asambleas de base, reconocer que IU sigue siendo imprescindible, apoyar un proceso constituyente o permanecer muy atentos a la Carta por la democracia que se lanzará en unas semanas, son algunas de las tareas ineludibles para cualquiera que quiera fraguar la unidad para las izquierdas.

Si esto se logra articular desde la centralidad de las decisiones tomadas desde abajo, respaldados por una amplia participación popular, realmente podemos estar ante el primer paso para, al fin, ganar. Y más importante todavía: para hacerlo bien.

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