Las claves del coronavirus
GUÍA | Síntomas, medidas y claves: las últimas preguntas y respuestas sobre la pandemia
DATOS | Mapas y gráficos de la evolución del coronavirus en España y en el mundo
Hace unos días, en una radio argentina, dije que quizá este sea el momento de reorganizar los afectos. Era algo a lo que llevaba dándole vueltas desde que empezó el aislamiento y ya no había forma de evitarse a una misma. La hay, pero es más difícil. Las preguntas son más evidentes, las ausencias también, los miedos, las prioridades, la falta de lo que de verdad sientes como necesario no ya para sobrevivir sino para ser feliz.
Yo he decidido agarrarme a todo lo que tengo aquí delante para combatir la incertidumbre. El sábado por la mañana, en el balcón, con el vaso de vermú y una rodajita de limón, me sentí capaz aunque no sabía bien de qué ni por cuánto tiempo. El lunes, con el cielo blanco y la calefacción encendida, me vine abajo. Y es que el tiempo está un poco como nosotros: ambivalente.
Quizá quiera demostrarnos que es verdad eso de que después de la tormenta viene la calma o que en toda oscuridad hay algo de luz o cualquiera de esos otros tópicos tan manidos pero tan socorridos en estos tiempos. O quizá es que la ambivalencia está en la naturaleza y en nosotros, y ni siquiera tiene sentido diferenciar porque es lo mismo, aunque nos hayamos olvidado.
Estamos preocupadas o enfermas o asustadas o cansadas o casi todo a la vez, pero a veces también estamos esperanzadas, contentas, cachondas, efervescentes, sorprendentemente enteras. Oscilamos entre la pena de los 800 muertos al día, la morgue del Palacio de Hielo, la voz entrecortada de los abuelos al teléfono, la paranoia del supermercado o la nostalgia de la ausencia y el estallido súbito de ánimo una mañana cuando entra el sol por la ventana, el deseo viscoso entre las piernas, la imaginación de lo bueno que vendrá, la risa absurda de repente.
Puede que sea el momento de repensar y reorganizar los afectos. Los tiempos, las maneras, los prejuicios, hasta los miedos, las personas. Que luego viene una pandemia y nos barre todo. ¿A quién echas de menos?, ¿con quiénes te imaginas el abrazo cuando termine todo esto?, ¿a quién quieres besar?, ¿quién está?, ¿qué sobra?, ¿cómo estás?, ¿vamos a seguir haciendo cosas o estando con personas que solo nos gustan a medias?, ¿hay otra forma de ordenar todo esto?
También sirve para los afectos colectivos. En lugar del lenguaje de la guerra podríamos hablar el lenguaje del cuidado. Mejor vulnerables que imbatibles todo el rato. Mejor cuidándonos que peleando contra nadie. Mejor reconociéndonos como una red que se teje y que necesita de todos los hilos que como soldados que libran batallas individuales con heroicidad. Mejor decir que tenemos miedos que seguir ocultándonos constantemente bajo la capa de la valentía. Mejor lo común.
¿A quién echas de menos? Yo quiero oler a mi madre cuando la abrazo, ver a mi padre tenderme una copa de vino, pelearme con mi hermano. Quiero llegar a casa de mis abuelos y que me abracen y abrazarlos. Quiero besos concretos y hacer de lo tierno algo salvaje. Quiero escuchar de nuevo a ese ser pequeño que gritaba 'coronavirus' corriendo por la casa. Desordenarle el pelo. Cocinar para él bizcochos de sabor dudoso. Abrazarle muy fuerte hasta que se queje. Hacer la vida, la normal no, la que sea que esté por venir.
GUÍA | Síntomas, medidas y claves: las últimas preguntas y respuestas sobre la pandemia
DATOS | Mapas y gráficos de la evolución del coronavirus en España y en el mundo