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Un ecologismo en el que todos nos sintamos cómodos

La crisis climática y la escasez de recursos hacen que sea “hoy más necesario que nunca” acudir a la naturaleza no solo como fuente de recursos sino también de sabiduría e inspiración EPA/FAROOQ KHAN/Archivo
12 de diciembre de 2020 21:50 h

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Vivimos uno de los momentos más trascendentales para el futuro de nuestra especie. O por lo menos para nuestro futuro como habitantes de este maravilloso, único y extraordinario planeta.

Por eso es necesario apelar a nuestra condición de seres humanos antes que de ciudadanos para desde ahí, desde esa base existencial que nos une al resto de la biodiversidad, anteponer a cualquier otro el alto privilegio de habitar la Tierra.

Porque a pesar de que quien ha sido considerado como uno de los mejores científicos de todos los tiempos, Stephen Hawking, la abandonó proclamando que nuestra etapa como terrícolas estaba llegando a su fin (600 años como máximo se atrevió a decir), somos muchos los que nos negamos a aceptar que nuestro futuro, el futuro de la humanidad, pase por emigrar al planeta Alpha Centauri. Y por eso somos, en el sentido más amplio de la palabra, ecologistas.

Pero, ¿qué significa ser ecologista? La cuestión puede parecer muy simple pero no lo es. A mi juicio el diccionario yerra al definir esta palabra con el significado de “el que defiende activamente o es partidario del ecologismo”. Porque ese “activamente” es lo que genera prevención y recelo en muchos.

Porque ser ecologista no tiene nada que ver con defender activamente una idea o ser partidario de un determinado pensamiento o tendencia. De la misma manera que ser ecologista no es militar, una determinada formación política tampoco se demuestra exhibiendo el carnet de pertenencia a una determinada ONG o abanderando una causa que defendemos y reclamamos como propia cuando en realidad está siendo defendida también por muchos otros (entendiendo por otro ese Otro del que nos habla Kapuściński).

Ser ecologista es algo más inmanente a nuestra condición de ser humano, más íntimo y más genuino que todo eso.

Ser ecologista es entender y aceptar que planeta y hogar son sinónimos interesándose por igual sobre el estado de conservación de uno y otro. Y donde pongo hogar pongo negocio, país o institución. Porque el ecologismo no solo se ejerce desde el activismo social o la militancia, sino también desde la ciudadanía de base, desde la empresa o la gobernanza.

Por eso es tan importante ampliar la matriz del ecologismo para que quepamos todos: cada uno desde el ejercicio de su actividad, en la medida que pueda contribuir con sus decisiones. Hay que ensanchar el espacio en el ecologismo para que vaya entrando el resto y todos nos sintamos cómodos. De lo contrario, corremos el riesgo de que no trascienda en el gran movimiento social que necesitamos.   

A menudo añoro la ética ambiental del ecologismo íntimo. Ese sentimiento puro, ante todo fraternal y sincero que muchos sienten pero no exhiben y que, en palabras de Paloma Nuche y Fernando Valladares, reivindica “un mundo en el que todas las personas tengan acceso a un aire y agua limpios y a unos sistemas de producción de alimentos que no agoten los recursos naturales, que funcione con energía limpia y renovable. Un mundo, en definitiva, en el que la vida esté en el centro, en el que su cuidado y promoción sean el verdadero objetivo de todas nuestras actividades”. Una definición que, compartida en este mismo diario , se acerca mucho a la que quizá podríamos compartir todos.

Por eso creo que ha llegado el momento de recuperar las esencias humanistas del ecologismo, esos principios de concordia con el planeta y de amor consciente a la naturaleza, para que se conviertan en los principios universales que rijan en todas las actividades y todos los ámbitos de nuestra sociedad.   

Si queremos avanzar hacia un desarrollo sostenible (no hay alternativa) basado en una relación más fraternal con el planeta, es urgente repensar lo que estamos proponiendo en nombre del ecologismo a fin de que sea aceptado por todos y, reconociendo la dificultad de la tarea, llamar al orden a los que lo empuñan desde el elitismo social y rehúyen de cualquier avenencia con los otros.   

Sólo recuperando el humanismo y la filantropía que preconizaron los pioneros del ecologismo filosófico conseguiremos sumar voluntades en torno a la necesidad de cambiar de modelo de desarrollo, y solo sumando voluntades y diferencias alcanzaremos una concepción del ecologismo en la que todos nos sintamos cómodos y desde la que avanzar juntos.

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