Conciencia sobre un planeta herido
Retorno un año más a la nueva edición del Festival Internacional de Cine y Medio Ambiente de Zaragoza, Ecozine, y lo hago con un sentimiento entreverado de ilusión y alegría, pero también de tristeza y desolación. Pedro Piñeiro, artífice y director de este festival me recibe con una máxima que le otorga a su alegría la calidad de la consciencia: “Somos gente pequeña creando actitud de cuidado en un mundo que se nos cae”.
La razón no es suficiente
A estas alturas, la batalla de la razón, a propósito de la necesidad perentoria de crear un nuevo contrato social entre nuestra especie y el medio, parece ganada. Son ya décadas de luchas, de informes, de análisis, de propuestas, de movilizaciones, que han reafirmado lo insoslayable de la causa ecologista: que no se puede mantener la idea de un crecimiento infinito en una realidad biosférica limitada, que no hay una dicotomía real entre nuestra especie y el medio, porque nuestra ecodependecia es total, que no hay más remedio que crear las bases de una transición que nos saque, de una vez por todas, de un sistema que ha combustionado nuestro presente a golpe de consumismo, poniendo en grave peligro nuestro futuro.
A estas alturas ya nadie es capaz de mantener sin sonrojo, esa artificiosa separación entre aquellos que luchaban por la defensa del medio ambiente frente a aquellos otros que lo hacían por la justicia social, toda vez que, inevitablemente, sólo podemos sostener el planeta a partir de criterios de equidad y que esa equidad, sólo puede ser cierta en el tiempo si se tiene en cuenta la capacidad de reposición de los recursos planetarios.
Tenemos todas las razones, y sin embargo no es suficiente, porque las razones no pueden nada ante el imperio de quienes se rigen por un visceral determinismo que viene a justificar la idea una minoría “especial” con el poder (y el deber) para controlar y dilapidar los principales recursos del mundo.
Cultura de cambio
“No nos queda más opción que mostrar, que enseñar, que emocionar, incluso que conmocionar para crear un estado de opinión suficiente como para que se provoquen cambios globales”, añade acertadamente Piñeiro. Lo que me lleva a pensar que resulta imprescindible ganar la batalla de las emociones, disputando la hegemonía cultural a quienes han hecho del despilfarro su mayor argumento.
Por eso vuelvo un año más a Ecozine. Porque en este festival uno se puede encontrar con películas profundamente dolorosas en las que se narra la destucción humana y de la naturaleza, pero también se pueden visionar auténticos hallazgos en los que la alegría emerge de la voluntad colectiva de preservar y preservarse. ¡Que marchitos resultan aquellos que apuntan con soltura, e incluso rigor, la profundidad del colapso ambiental sin arriesgar alternativas, así sean estas imperfectas y parciales!
El formidable equipo de Pedro Piñeiro, apoyado por el Ayuntamiento de Zaragoza, ha logrado consolidar una referencia cultural de primera magnitud en pleno secano de recortes y a pesar del barbecho neoliberal. Así lo atestiguan sus ocho años de historia, que en esta nueva edición hayan sido seleccionados para concursar 60 films de un total de 263 películas provenientes de 47 países, y que en esta ocasión Zaragoza, a través del Ecozine, acoja la entrega de premios de la red de festivales de cine ambiental más importante del mundo, la Green Film Network Award.
Sin lugar a dudas, abrir los ojos en el Ecozine es mirar el alma de una tierra y unos habitantes necesitados de una alegría y un cambio tan urgentes como sustanciales.