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La edad de plástico debe llegar a su fin

A pesar de alcanzar los ocho metros de longitud y las tres toneladas de peso, el zifio de Cuvier (Ziphius cavirostris) es uno de los animales más desconocidos del planeta. Con su curioso aspecto entre delfín y ballena, se trata del cetáceo que vive a mayor profundidad y que permanece durante más tiempo en el fondo marino.

El estudio de la especie demuestra que los zifios pueden sumergirse hasta tres kilómetros de profundidad, donde el silencio y la oscuridad son absolutos, y permanecer allí abajo por más de dos horas. Pero es que además cuando salen a tomar aire a la superficie apenas se dejan ver un par de minutos antes de volver a sumergirse. Por ello, debido a ese carácter esquivo y al misterio que los rodea, son pocas las noticias que nos llegan de este género de cetáceos.

La semana pasada apareció un ejemplar de zifio de Cuvier agonizando en aguas del Pacífico: en el Golfo de Dávao, al sur de la isla filipina de Mindanao. Los expertos del D’Bone Collector Museum que acudieron a su rescate no pudieron hacer nada por salvarlo. Al abrir su estómago para iniciar la autopsia empezaron a salir plásticos como si fuera un surtidor: el pobre animal había ingerido más de 40 kilos, principalmente bolsas.

Los responsables del museo aprovecharon el caso para hacer un llamamiento a los medios de comunicación de todo el mundo: “nunca habíamos hallado tal cantidad de plástico en el interior de una ballena: es un asco”, gritaban desde su cuenta de Facebook.

El drama de este ejemplar de zifio es uno más entre los innumerables casos de cetáceos muertos por plástico que se vienen dando en los últimos meses. Tantos que han dejado de convertirse en hecho noticiable. Pero es que sus muertes no son noticias: son avisos. Avisos que deberían hacernos reaccionar.

Hacia dónde vamos. En qué estamos convirtiendo este planeta si incluso las especies que habitan los fondos más profundos y remotos del océano no pueden escapar a la contaminación por plástico. Un planeta que no es de usar y tirar, del que no tenemos recambio ni lugar al que huir. Un planeta que no nos pertenece, sino que compartimos con el resto de seres vivos que lo habitan y a los que estamos plastificando.

El plástico se nos ha ido de las manos. De aquella parkesina descubierta a mediados del siglo XIX —el primer plástico, con el que se elaboraron las bolas de billar cuando el marfil empezó a escasear— hasta los restos de toda clase de polímeros que hoy tapizan la superficie y cubren los fondos del mar, ha transcurrido una breve era de la humanidad, un período que quienes vengan detrás tal vez lleguen a reconocer como la edad de plástico y que debemos superar urgentemente.

Los mares están inundados de plástico porque el plástico ha inundado nuestra vida diaria. Es urgente detener la producción y uso del plástico de un solo uso: pero es igual de perentorio reducir nuestra irresponsabilidad al consumirlo y gestionarlo como residuo.

El usar y tirar debe acabar. Hay que avanzar hacia un gran pacto mundial, no contra el plástico, sino contra su uso irracional. Las empresas envasadoras están obligadas a replantearse sus sistemas de producción migrando hacia otros materiales menos conflictivos y, en todo caso, anteponiendo la reducción y la reutilización al reciclaje. En ustedes está buena parte de la solución.

Basta de colocar en el mercado envases y embalajes superfluos. Basta de trasladar al consumidor la responsabilidad de gestionar los residuos de sus productos. Piensen en el continente antes que en el contenido: dejen de centrarse en mejorar la calidad de su producto y dediquen más atención a mejorar la calidad ambiental del envase que lo contiene.

Ahora bien, dicho esto, todos debemos seguir asumiendo nuestra responsabilidad. Una vez hemos usamos un plástico, una vez llega al final de su vida útil y se convierte en residuo en nuestras manos, es necesario recuperarlo. Los plásticos deben dejar de ser basura. Los plásticos son recursos y para ello debemos reciclarlos. Para que la edad de plástico llegue a su fin debemos dar paso todos juntos a la edad del reciclaje.