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El “efecto llamada” del fascismo

El ultraderechista detenido con un arsenal de armas, tras declarar su intención de matar a Pedro Sánchez, “era un buen deportista y una buena persona”. Nos lo cuenta un medio, citando fuentes de su entorno“. Suponemos que también saludaba a los vecinos. Con el brazo en alto. Los presidentes de gobierno del PSOE son como las mujeres asesinadas por el machismo: algo habrán hecho. Exactamente igual. Buenísimas personas las matan como correctivo a lo que merecen. Una tertuliana, ex subdirectora de informativos de Antena 3, entendía en RTVE la reacción del francotirador. Al sujeto le encendía que vayan a ser exhumados los restos del dictador Francisco Franco del Valle de los Caídos. Fátima Iglesias dijo, como pueden ver y escuchar esto: ”Al final decisiones como ésta (…) lo que despiertan es mucha crispación y cosas que estaban dormidas. Y cuando pilla a un señor que tiene problemas psicológicos y que tiene el permiso de armas porque se dedica a la seguridad...“ ocurre esto, sí.

Problemas psicológicos, la gran coartada que sería aplicable a buena parte de la derecha mediática entonces. Desde Carlos Herrera y sus tertulianos a Jiménez Losantos que siempre tiene dispuesta la lupara con total impunidad. Están tan crecidos, de hecho, que este viernes Losantos ha cargado contra la denunciante del francotirador, una dirigente de Vox. Supone que la expulsarán del partido “por lerda”, según informa El Plural. Lo describía a la perfección Carlos Hernández en eldiario.es en un artículo del que suscribo hasta las comas. Quiero pararme precisamente en la reflexión ante las reacciones de los medios y buena parte de la sociedad: “Mientras callamos, ellos hablan; mientras hacemos como que no existen, ellos siguen creciendo”. Empecemos pues con el relato como es.

Manuel Murillo Sánchez, 63 años, planeaba atentar contra el presidente como venganza por la orden de exhumación de los restos de Franco. Fue detenido en su domicilio de Terrassa, por la denuncia en efecto de una dirigente de Vox a quien pidió ayuda para la operación en un chat. Disponía de un arsenal de 16 armas de fuego, incluidos rifles de alta precisión y un subfusil de asalto. Todo ello, según la exclusiva de Público. Buscar ayuda para la comisión de un atentado es intentar crear una cédula. Terrorista. De terrorismo fascista. Pretender atentar contra un presidente de gobierno técnicamente es un magnicidio. Si así lo considera la justicia tras la evaluación de los hechos, por supuesto. Blanquearlo es otro problema. El tipo carecía de permiso para esas armas, nadie con presuntos problemas psicológicos debe tener permiso de armas. Cuatro rifles con alcance de 1,5 Km no son ninguna anécdota. Pero así se lo han tomado quienes blanquean el fascismo cada día como quien echa leche al café.

Y otra complicación que arrastramos, la justicia. Aunque inicialmente se dijo que la Audiencia Nacional rechazó el caso, lo que se explicó después es que no se le dio traslado. Pero, en un nuevo giro, ha terminado reconociendo que sí lo supo. Para no reponerse del bochorno, se argumentó que el arsenal de armas y la intención manifestada por el detenido no era una amenaza terrorista. Solo una “proposición de homicidio de autoridad”. Solo. Espeluznante figura jurídica cuya existencia ignoraba.

Imaginen la situación en otras personas. Es de suponer que la “proposición de homicidio de autoridad” se aplica por igual tanto para Pedro Sánchez como para Felipe VI pongamos por caso. O para cualquier líder de un partido de derechas. Especulemos con qué hubiera pasado si este tipo hubiera manifestado la intención de matarlos y dispusiera de semejantes medios para hacerlo. Cambiemos de autor. Imaginemos que, en lugar de un franquista, fuera un catalán partidario de la independentista con problemas psicológicos. Un árabe. Alguien de cualquier minoría. El tratamiento sería completamente distinto. Los gritos y portadas atronarían los medios. Pero no, la bula es para el terrorismo de extrema derecha. Siempre es la misma coartada. Siempre.

Y no nos hace falta ninguna imaginación para saber que han sido considerados reos de terrorismo tuiteros y raperos. Ni para asistir a las campañas de acoso y amenazas a cualquiera que incomode al franquismo y la derecha más reaccionaria. Hasta logran que se quite publicidad a programas como ha sucedido con El Intermedio.

Hace años que se ve venir. Lo sabe quien lo justifica diciendo que está dormido y presume que es mejor no despertarlo y vivir bajo su amenaza permanente. Ha habido múltiples casos, pero quiero destacar uno que cumplió todos los pasos del ritual.

En julio de 2011, un joven noruego, Anders Behring Breivik, siembra el terror en un país que jamás había conocido el terrorismo, paradigma de la democracia y el Estado del Bienestar. 77 personas murieron a sus manos gracias a la potente bomba que colocó. Después fue tiroteando, uno por uno, a los supervivientes que se encontraban en un campamento de juventudes socialdemócratas en la isla de Utoya. La mayoría de las víctimas tenía entre 14 y 19 años. En los primeros momentos la prensa occidental atribuyó el atentado al islamismo radical. Localizado Breivik, resultó ser un hombre alto, rubio, blanco, cristiano… y de extrema derecha. Entonces el discurso cambia: se trata de un loco aislado, un lobo solitario. Lo resalté en un libro publicado en 2011. Desde entonces los nuevos fascismos, fascismos de siempre, han crecido de forma exponencial. Se sientan ya en los centros de poder de numerosos países. Alentando en jauría a sus lobos solitarios.

Con esta justicia no vamos a parte alguna. No regenerar a fondo los órganos de poder, repartiéndose la composición entre PSOE y PP, parece seguir en la misma senda. Con la impunidad de los medios que se dedican con fruición al “Efecto llamada” del fascismo tampoco se abordan soluciones. Cierren el grifo de una vez.

Con unos dirigentes incapaces de ver la amenaza que supone el fanatismo de ultraderecha estamos vendidos. No se trata de personas, no, toda la sociedad es rehén. Esa, precisamente, compuesta “por buenas personas”. Aquellas a las que vio venir Martin Luther King cuando dijo para los tiempos que se avecinaban: “No nos parecerá lo más grave las fechorías de los malvados, sino el escandaloso silencio de las buenas personas”. No me cansaré de repetirlo. El gran activista de los derechos civiles lleva 50 años muerto, tras haber sido asesinado, mientras en su país manda Donald Trump, por votación en las urnas. El que envía tropas contra los desesperados, separa a los niños de sus padres, y ha convertido la verdad en un inmenso fake. Las mujeres le están poniendo coto, algo está cambiando, pero el gran ejército de apoyo al fascismo es una decisiva barrera ya en la mayoría de los países desarrollados. Se le minimiza, se lava.

Cabaret (1972) es para mí una inolvidable película. Se desarrolla en Berlín durante la República de Weimar, en 1931, y refleja el auge del nazismo. Esta secuencia es especialmente significativa. El mañana nos pertenece, cantan. Un anciano ladea con preocupación la cabeza. Los americanos se preguntan ¿Y aun creéis que podréis pararlo?

¿Y ahora, aún creemos que se puede parar? ¿Quieren? Frente al efecto llamada, está el efecto rechazo.