Nadie duda que el exministro José Manuel Soria es, como buen liberal español, funcionario del Estado y tiene derecho a continuar su carrera profesional. Tampoco nadie discute que el ex ministro Soria no está imputado, o acusado, o inhabilitado. No se cuestionan su condición profesional o penal. Cuando el gobierno o el PP recurren a tales argumentos para defenderse del escándalo responden a asuntos que nadie ha planteado mientras eluden las preguntas realmente escandalosas; lo hacen porque saben que no existe respuesta posible para ellas, al menos sin que se caiga la cara de vergüenza.
Que Soria tenga derecho a retomar su carrera no significa que tenga derecho a hacerlo como director ejecutivo del Banco Mundial. Tendrá título para reingresar en el cuerpo al cual pertenezca y proseguir su trayectoria en el nivel donde la dejó. En la administración española rigen, de momento, los principios de mérito y capacidad y en este caso se violan. No hay derecho, ni hay mérito, ni hay capacidad.
Soria ha sido designado por ser un ex ministro del PP, amigo y fiel apoyo de Mariano Rajoy. Lo ha nombrado además una comisión elegida por el ministro De Guindos, otro amigo del afortunado ganador. Estamos ante una decisión discrecional y puramente política. Nada que ver con el procedimiento administrativo o el reglamento. Refugiarse tras la función pública es propio de cobardes y constituye una mentira vergonzosa. Ni Soria posee derecho a la plaza, ni a la comisión le quedaba otra opción que reconocérselo A Soria lo han enchufado como pago por los servicios prestados a Rajoy. Esa es la pura verdad.
La función pública demanda ejemplaridad y transparencia. Nombrar a un ex ministro que tuvo que dimitir por mentir e intentar engañar a la opinión pública y hacerlo en tales condiciones, sólo pueden entenderse como ejemplo de que lo único que se regenera en España es la corrupción.
Si tan decente y limpio era el nombramiento cuesta entender por qué se aguardó al final del debate de investidura, apurando los plazos hasta el último segundo, para anunciarlo con nocturnidad y alevosía. No se explica haber privado al candidato Rajoy de poder apelar en su discurso a un ejemplo tan cristalino del éxito de sus políticas de regeneración política y creación de empleo, Sólo la mala conciencia y la estrategia de los hechos consumados explican tamaño desperdicio.
Todos quienes un día sí y otro también abogan por dejar gobernar a Rajoy en nombre de la estabilidad y la responsabilidad deberían tener muy presente el ejemplo Soria. Nada ni nadie encarnan mejor qué significa exactamente “dejar gobernar a Rajoy”, qué esconde realmente la aparente neutralidad de semejante afirmación: que siga decidiendo como siempre, usando las instituciones a beneficio de los suyos y ejecutando su programa de recortes económicos, sociales y políticos mientras a los demás apenas nos queda el derecho a patalear e indignarnos.