¿Quién se atreve a hacer pronósticos políticos para los próximos meses? ¿Alguien se arriesga a aventurar qué pasará en las municipales y autonómicas? ¿Y en las generales?
El resultado de las europeas, y la sacudida que desde el domingo recorre a la izquierda política, los movimientos sociales y a tantos ciudadanos, se ha convertido en una grieta en la verosimilitud: lo que hasta ayer era improbable, incluso imposible, hoy entra en el campo de lo probable, de lo posible.
Hasta el domingo, todos teníamos más o menos una composición de por dónde discurriría el futuro más cercano, aceptábamos unos límites estrechos. De repente ese marco se ha ensanchado, sus límites han saltado en pedazos. Lo que ayer era increíble, hoy ya no lo es tanto.
Vuelvo a la pregunta inicial: ¿quién se atreve a vaticinar lo que sucederá en las municipales del próximo año? Por ejemplo, en el Ayuntamiento de Madrid. Hasta el domingo pasado, toda mi esperanza de desalojar al PP pasaba por un acuerdo post-electoral entre PSOE, IU y alguna otra fuerza minoritaria, por no creer posibles otras mayorías electorales. Y lo mismo en muchos otros ayuntamientos y comunidades. Nadie se hacía ilusiones con otro escenario, con una victoria de fuerzas políticas que no incluyese en el cálculo al PSOE.
De pronto, lo imposible se vuelve posible. No es fácil, lo sé, pero ya no es descabellado imaginar que un frente amplio, una coalición, una lista ciudadana, alguna fórmula imaginativa que ensanche aun más la grieta, pueda poner patas arriba el escenario municipal, hacerse con el ayuntamiento. Insisto: no es fácil, incluso muy difícil. Extremadamente difícil, si quieren. Pero ya no es imposible. Ya no es impensable. Ya no es inverosímil.
El hundimiento del PP en sus territorios más leales, el agujero sin fondo del PSOE, la aparición de Podemos y el ascenso generalizado de las izquierdas, y sobre todo el calambre que estos días recorre a partidos, movimientos y ciudadanos, han invalidado las categorías de verosímil-inverosímil que funcionaban hasta ayer. Ahora nos lo creemos: que podemos recuperar los ayuntamientos, las comunidades, convertir en fuerza electoral lo que hasta ahora era fuerza social.
El suelo se mueve bajo los pies, y algunos se apresuran a taponar la grieta: ya sea alarmando, recurriendo al miedo (la ingobernabilidad, el radicalismo, el populismo, ETA, lo que se les ocurra…); o bien lanzando pronósticos que se pretenden profecías de autocumplimiento (que las aguas volverán a su cauce, que lo de las europeas es un espejismo, flor de un día…).
Hace ya cinco o seis años que la verosimilitud se quebró, se ensanchó, saltó en pedazos: pero solo lo había hecho en un sentido, para un bando. Todo lo que hasta poco antes nos parecía improbable (recortes de derechos, contrarreformas, bajadas salariales, saqueo generalizado, impunidad, crisis europea), ya no lo era. De pronto, todo era posible, cualquier cosa podía ocurrir: la ruptura del euro, el rescate del país, el empobrecimiento generalizado, el despido libre, el endurecimiento represivo. Ningún escenario era ya impensable.
El campo de lo verosímil se había agrandado, pero solo para un bando: las políticas alternativas, transformadoras, seguían siendo imposibles; invertir el signo de los tiempos entraba en lo inverosímil. Nos creíamos que eran capaces de decretar cualquier barbaridad antisocial, pero no nos creíamos capaces de ganar, gobernar y aplicar otras políticas.
Como escribe Belén Gopegui (Un pistoletazo en medio de un concierto), referido a la novela pero válido para otras categorías, “la verosimilitud es un concepto ideológico”, propiedad de unos pocos que la han okupado aunque se presenten como sus legítimos propietarios. Ellos deciden qué es verosímil y qué inverosímil. Qué es posible y qué imposible.
Y aquí estamos. Vuelvo a repetirlo, por si no se me entendió: todo sigue siendo difícil, mucho. Todo sigue estando por hacer, y los obstáculos son enormes. Ganar ayuntamientos y comunidades, aspirar a una mayoría de cambio para las generales, derrotar a los antisistema que nos gobiernan. Tremendamente difícil. Pero ya no imposible. Ya no increíble. Y eso supone un paso gigante, un cambio de expectativas y cálculos, un terremoto.
El miedo aun no ha cambiado de bando, tampoco el dolor. Pero la verosimilitud sí. Es un primer paso. Y no pequeño.