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Más emociones no, por favor

Urna electoral en las elecciones municipales.

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Esto va de emociones. Es el nuevo consenso entre los sabios para explicar lo que nos está pasando desde el 28M. En España gusta mucho encontrar una explicación que resuma todo en una palabra, como mucho en una frase; nos encanta.

En los ochenta era que a los votantes de izquierda no les importaba la corrupción y por eso votaban a Felipe González con pelotazo y todo. En los noventa era la gestión y por eso ganó Aznar, que no tenía ideología, hasta que la tuvo. En el principio del siglo era a los votantes de derechas a quienes no les importaba la corrupción y por eso seguía el PP. Con la Gran Recesión la culpa pasó a ser del bipartidismo y los grandes consensos de la Transición y, por eso, la nueva política venía a cambiarlo todo. Hoy, los mismos que cantaron el fin del bipartidismo apuntan ahora a la fragmentación como causa de nuestros males. Hoy, los mismos que señalaban al consenso como el padre de todos los males del sistema apuntan ahora a la polarización como raíz de todos sus problemas.

La gran explicación para la aparente paradoja de que las cosas vayan bien y las políticas del gobierno de coalición estén bien valoradas, pero las elecciones las haya ganado y las pueda volver a ganar el Partido Popular y gobernar en coalición con la extrema derecha son, al parecer, las emociones. El voto emocional se impone al voto racional. No votamos con la razón basada en cuanto vemos y comprobamos, sino con la pasión de aquello que sentimos.

Podría ser. No digo que no. Igual que puede ser que dos de cada diez votantes digan que deciden su voto en campaña porque así lo hacen, no porque declararse fiel o próximo a un partido es algo que cotiza a la baja en estos tiempos de antipolítica. Hace diez años las campañas no importaban nada e incluso muchos hablaban de acortarlas. Hoy son la clave y lo deciden todo. España es así, señora, un torbellino de certezas.

Aunque también puede ser que le llamemos emociones a una racionalidad que no somos capaces de entender o que, simplemente, nos disgusta. La derecha cabalga sobre esa ola de emociones que es el antisanchismo. Pero pocas posiciones más racionales que el antisanchismo si piensas que la derecha nunca debió ser desalojada del poder por medio de una moción de censura, habiendo ganado las elecciones, y todo cuanto sucedió después es ilegitimo. O cuando tu situación económica es buena y lo que te preocupa ahora es que te bajen los impuestos; poco importa cuánto hayan ayudado las políticas de este gobierno si la alternativa te promete no cambiarlas, únicamente abaratarlas.

Pocas posiciones más racionalizadas que las de esos amigos del presidente Sánchez que dicen sentirse amenazados por el feminismo que llaman de confrontación y que, casualmente, implica un salto cualitativo en la eliminación de los privilegios que los hombres seguimos manteniendo, mientras vamos de enrollados. Nada más racional que argumentar la defensa de esos privilegios apelando a los sentimientos de amenaza y agresión. No es que seas un poco machista y defiendas tu posición de ventaja; es que tienes emociones.

Ganará quién más emociones proponga y maneje, sentencian los estrategas. Mira que si, al final, lo que nos pasa es que todos tenemos ideología, una forma de ver el mundo y cómo debe ser y votamos racionalmente por quienes la defienden mejor y con más convicción. Qué tontería.

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