Existe un lloro recurrente en los últimos días entre el empresariado patrio que se autodenomina con palabras sacadas de películas de brokers de Wall Street y flipados de Instagram, como “soñador”, “emprendedor”, “lobo”, “insaciable”, “tiburón” y demás adjetivos de crisis de los 40 traumada. Se queja amargamente de no encontrar trabajadores para sus empresas y de que no le laman los pies cuando necesita mano de obra para sus negocios.
Esta semana ha habido dos ejemplos igualmente despreciables. Primero Paloma Cervilla en la televisión pública, contando el caso de su amiga restauradora que no encuentra trabajadores porque prefieren vivir de las subvenciones, y después un reportaje denigrante contra la clase trabajadora del sector de la hostelería en El Español. Un discurso habitual, despreciativo y clasista, que considera que los empleados tienen que dar las gracias a los empresarios por trabajar, cuando son ellos los que dependen de su mano de obra para poder sacar adelante sus negocios. Ellos son los que tienen gracias a sus empleados y empleadas, no al revés.
La realidad es que los empresarios no son capaces de encontrar personal para sus negocios porque ofrecen condiciones de miseria que los trabajadores no aceptan. No sabemos cómo de profunda ha sido la afectación social de la pandemia a la cultura laboral, pero lo que es cierto es que estamos viendo sobrados ejemplos de sectores que se ven con problemas para cubrir sus puestos ofreciendo las condiciones previas a la pandemia. El trabajo ya no es el eje supremo sobre el que gira la vida de la clase obrera, ahora hay otras prioridades igualmente importantes y los empresarios se están viendo sorprendidos por el cambio de paradigma cultural que les está obligando a ofrecer mejores condiciones si quieren cubrir sus necesidades.
Es en cierto modo paradójico ver lo mal que llevan estos “empresarios de éxito” la libertad y la ley del mercado de oferta y demanda cuando se trata de aceptar que hay quien no acepta su mercancía laboral. Sabemos que no es posible que la gente no quiera trabajar para vivir de las subvenciones porque no existen subvenciones en España que permitan vivir sin trabajar, pero la queja recurrente nos indica lo que ocurriría si existiera una Renta Básica Universal que diera a los trabajadores fuerza negociadora: que los empresarios no podrían engañar a nadie con contratos de mierda.
Tienen la percepción clasista de un amo con su esclavo. Creen que les pertenecen, que les deben un favor, no conciben que la gente rechace sus ofertas de trabajo porque suelen ser mercancía averiada. Nadie que necesite un empleo va a rechazar un puesto fijo con seguridad y certidumbre y un salario de 1400 euros netos con catorce pagas con una jornada de 40 horas semanales. Nadie es nadie. El problema es que sus ofertas siempre tienen alguna trampa y no conciben que la vida de las personas trabajadoras no pueda adaptarse a sus exigencias. Uno de los cocineros que apareció en el reportaje de El Español que se dedicó a insultar a los trabajadores me contestaba a un mail que tenía todos los clichés que se le presuponían al leerle:
“Te voy a mencionar algunos de los candidatos que no calaron: varios pretendían cobrar sin estar dados de alta porque si no perdían subsidio -un colombiano, que cobra 450€ de ayuda a nosequé, una madre soltera con 3 hijos que tiene una ayuda de 130€ por hijo, 2 personas que estaban en ERTE –y a día de hoy lo siguen estando– y que podrían haber dejado su trabajo, salir del erte, pedir la cuenta y empezar con nosotros de cero pero preferían buscarse la vida en restaurantes como extras sin contrato y ganar más que trabajando legalmente y así te podría contar de al menos 10 o más casos. Otros candidatos no fueron aptos por no tener experiencia, otros por tener demasiada experiencia y tener aspiraciones (no sólo económicas, sino jerárquicas) mayores a las ofrecidas, otros porque sólo querían trabajar mañanas, otros porque de lunes a viernes (abrimos únicamente el fin de semana), otro porque tenía que librar sí o sí el domingo porque era el día libre de su novia y así podría seguir aburriéndote…”.
En estas breves líneas el empresario enseña su total carencia de empatía, además de clasismo, racismo y la consideración de que el trabajo, el que él ofrece, no puede ser rechazado para algo tan nimio como tener una vida personal y afectiva decente. Rechazar un empleo por querer conciliar una vida familiar y poder ver a su novia el único día que ella libra, qué desfachatez. Un vago porque quería ver a su novia. En la respuesta figura todo lo que está mal en la cultura empresarial de este país y en especial en el sector de la hostelería.
Podemos ponernos en el lugar del trabajador en un ejercicio de empatía y perspectiva de clase que deberíamos ejercitar de manera recurrente. Veamos. Si no quería perder esos 450 € de “ayuda a nosequé” –el desprecio a las ayudas que no falte– será porque las condiciones que le ofrecía no le daban seguridad. Puede que con solo un mes de contrato no le compense perder el único ingreso de subsistencia que tenía. No conozco a nadie que prefiera 450 € pudiendo cobrar 1500 €, porque si tiene concedida una ayuda es que está en situación de vulnerabilidad. Puede ser un solicitante de asilo, alguien que no puede permitirse tener un trabajo temporal del que le echen y perder el derecho a permanecer en el país porque al perder su ayuda y el empleo ya no podría solicitar la residencia. Porque sí, la gente tiene necesidades que estos empresarios de cristal no alcanzan a comprender.
Puede que le ofreciera un contrato temporal que no le compensara darse de alta y poder así seguir sobreviviendo como buenamente puede. No todo el mundo tiene la suerte de poder vivir bien. Una madre soltera con 3 hijos que cobra 490 € no ha querido trabajar con el sueldo que dice ofrecerle este empresario de raza. Hay algo que no cuadra en las condiciones. Nadie quiere vivir en la miseria, y subsistir 4 personas con 490 € es una miseria. Podría haber pensado que los fines de semana no tiene a nadie para cuidar a sus hijos y quizás son tan pequeños que es imposible dejarlos solos. Pero eso sería ponerse en el lugar de alguien con una vida tan dura que ni siquiera se puede imaginar y con la que lloraría acurrucado en una esquina.
También hablaba de esas dos personas que estaban en ERTE y no quisieron aceptar su empleo. Podría haber pensado que tal vez tenían un contrato fijo o muchas mejores condiciones y muchos años trabajados y no querían perder los pocos derechos que aún le quedan a un trabajador en España, porque igual las condiciones que les ofrecía eran inferiores a las que tienen con su actual empleador. También pudo pensar en cómo es posible que estando en ERTE esos trabajadores necesiten buscar empleo para complementar el sueldo, algo que no cuadra mucho con su versión de que no quieren trabajar. Puede también que si les pagara de manera legal todo lo que trabajan a lo mejor no tendrían que buscarse la vida haciendo de extras para completar un salario, porque con el 70% les daría para vivir. Existen muchas variables que ni siquiera se planteó antes de decidir que era buena idea salir en un medio de comunicación de masas mordiendo su estrella Michelín para decir que los trabajadores son unos vagos que no tienen “ambición ni ganas de trabajar”. El empresario se quejaba amargamente: “No es un problema de que los sueldos sean bajos, sino un problema cultural: en lugar de querer aprender y aprovechar oportunidades, la gente pregunta por el sueldo y por si librará el fin de semana”.
Sí, hay un problema cultural. Pero no el que quiere denunciar el chef, sino el que tienen empresarios de cristal como él que acaban llorando y quejándose amargamente cuando aquellos a los que insultan y no se quedan con la cabeza agachada responden a su discurso de mierda contra la clase obrera. Algunos antes de dedicarnos a esto de escribir tuvimos que soportar muchos años de empresarios piratas que no nos querían dar de alta, nos obligaban a jornadas interminables a cambio de un salario de mierda, trabajábamos como mulos para que su negocio saliera adelante. Los que tenemos espacio en la vida pública y una mínima fuerza para dar voz a quienes no se escucha no vamos a permitir que insulten a camareras, cocineros y limpiadoras sin recibir respuesta. Ofrezcan mejores condiciones, no berreen tanto.