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Enfermedades políticas: la alexitimia frente a la política de los afectos

La alexitimia es un trastorno desadaptativo psicológico caracterizado por la incapacidad de identificar y describir verbalmente las emociones y sentimientos en uno mismo y en los demás. Eso dice la definición sobre este trastorno psicosomático que afecta al 8% de los hombres y al 1,8% de las mujeres. Se trata de la vulgar incapacidad para decir “te quiero” o para hablar de las emociones de uno mismo.

Si trasladamos a los gobiernos, a los equipos políticos o a los candidatos esta incapacidad, nos encontramos con una gestión política carente de sensibilidad por los estados colectivos de ánimo e incapaz de expresar emociones. Y la política sin emociones es administración –por muy eficaz que sea–, algo así como la “hillaryzación” de la política.

En el segundo debate de la campaña de Clinton vs Trump, el candidato republicano espetó a la candidata demócrata: “Parece estar usted muy preparada para este debate”, en una intención no bien interpretada de acusarla de impostación, a lo que ella respondió ufana: “Es que yo me estoy preparando para ser presidenta”. Como yo, la mayoría de analistas pensamos que la incapacidad percibida sobre Trump quedaba bien clara en este episodio frente a la profesionalidad de Clinton, representante de la verdadera responsabilidad y eficacia. Pero, ¿era eso lo que esperaban los votantes? ¿Estábamos en la misma clave que los votantes? ¿Por qué les caía tan mal la candidata? Y lo que es más importante, ¿por qué les caía bien Trump?

La respuesta es un cambio de marco en el que la participación se ha vuelto mucho más emocional y apasionada. Se vota con la víscera y a la contra. Es un voto indignado. Los formatos clásicos de análisis y de diseño de campañas no sirven para este estado colectivo. Estados Unidos ha sido la gran performance de la destrucción de las teorías imperantes. Lo auténtico frente a lo conveniente.

El estado anímico colectivo de los votantes de los últimos referéndums en Gran Bretaña, Colombia e Italia era común: el hastío, el enfado, el hartazgo. Y esas son emociones negativas, de manera que, en un proceso de contagio, se ha votado con la misma intención: ir en contra del que pregunta ‘sí’ o ‘no’. Algo semejante a una conciencia de clase anti-élite. En definitiva, antes los referéndums se convocaban para ganarlos y ahora se consolida el voto anti, el que hace que las consultas se celebren para perderlas.

Son las emociones las que marcan los estados de ánimo con el que las colectividades electorales se enfrentan al voto y a la elección política que mejor se adapta al momento que cada uno vive individualmente pero expresa de forma grupal. Se dice que se seduce en las campañas con poesía y se gobierna en las legislaturas con prosa. No estoy de acuerdo. Creo que las campañas cargan de razones las emociones y los gobiernos tienen que cargar de emociones las razones que imperan en la decisión práctica.

Dificultad para identificar emociones y sentimientos. La alexitimia es el problema de la política hoy, de la comunicación política. Cuando eso ocurre se confunde la ira con el miedo y cuando hay temor al futuro, éste se expresa en forma de ira colectiva, a la contra. Un portazo contra el miedo, un desaire a la incertidumbre.

También esta enfermedad psicológica provoca una reducida capacidad de fantasía y de pensamiento simbólico, por lo que los afectados se mueven mejor en el pensamiento concreto, lo palpable, lo práctico. En esos casos, la forma de expresarse los alexítimicos es monótona, hosca, parca y sin matices afectivos; no gesticulan, no modulan el tono de voz, tienen semblante inexpresivo. En política, sería ese candidato que no empatiza, que no cae bien, que no conecta, que no toca a su electorado. Frente a este tipo de candidatos o de gobiernos, se imponen los mensajes emocionales, del tipo que sean, aun los populistas, aquellos que llevan gestos, aunque exagerados, los que levantan la voz, aunque insulten o mientan. Se impone la forma, la exteriorización frente a lo plano, lo preparado, lo impostado o simplemente lo inexpresivo sin afecto.

Esto no va de técnica, esto va de autenticidad. Expresarse y acertar con la emoción, interpretar bien el ánimo de nuestras comunidades. Esto tampoco va de postverdad, va de verdad, pero de la verdad percibida, que es la única verdad en política.