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Enseñar a amar la naturaleza: una tarea urgente

Me he parado en un recodo del camino frente a las peñas que se alzan en la vertical del río Gállego por la Foz d’Escalete, en la Hoya de Huesca: una de las comarcas más bellas de Aragón. A estas horas de la mañana, con un sol todavía clemente, da gusto recorrer la pared de la roca con la mirada: en cada saliente hay un buitre.

Centro el objetivo del catalejo en uno de ellos y afino la óptica al máximo. Ahí está: oteando el horizonte, un majestuoso buitre leonado. Luce un plumaje perfecto en el que destaca el poblado penacho de plumón del cuello, a manera de bufanda. Visto de tan cerca lo cierto es que impresiona incluso al más experto ornitólogo. Por un momento me quedo extasiado frente al visor.

Tras un rato de observación pasa por el camino un grupo de chavales acompañados de sus padres. Al ver que se interesan por lo que estoy mirando les invito a echar un vistazo. Habéis visto alguna vez un buitre de cerca -les digo-, y todos me responden que no.   

Una de las chicas, la más joven, se decide a acercarse y mirar por el catalejo. Ajusto las patas del trípode a su altura y vuelvo a enfocar. Ahí lo tienes: todo tuyo. Y entonces se produce la magia.

Su expresión pasa del pasmo a la admiración en unos segundos. Con la boca abierta empieza a agitar las manos en señal de entusiasmo. Y tras cederle el turno a otro se gira para preguntarme algo que me va a dejar desarmado: ¿de verdad que ese pájaro tan grande vive ahí?

Hace menos de cuarenta años casi todos los niños de este país sabíamos perfectamente lo que era un buitre leonado. Es más: sabíamos dónde vivía, cómo vivía, y que estaba seriamente amenazado.

Lo sabíamos porque hace cuarenta años la naturaleza, los animales, eran los grandes protagonistas de la televisión y el principal tema de atracción para nosotros. Gracias a la enorme labor divulgativa que llevó a cabo el naturalista Félix Rodríguez de la Fuente con sus programas de tele y de radio, sus libros, sus enciclopedias, sus cromos y hasta sus tebeos, toda una generación de chavales crecimos en el conocimiento, el respeto y el amor a la naturaleza.

Hoy la figura de Félix sigue viva, pero solo entre los que fuimos sus seguidores. Su mensaje de amor a la naturaleza y los animales ha dejado de calar entre los jóvenes. Y el resultado es el desconocimiento: esa niña mirando al buitre posado en la peña a través del catalejo, asombrada pero desconcertada, dudando si aquel espectacular animal existía en verdad en nuestra naturaleza.

Se da la paradoja de que hoy gozamos de una biodiversidad mucho más abundante y mejor conservada que la que disfrutábamos aquellos niños que nos echábamos al campo para intentar ver a los protagonistas de “El Hombre y la Tierra”,  “La aventura de la vida” o los Cuadernos de Campo de nuestro ídolo. Casi nunca era así.

Sin embargo hoy es relativamente fácil que un niño pueda disfrutar de la observación de un buitre leonado en un paseo por el campo. Incluso con un poco de suerte y muchas dosis de paciencia puede tener el privilegio de ver en libertad a un oso pardo, un lince o un lobo ibérico. Pero son pocos los niños que sueñan con ello.

Es necesario volver a enseñar a los chavales a amar la naturaleza. Debemos recuperar el espíritu de aquel naturalista burgalés que, como un bondadoso flautista de Hamelín, nos llevó a miles de niños tras él para mostrarnos los tesoros de la naturaleza, caer en su hechizo y convertirnos en sus defensores.

Buena parte de los dirigentes de las organizaciones que trabajan en la defensa del medio ambiente y la práctica totalidad de quienes ejercemos como periodistas y divulgadores ambientales en los medios de comunicación pertenecemos a aquella generación de niños. Jóvenes aprendices de naturalista que nos enamoramos del lirón careto y del águila real, de la faz del lobo y de la berrea del ciervo, de los hayedos del norte y las dehesas del sur porque nos mostraron su belleza de cerca y nos implicaron en su conservación.

Ése es el mensaje que hay que recuperar urgentemente para que las nuevas generaciones dejen de distanciarse de la naturaleza, del medio ambiente, del planeta. No se trata de reivindicar la figura de Félix, que también, sino de recuperar su embajada. Nuestros actuales gobernantes deben poner todos los medios necesarios para volver a enseñar a los más jóvenes a amar la naturaleza e implicarlos en su defensa.