No estamos aquí para repartir migajas, queremos cambiar la realidad. Este podría ser un buen lema para el proceso de respuesta que se está configurando con diferentes vectores y de diferentes maneras, en el conjunto del estado español los últimos años. Muchos son los desencadenantes y varias son las características de este proceso que desde la diferencia y con diferentes velocidades sedimentan en un común denominador. Veamos algunas de ellas.
Existe una crisis de representación evidente. La partitocracia en su deriva bipartidista ha dejado de ser representativa de la mayoría social. Todo está en cuestión. Lo que hoy es nuevo mañana es viejo. Las estructuras partidarias tan solo son percibidas como positivas o un sumatorio más al proceso, si son capaces de renunciar a sus estrategias de parte por un “todo de todas”, si están dispuestas a cooperar en pie de igualdad con otras estructuras partidarias y movimientos ciudadanos autoorganizados y si asumen un método democrático de participación alejado de posiciones aristocráticas con vocación de tutela. La suma multiplica y la resta divide. Los diferentes procesos son el proceso
Existe la necesidad de generar un discurso hegemónico de ruptura antitético al pensamiento único. Todo está en cuestión. Ya no nos creemos nada. El proceso demanda una salida diferente frente a la crisis del capitalismo y al pacto encubierto del estado para renovar indecencias. No llega con aquellos que pretenden barnizar las vergüenzas con un cambio generacional y una dosis nueva de mas de lo mismo tanto en la monarquía como en los grandes partidos de la alternancia. El discurso vacío oficial se contrapone con las necesidades de la mayoría. Las palabras de los mandados de los mandados no llegan para comer, tener una educación, una vivienda o una sanidad digna. El robo resulta evidente, los ladrones ya non llevan medias en la cabeza para ocultar su identidad . Por primera vez las hijas asumen que vivirán peor que sus madres, por primera vez la gente asume que los atracadores gestionan bancos. Techo, trabajo y pan se escucha por las calles. Demandas incontestables.
El proceso o es compartido o no es. Si queremos con sinceridad cambiar la realidad, debemos asumir que ninguna fórmula personal o colectiva tiene el copyright del proceso. La tentación de hegemonizar con una mirada “de parte” lo que esta a suceder resulta inviable. Prorratear desde la representatividad las responsabilidades y las diferentes lecturas que conviven en algo , no debe resultar un problema si entre todas coincidimos en lo esencial.
Las gruesas líneas rojas que separan los dos mundos. Los matices para poder elegir se desintegran. Democracia o totalitarismo de baja intensidad, libertad de expresión o mayoría silenciada que denuncia Pisarello, servicios públicos o mercantilización de nuestra salud y nuestra educación, gestión directa de nuestros recursos naturales o cesión de los mismos al capital, economía productiva o economía especulativa, respecto a las expresiones identitarias o uniformidad por decreto, decrecimiento o crecimiento ilimitado, autonomía local o franquicias donde hacer negocio, dignidad o indignidad marcan entre muchos otros dilemas los límites entre lo que nos estamos a jugar. Decidir que escoger no deja lugar a dudas. O ellos (los menos) o nosotros (los mas).
El proceso tiene fecha de caducidad. Entre lo nuevo que no acaba de nacer y lo viejo que se resiste a morir, mas que monstruos, emergen dudas. La crisis sistémica busca una salida en la devaluación permanente de nuestras condiciones de vida y los poderes fácticos del estado apuestan, pisando el acelerador, por una reforma pactada por los de siempre con alguna concesión de cara a la galería. La consolidación de estas dos cuestiones limita el tiempo de respuesta del proceso para tener garantías de éxito y lo aleja de fórmulas de parte. El empoderamiento de la ciudadanía en la lucha social hay que conciliarlo con la posibilidad de acotar en el campo institucional los espacios de privilegio de los culpables. En este sentido, jugamos con las cartas marcadas en un campo embarrado donde el poder no duda en comprar al árbitro si las condiciones le son adversas. La reforma electoral anunciada por Rajoy parece un claro aviso a navegantes.
Las victorias de parte son la derrota del proceso. Por un frente popular del siglo XXI desde lo local a lo global. En los últimos años existieron formulaciones sociopolíticas que hicieron el esfuerzo por interpretar y darle respuesta a lo que estaba a pasar, teniendo diferentes retornos. Las CUP en Cataluña, EH Bildu en Euskadi, AGE en Galiza, Compromís en Valencia o Equo, la Izquierda Plural y el exitoso Podemos a nivel de Estado representan, con diferencias evidentes en el eje de la izquierda y de la expresión identitaria, apuestas que intentaron en diferentes momentos formular propuestas diferentes desde posiciones no inmovilistas. La necesidad de grandes coaliciones para enfrentarse al bipartidismo, nuevas metodologías de participación, el respecto de las diferentes naciones del estado a decidir y un programa de ruptura en lo social fueron algunas de sus señales de identidad compartidas, moduladas con diferentes intensidades. Resulta evidente que muchas de estas propuestas todavía tienen un recorrido con un éxito parcial garantizado . Resulta mas evidente que si no abrimos un proceso de cooperación necesaria entre la mayoría de ellas y la ciudadanía autoorganizada mas allá de las fórmulas partidarias, no existirá la posibilidad de enfrentar con garantías una correcta resolución del proceso y todo quedará en un “que hay de lo mío?” o en un cambiar algo para no cambiar nada. La respuesta será mestiza o no será. En el calendario, las elecciones generales parecen la última llamada para esta necesaria confluencia.
Hacer de las diferentes luchas la lucha. La compartimentalización de las respuestas garantiza el triunfo de la agresión que es global. En la calle, las diferentes plataformas y colectivos ciudadanos autoorganizados buscan lugares de encuentro y valoran participar de las instituciones. En las posiciones partidarias que participan del proceso cuesta a veces diferenciar en las llamadas estética de estrategia y se percibe una excesiva necesidad de patrimonialización. Entre las dos orillas, justificada desconfianza. El proceso de las elecciones locales que están previstas para Mayo del 2015 parecen una buena oportunidad para rozarse y testar complicidades. En este sentido, como pasara en el proceso de las europeas con un llamamiento al frente amplio en Galiza y a la confluencia en el estado, Anova-IN, fuerza política liderada por Xosé Manuel Beiras y que participa en la coalición AGE, ha lanzado un SOS para configurar candidaturas populares en los ayuntamientos de Galiza bajo un programa de mínimos y con una metodología abierta y participativa por definir. El reto no es menor, las incógnitas son muchas pero este posicionamiento no se diferencia de otros que se están a dar en otras partes del estado como es el caso de Guanyem Barcelona con Ada Colao y que queramos o no forman parte del proceso. La aparición del movimiento local “marea atlántica” en Coruña donde sobresale la figura del escritor Manolo Rivas y otros proyectos con paralelismos que están a emerger en otras ciudades gallegas y en otras partes del estado, demuestran que los marcos mentales están en movimiento y que la situación de urgencia social bien lo merece. O arriesgamos o mejor nos quedamos en casa.
Minorar los egos, apostar por liderazgos fuertes en lo colectivo. El proceso se sustenta y se cataliza con referencialidades simbólicas personales evidentes que deberían entenderse al servicio de lo colectivo. El triunfo de ellas por separado representará la derrota del conjunto. Si la ciudadanía es capaz de identificar a varios hombres y mujeres que trabajan en las coordenadas del proceso desde diferentes pueblos del estado y desde proyectos diversos, eso significa que la ciudadanía , desde la diferencia, es capaz de identificar el idioma de combate mas importante en estos tiempos, el idioma de los agredidos. De muchos de estos hombres y mujeres depende por lo tanto elaborar un relato coherente y generoso de la alternativa a lo existente.
El proceso tan solo tiene una opción, vencer. Cualquier otra posibilidad pasa por asumir la derrota y el deterioro de nuestras condiciones de vida en las próximas décadas. Perder significa renunciar a nuestra identidad colectiva y a nuestra dignidad e incluso a que , delante del pesimismo de la razón, por quedar no nos quede ni poder ejercer el optimismo de la voluntad.