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El entierro de “32”, “33” y “36”

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El pasado fin de semana murieron “32”, “33” y “36” cuando volcó su patera en El Hierro, a punto de ser rescatados. Como no se sabe el nombre ni qué querían ser o su color favorito, se elige un número al que se le añade el número de patera, como cuentas de un ábaco siniestro. Con ellos murieron otro medio centenar de personas caídas a plomo desde la barca, sin poder chapotear siquiera después de días en alta mar con el cuerpo agarrotado. Irán apareciendo en una orilla, quizás se los encuentre un pescador o se confundan entre las rocas donde hacen snorkel los turistas.

Pese a los mensajes inequívocos y cotidianos que vinculan la migración con problemas, la dignidad se abre paso y en El Hierro se organizan funerales, como cuenta en esta deliciosa crónica la periodista Gara Santana. Son vecinas y vecinos que se turnan para decir adiós a los migrantes desconocidos. No son nada suyo, nada menos que compañeros de mundo.

En El Hierro, pese al goteo de todos los días, la piel todavía duele en cada uno de los días: se compran flores, se llora, se piensa en ellos y lo que padecieron. Se hace de padre, de madre o de hijo. De tanto dar cifras y contar cayucos en esta crisis de acogida se desdibuja lo importante: quién va dentro. El grupo de vecinos de El Hierro es capaz de no olvidarlo y de contrarrestar el nefasto mensaje político que se está mandando desde antes de verano.

Si las administraciones no quieren acoger menores ni migrantes, si el PP vota en contra de hacerlo obligatorio, si hay 5.500 niños todavía esperando en Canarias a salir hacia la península, es difícil que los administrados piensen que la migración no es mala o que no lo tomen como un problema o amenaza.

La canaria es la ruta más peligrosa para llegar a Europa (también es minoritaria, respecto a las llegadas en avión). Los ciudadanos del África subsahariana representan una parte ínfima de los extranjeros en España (viven sobre todo ciudadanos marroquíes, rumanos o colombianos), pero el aumento en la llegadas de pateras este año ha cristalizado como el problema mayor, se lleva a todos los titulares, al debate púbico e incluso es capaz de romper gobiernos autonómicos en nombre de evitar un supuesto desastre. La realidad es tozuda, pero los argumentos falaces lo son más, empujados por miedos íntimos alentados con mensaje xenófobos.

Tres meses después de que el Gobierno planteara un reparto obligatorio en forma de cupos, todavía se sigue negociando, todavía se espera, se pospone la solución y, con ello, se engorda el racismo.