Entonces, ¿la política era esto?

Hace apenas un año nacía Podemos, la formación que está revolucionando el panorama electoral en España. Este ha sido el periodo donde también, lentamente, en Izquierda Unida se ha ido dando paso a Alberto Garzón, abriendo con ello expectativas para una profunda renovación.

De la mano de estas dos importantes novedades ha dado el salto a la alta política una generación acostumbrada a la cultura de la izquierda radical, al menos desde los años de los movimientos antiglobalización, así como una generación más joven, bregada en las luchas estudiantiles contra Bolonia y el 15M.

Si hubiéramos leído hace un año el párrafo que encabeza este artículo esbozaríamos una amplia sonrisa de satisfacción e incredulidad. Hoy sin embargo somos muchos los que tenemos dificultades para sonreír. La política institucional se ha revelado dura hasta el punto de resultar desoladora y cruel.

La gran cuestión en este sentido es si esto tiene que ver con la naturaleza inherente a la política institucional o es resultado de la adaptación de los nuevos políticos a la misma. Creo que algo hay de lo primero, pero el peso seguramente resida en lo segundo.

Si recordamos los inicios de Podemos eran días de entusiasta actividad. La gente de Izquierda Anticapitalista (IA), confiada en el tirón mediático de Pablo Iglesias, esperaba lograr algo más que en las anteriores elecciones europeas (apenas 20.000 votos). En aquel momento Luis Alegre todavía estaba en IA. Era parte de aquellos desencantados —que sin embargo nunca llegaron a plantarse— con la dirección oficial encabezada desde hacía tiempo por Miguel Urbán. Hoy uno y otro juegan papeles intercambiados en la pugna por la secretaría general de Podemos en la Comunidad de Madrid.

La presentación del 17 de enero de 2014 en el Teatro del Barrio nos ofrece otra foto significativa. En los discursos de aquella mañana, con gente agolpándose a las puertas de la pequeña sala, el discurso se volcó en la idea de “empoderar a la ciudadanía”. Había que desarrollar un “método democrático” —repitieron una y otra vez— con el que democratizar la vida política. Ya estaban en marcha los primeros círculos ciudadanos y al hilo de las consignas más clásicas de la izquierda se trataba de darles todo el poder.

Pronto sin embargo se fue revelando una lucha soterrada, precisamente por el poder, entre dos sectores que llegaron a conformar las dos almas de Podemos. No voy a detenerme en detalles y posturas ya conocidas, pero esa división inicial entre la llamada Promotora, agrupada en torno a Iglesias, y el resto de la amplia militancia de IA, marcó a mi entender el prematuro fin de la incipiente nueva política en Podemos.

La política es la continuación de la guerra por otros medios. Este dictum clásico para los formados al calor de la tradición schmittiana y foucaultiana que domina a derecha e izquierda nuestra academia hizo que la tarea fuera más fácil para el llamado partido de los politólogos. Recuerdo mi perplejidad en el Teatro del Barrio al escuchar cómo un término procedente del elitismo competitivo de Joseph Schumpeter, “método democrático”, era utilizado con un significado claramente opuesto. Al cabo de los meses, muy a mi pesar, lo fui entendiendo todo.

El método democrático que el autor austriaco desarrollara en Capitalismo, socialismo y democracia encaja como un guante con la idea bélica de la política. Todo es lucha por el poder electoral: entre partidos rivales pero también dentro de cada uno. La pugna por el caudillismo es feroz. Vale todo menos las armas de punta y fuego. Y ha de desarrollarse por los profesionales de la política, separados de unos ciudadanos que no tienen tiempo ni formación para el ámbito político. Schumpeter hoy sigue siendo alabado como un gran descriptor, pero además de describir ofreció carta de naturaleza a la política institucional. Esta no se podía cambiar de ningún modo, había que adaptarse para triunfar en ella. Ese era el mensaje justificador de fondo.

Ha sido un año duro para los dirigentes de Podemos. Rupturas políticas y personales, cambios de tren in extremis, comportamientos poco modélicos, alianzas imprevistas. Y de fondo la fuerte presión propia de toda guerra: una exigencia de fidelidad en los bandos capaz de convertir a poderosos críticos del pasado en sumisos cuadros prestos a cumplir las órdenes del cabeza de facción.  

Esta tendencia se fue reforzando según se demostraba el dominio interno de Iglesias y su grupo. Entregados a la realpolitik electoral, tanto fuera como dentro, Íñigo Errejón fue muy directo respecto a sus objetivos inmediatos: ser “una máquina de guerra electoral”. Es lo que hay en la política institucional, así que a pertrecharse para entrar a combatir en una guerra con mayúsculas. Enfrente estaban los grandes poderes del país.

Se dice que antes de salir a escena la noche triunfal de las europeas, Errejón dijo a sus compañeros: “adelante, a jodernos las biografías”. Y efectivamente, estar en la primera línea electoral con una serie de propuestas aún amenazantes para el statu quo se ha revelado peligroso. Desde el amarillismo hasta el periodismo de investigación más acreditado, casi todos indagan en las biografías de quienes con descaro llaman casta a todo lo que salga fuera de su comunidad de los santos, que diría Michael Walzer.

Y como es evidente en todo ser humano que se precie, se descubre que hay errores, contradicciones y pasados inconfesables. No, no eran santos, pero ojo, están muy lejos de haber sido demonios. Y sin embargo figuras como las de Íñigo Errejón, en menor medida, o Tania Sánchez, parece por el momento en mayor grado, han acabado tocadas por la artillería a discreción que se sufre en esta primera línea cuando la rebelión parece seria.

En IU el año ha sido muy distinto. El avance de Podemos ha significado, hasta hace apenas un par de meses, el retroceso constante de sus expectativas electorales. Aquello que no se dejaba de advertir al final sucedió. La vieja guardia se resistió demasiado a dar paso a la generación de jóvenes que lealmente llevaban años trabajando en las calles y que ahí seguían, pese a la infame dirección política de federaciones como la madrileña.

Si parte del éxito electoral de Podemos, también de algunos de sus errores, ha sido el ímpetu de sus dirigentes, en IU la vacilación en los grandes momentos ha resultado fatal. Recordemos cuando Iglesias se ofreció como cabeza en las europeas, la lista de Willy Meyer y el desprecio al primer Podemos, los retrasos en ofrecer el liderazgo a lo que representa Garzón y, finalmente —en un tremendo error arrastrado desde al menos la época de Anguita—, la permisividad con el sector liderado por Ángel Pérez en Madrid.

Muchos llevamos oyendo de las oscuridades de Pérez y compañía al menos desde finales de los noventa. Imaginen lo que podían saber los de dentro. Ahí reside también el origen del divorcio de los movimientos sociales de la capital con IU durante la década anterior. Y ahí está el caldo de cultivo que Podemos, en su fría obsesión estratégico-electoral, está aprovechando para la guerra que quiere entablar con IU.

Porque la comprensión bélica de la política, fomentada desde la dirección de Podemos, es también la causa principal de los malos ambientes que a escala local y estatal se sufren en muchas iniciativas de unidad popular en marcha. Gentes recién politizadas, que durante años vivían ajenas y felices en la burbuja española mientras en sus municipios tan solo eran cuatro los que plantaban cara a las mafias locales, dicen ahora sin ningún pudor que “IU es una rémora”.

Y es cierto que en IU aún abundan políticos burocratizados que no supieron ver el aire fresco en forma de huracán que traía el 15M, y que de manera increíble siguen aún aferrados a sus formas antiguas de política vertical y de despacho, despreciando a los amateurs. Pero también lo es que no suponen hoy por hoy la mayoría, y que los nuevos dirigentes que rodean a Garzón se esfuerzan en tender puentes con Podemos y el resto de la izquierda mientras no reciben más que golpes.

Sea como sea, lo que tenemos ahora en IU es también una guerra interna abierta. Más cruenta que la vivida el pasado año en Podemos. Ángel Pérez y compañía tiran con todo, contando con las complicidades de la prensa oficial y de sus antiguos aliados en Caja Madrid, el Partido Popular. Por supuesto, los errores de Sánchez en su etapa como concejal en Rivas están dejando en bandeja la ofensiva. Pero si ahora da un paso atrás se corre el gran riesgo de perder, no solo a una de las políticas más auténticas y valientes de la escena nacional, sino a la propia IU Madrid para siempre. Y con Podemos empeñado en ocupar la centralidad del tablero esta sería la peor de las noticias para la izquierda. Pero si se mantiene, veamos cómo acaba realmente todo, la derrota puede llegar a ser ética.

La situación, por tanto, no invita a la sonrisa a pesar de renovaciones y  encuestas. La política jerárquica y el argumentario acartonado, pleno de ambigüedades, se ha instalado en Podemos. A la vez, entre los advenedizos habituales, hay tanta gente procedente de años de luchas y otros discursos que no puedo dejar de confiar allá en el fondo en que el cambio que traigan sea en parte real. Por otro lado la nueva política que en el escenario institucional veo posible en torno al proyecto de Garzón, sufre estos días una emboscada interna terrible, mientras desde Podemos no solo no ayudan sino todo lo contrario. Los otros proyectos en torno a los Ganemos surgen de maneras diversas acá y allá, pero en demasiados hay un ruido de fondo de reproches mezquinos entre quienes, sembrando de ilusiones cada barrio, debieran estar unidos en echar a los terribles gobernantes que han arruinado el país.

Entonces, ¿la política era esto? Por supuesto que no. Cambiar las inercias bélicas y competitivas de la política institucional es una tarea titánica, pero sigue siendo tan necesario como posible. De girar hacia esa otra política con mayúsculas que hace tan solo un año glosábamos aquí y allá, unidos para resistir los grandes embates por venir, el éxito tampoco estará asegurado —tal y como sucede ahora—, pero la sonrisa de estar transformando el país sin dañarnos sí que la tendríamos.