La vida está condenada a navegar entre dos aguas. Ningún camino está exento de riesgos. Todo es cuestión de elegir. Fijar prioridades, escoger una senda y dejar el resto inexploradas. Cuando se elige, se apuesta. Y al hacerlo se asume, para bien o para mal, las consecuencias. Lo que no es posible es parar el tiempo y quedarse en un punto muerto por el que mirar el retrovisor de lo ya hecho. Eso solo pasa en las películas y entre aquellos que se recrean en la nostalgia de un pasado que no volverá. Todo cambia. También la política. Los contextos y los marcos no son inalterables.
Pedro Sánchez ya ha elegido y ahora les toca a los republicanos. El presidente en funciones tenía cuando menos tres opciones tras el 9-N. Una, sucumbir a las presiones económicas y mediáticas, y explorar un acuerdo con PP y Ciudadanos. Dos, que se repitieran por tercera vez las elecciones. Y tres, un acuerdo de coalición con Unidas Podemos y el apoyo de nacionalistas, independentistas y regionalistas. Hay quien cree que había un cuarto que pasaba por presentarse en el Congreso de los Diputados, pedir la abstención global de toda la Cámara para gobernar con 120 escaños y que cada cual se retratara.
Ha elegido la tercera, no exenta de dificultades, incluida la de negarse a sí mismo y la que fue su posición política en campaña electoral ante el independentismo y la posibilidad de que el Gobierno de España dependiera de sus votos. Su decisión le ha valido tantas críticas internas como externas, además de no pocos editoriales contrarios. Ha reconocido explícitamente que en Cataluña hay un “conflicto político”; ha dicho que está dispuesto a activar una solución política –que es tanto como dar por superada la vía judicial, más allá de los procedimientos ya abiertos– ; ha aceptado que su equipo negociador viaje a Barcelona para una tercera reunión como gesto hacia sus interlocutores y ha dado el visto bueno a una mesa de diálogo entre Gobiernos que no sea la comisión bilateral que establece el Estatut en la que siempre enmarcó cualquier encuentro con la Generalitat.
La elección puede ser equivocada. O no. Quién sabe. Pero lo que no se le puede negar es haber tomado una decisión para sacar a España del bloqueo político e institucional que arrastra desde hace cinco años. Ahora le toca mover ficha a ERC, que en los primeros días de negociación con los socialistas reconoció que había habido no pocos avances, aunque pedía gestos que, de momento, ha sido incapaz de traducir en palabras.
Si se refiere a los permisos de los presos sabe que no está en la mano del Gobierno calificar su situación penitenciaria. Si lo que pide es que se reconozca el derecho de autodeterminación es que aún no conoce ni los límites de la Constitución ni el derecho comparado. Y si lo que quiere es simplemente arrastrar a su socio en la Generalitat al mismo acuerdo que ellos para no asumir en solitario el coste de una abstención ante el electorado catalán, lo tienen complicado.
Si a ERC le dieran a elegir entre facilitar la gobernabilidad de España o ganar las próximas elecciones catalanas, elegiría sin duda lo segundo. Si supiera además que la primera opción lastraría sus posibilidades de ser primera fuerza en Catalunya, jamás apoyaría la investidura de Pedro Sánchez. Pero como aún no sabe cuándo Puigdemont dará la orden a Torra de apretar el botón de la disolución, ha preferido quedarse en “pause” y enfriar las expectativas del PSOE de afrontar la investidura antes de que acabe el año.
Entre socialistas y republicanos hay acuerdo para que haya acuerdo. Los primeros se han resignado ya a asumir el riesgo de una oposición apocalíptica y el desgaste que ello les ocasione. Los segundos aún no lo tienen claro. Salvo que no quieren unas terceras elecciones ni volver a la radicalidad en la que siguen instalados los del partido de Puigdemont, aún no han elegido la senda por la que han de transitar para que la abstención no les desgaste en Cataluña. Elegir es renunciar. Y Junqueras de momento no lo ha hecho, más allá de haber dado instrucciones a los suyos para que se sienten, hablen y ganen tiempo hasta que la Justicia europea decida sobre su inmunidad.
Mientras, Miquel Iceta se quiebra la cabeza en busca de nuevos gestos con los que convencer a los republicanos. Ora son los marcos para el diálogo. Ora es el número de naciones –que no estados– que caben en la Constitución. Vayan sacando los turrones y hasta las uvas para Fin de Año. ERC aún navega entre dos aguas. Y las últimas señales indican que hasta después de Reyes, aquí no se mueve nada. Disfruten de las fiestas y después, ya si eso en 2020… Salvo que la realidad cambie, que tampoco es descartable, el miércoles cuando Sánchez salga de Zarzuela de ver a Felipe VI dirá que aún no cuenta con los apoyos necesarios y que lo seguirá intentando. Todo sea que las dudas de ERC le arrastren a explorar otros caminos que hasta ahora había descartado. En ese caso, faltarían palabras con las que desandar lo ya andado.