Más de quinientas movilizaciones se convocan este 8M en toda España. Nadie en su sano juicio, más aún en el feminismo, duda de que este año no puede reivindicarse como en otros anteriores y deben adaptarse a la realidad sanitaria, con concentraciones reducidas, descentralizadas, simbólicas y con estricto control. Nadie en su sano juicio duda de que serán manifestaciones ordenadas, donde se respetarán razonablemente esas medidas de seguridad que exige la situación de pandemia. Nadie en su sano juicio imagina la estampa de millares de mujeres apelotonadas, sin mascarillas, sin respetar la distancia de seguridad, abrazándose y gritando consignas a pleno pulmón. Nadie en su sano juicio duda de que las organizadoras habrán planificado los actos de acuerdo con las exigencias de la seguridad sanitaria; tampoco el perfil o la historia de los asistentes permiten prever desórdenes o concentraciones irresponsables.
Nadie en su sano juicio lo duda… salvo la ultraderecha, los defensores del feminismo bien entendido, que siempre empieza por donde decimos los hombres, el delegado del Gobierno en Madrid, José Manuel Franco, y el Gobierno que lo respalda. En sus cabezas, el 8M constituye una pesadilla logística y sanitaria asolada por millares de mujeres inconscientes e imprudentes, que no saben qué significa vivir y sufrir una pandemia, ni las consecuencias terribles de comportamientos temerarios como permitir que circulen vagones de metro atestados en hora punta o tolerar que se agolpen los clientes en los grandes centros comerciales o las terrazas.
Es tal el volumen del riesgo para la salud pública que manejan el delegado del Gobierno y el Gobierno que lo sostiene que, como dijo la vicepresidenta Carmen Calvo en su sermón diario, a las mujeres “les va la vida”. Así que, una vez más por su bien, se prohíben TODAS, no una, o dos, o media docena, o aquellas cuyos convocantes no aporten las debidas garantías; TODAS las manifestaciones por el 8M en Madrid. ¿Ir a votar en Catalunya con cifras de incidencias muy superiores a las de Madrid? Segurísimo, y un derecho fundamental. ¿Celebrar la Navidad? Es una tradición y no podemos dejar solos en fechas tan señaladas a nuestros mayores. ¿Manifestaciones para reivindicar que abran las terrazas, o que el fascismo es alegría, o que el 5G propaga el virus? Por supuesto, somos una democracia plena y los organizadores son muy de fiar. Pero no en el 8M; el riesgo sanitario se antoja demasiado alto.
La evidencia científica resulta abrumadora: ni un solo estudio establece relaciones específicamente significativas entre las manifestaciones del 8M y la explosión de la primera ola de la pandemia. Si no se fían, tampoco la ciencia norteamericana ha establecido una causalidad notoria entre las concentraciones del Black Lives Matter y el crecimiento de la pandemia en USA. En cambio, sí existen, y abrumadoras, sobre la relación entre la movilidad y las reuniones familiares y a ningún gobernante, ni al delegado Franco, ni al presidente Sánchez que le nombró, ni al Pablo Casado que quiere prohibir las manifestaciones en toda España se les ocurrió prohibir la navidad porque podían celebrase “con seguridad si respetamos las recomendaciones”. Lo del 8M de ninguna manera porque ya se sabe y tampoco es tan urgente…
La Justicia ha sancionado la decisión del delegado del Gobierno en Madrid. No le preocupa al TSJM que se hayan restringido unas manifestaciones concretas convocadas por una misma causa, que se prohíban de manera específica pero indiscriminada, mediante un mero acto administrativo, en la misma comunidad donde se han autorizado, con incidencias muy superiores, otras manifestaciones donde los organizadores iban a hacer gala del no cumplimiento; toda una garantía en cualquier democracia del mundo cuando hablamos de un derecho tan sustancial como el derecho de manifestación.
Aunque la alegría dura poco en casa del prohibicionista. Si el delegado del Gobierno y el Gobierno que lo mantiene pensaban que iban a librase del acoso y derribo al que fueron sometidos por la derecha extrema a causa del 8M del año pasado, pueden paladear su victoria leyendo sus tuits jubilosos, sus editoriales triunfales y sus satisfechas declaraciones. Les han suministrado la prueba que la justicia y la ciencia les habían negado. Todo un éxito.