Que las cumbres del clima iban a acabar convertidas en una feria de negocios para la industria que más contamina es algo que no se podía adivinar, ¿verdad? Tras años de mastodónticas cumbres que terminaban en declaraciones de intenciones, compromisos sin garantía y alguna medida de poca monta para salvar la cara, las grandes compañías han decidido que estas reuniones anuales tengan al menos una utilidad: hacer negocios.
Así que la COP28 se ha montado en plan feria empresarial sin ningún disimulo: se celebra en Dubai, un parque temático de ostentación y derroche levantado sobre el petróleo y el gas. La preside el CEO de la petrolera nacional, una de las mayores del mundo, y además el tipo es negacionista, cuestiona la evidencia científica más sólida. La cumbre la patrocinan bancos y fondos de inversión que financian la industria fósil, además de tecnológicas, constructoras, nucleares y por supuesto petroleras, y hasta Amazon, que tanto ayuda al cambio climático con sus millones de paquetes transportados. Eso sí, todos los patrocinadores se han comprometido a avanzar hacia el objetivo de cero emisiones en 2050.
Espera, que si todo lo anterior no es bastante descarado, hay más: la agenda incluye un “Día del Comercio” organizado por la OMC para celebrar “la contribución del comercio a la acción climática”. Y se han acreditado más de 80.000 visitantes, casi el doble que en las anteriores, y que supongo habrán llenado cientos de aviones y se reunirán en enormes salones climatizados a temperatura de corbata y traje, todo ello muy eco.
Entre los delegados acreditados a la feria, perdón, a la cumbre, hay 2.400 lobistas de petroleras y gasísticas, récord absoluto de todas las cumbres. Entre ellos los jefes máximos de Exxon, BP, Total y demás gigantes de la emisión de CO2, que en el último año han marcado un máximo histórico de emisiones contaminantes y, oh casualidad, también un máximo de beneficios empresariales. Junto a ellos, banqueros, fondos de inversión, grupos de presión de todo tipo, unos pocos periodistas boquiabiertos por lo que allí se mueve, y algunos activistas que protestan sin molestar demasiado. Ah, y presidentes de gobierno y ministros de medio planeta, que para eso son los que pagan la fiesta: 1,3 billones de euros en ayudas a las energías fósiles en el último año, récord histórico.
Decía el otro día el secretario general de la ONU, António Guterres, que “no podemos apagar un planeta en llamas con una manguera de combustibles fósiles”. Pero es justo lo que está pasando: que la industria energética está regando con cada vez más petróleo, gas y carbón un planeta que mes tras mes bate récords de temperatura y ha rebasado ya varios puntos críticos en materia climática. Guterres lo decía en Dubai delante de los máximos representantes del sector, que supongo le aplaudieron. El jefe de la ONU podía haberles dicho, como el capitán Renault en la famosa escena de Casablanca: “¡qué escándalo, qué escándalo, he descubierto que aquí se juega!” Así es, en la COP28 se juega: con el planeta.
Que la industria que más contribuye al cambio climático iba a “liderar” la lucha contra el cambio climático y convertirlo en “oportunidad” era previsible, tras años financiando investigaciones que cuestionasen el consenso científico o validasen sus fantasías tecnológicas de captura y almacenamiento de carbono. Es lo mismo que en su día hicieron la industria tabaquera o la alimentaria, que también financiaban estudios a la medida del cliente y luego hacían generosas aportaciones a la investigación contra el cáncer o la salud cardiovascular.
Veámoslo por el lado positivo: después de tantas cumbres que sirvieron para poco o nada, la COP28 al menos habrá servido para algo: hacer negocios. De modo que si queremos de verdad un futuro justo y sostenible, o un futuro al menos, tendremos que pelearlo. Y no en las cumbres.