El 'escape room' de Idealista
Hace años, la propietaria de un piso al que nos queríamos mudar nos citó en su trabajo para conocernos. Era una oficina de las Torres Colón, en Madrid. Cuando llegamos nos encontramos con un grupo de personas esperando en el pasillo. Nos examinamos como, supongo, se examinaron los primeros homínidos al descubrirse entre sí. “¿Estáis aquí por el piso de Puerta del Ángel?”, me atreví a preguntar profanando el silencio. “Eso parece”, respondieron. La tensión se cortaba con un cuchillo. Esa señora había convocado un casting presencial de candidatos, una especie de prueba macabra en la que debíamos acceder a su oficina sin habernos degollado previamente los unos a los otros. “¿El piso está muy bien, pero esto es demasiado, ¿no?”, le comenté a mi amiga (entre susurros, que tampoco quería exhibir debilidad). No le dio tiempo a responder porque en ese momento sonaron nuestros nombres con la misma ceremoniosidad con la que suenan en la sala de espera de un hospital. La mujer nos esperaba sentada en un sofá, libreta en mano, con algún detector de mentiras escondido detrás de la estantería, estoy segura. Nos sometió a un cuestionario que la CIA hubiese descartado por demasiado exhaustivo: gustos, estudios, práctica de actividades poco saludables, sueños, aspiraciones, creencias. Si además nos hubiese preguntado si éramos donantes de órganos la cosa hubiese tenido más sentido. “¿Dispuestas a deshaceros de algún riñón? ¿Parte del hígado quizá? Sabéis que el piso tiene calefacción central, ¿no?”.
Buscar piso de alquiler en una gran ciudad es, por encima de todas las cosas, una tarea humillante. Hay pisos en los que te piden un mes corriente, un mes de agencia, dos meses de fianza y cuarenta meses de dignidad propia. Todo a depositar antes de la entrada. La dignidad la puedes perder también por bizum. Pisos que te gustan y bajando el ascensor del propio edificio ya han sido alquilados. Espacios inhabitables, armarios presentados como habitaciones, habitaciones presentadas como pisos, cláusulas abusivas, fotografías de los anuncios que se corresponden con todo menos con la realidad, etc. Todo esto lo sabe cualquiera que se haya asomado a Idealista, Fotocasa o cualquier portal inmobiliario en algún momento de los últimos diez años. Todo esto lo sabe cualquiera que no pueda permitirse un alquiler de más de 600 euros mensuales si pretende vivir solo en una gran ciudad, o cualquiera que tenga que compartir piso sin remedio porque no puede destinar más de 300-400 euros mensuales a ese gasto. En definitiva, esto lo sabe cualquier persona que viva en el mundo real y no en un metaverso alternativo en el que con un trabajo y una nómina puedes acceder directamente a un alquiler (ya no digamos decente).
En ese fantástico metaverso vivir de alquiler nos ofrece libertad y menos riesgos. Los inquilinos generamos riqueza, podemos ahorrar, invertir el dinero en otros activos y evitar que estos se queden atrapados si se produce un crack inmobiliario, por ejemplo. En la España real, no queda mucho dinero que invertir en ningún otro activo porque el precio del alquiler se come una proporción enorme de los sueldos. El precio medio de la vivienda en alquiler en España se sitúa, según datos del Observatorio de Vivienda y Suelo recogidos por epdata, en 674 euros al mes, con grandes diferencias entre provincias: en Madrid, 819 euros. El salario mínimo interprofesional es de 965.
Luego está lo de ser propietario de una vivienda que en España se ha convertido ya en una especie de club privado con membrete genealógico. La probabilidad de que alguien sea propietario aumenta si sus padres también lo fueron. Y la probabilidad de comprar un piso aumenta, o directamente depende, de que tus padres te puedan pagar la entrada. Tener una vivienda en propiedad continúa siendo una de las formas más importantes de transmitir riqueza. Así que, hasta que esto cambie, el círculo de la desigualdad seguirá aumentando en función de cómo han vivido nuestros padres y de las condiciones en las que podemos vivir nosotros.
Salir al mundo es un requisito indispensable para entenderlo. Por eso algunos de nuestros representantes políticos deberían pasarse algún día por Idealista. Es más, les propongo un juego. Un escape room de una hora de duración. Ganan si en ese tiempo logran salir del portal inmobiliario con un piso digno de alquiler en una gran ciudad disponiendo de un presupuesto limitado. De lo contrario, pierden – bueno, en realidad perdemos todos–. Me encantaría saber en qué planeta viven esos políticos que hablan del alquiler en España como si no existiese un problema, como si no hubiese nada que hacer ahí, lejos de todo y de todos; pero, sobre todo, me gustaría saber cuánto cuesta alquilar un piso en ese planeta: que oye, igual nos compensa.
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