En la cúspide, tapándolo todo, un Partido Popular entrado en el esperpento: convoca una protesta contra un candidato que no existe aún como tal –Pedro Sánchez– dos días antes de que acuda a la investidura el suyo, Núñez Feijóo, a quien eligió el rey contra natura dado que no contaba con suficientes apoyos. Como un boxeador sonado en su derrota, Feijóo aparece con frases ininteligibles de las que la más estructurada y menos cierta es la que convierte a Sánchez en autor de “un asalto institucional a todas las esferas políticas de España”. El que mantiene bloqueada la renovación del CGPJ a la vista de todo el mundo, lo dice. Cuidado con su concepto de justicia.
Si la democracia de las urnas no les favorece, el PP lo intenta a la brava y de ahí que aflore a la superficie a su increíble mandamás, un José María Aznar tan tiznado que, en cualquier otro país medianamente serio, estaría apartado como poco. Las excusas para montar toda una sublevación contra Sánchez palidecen ante los hechos que jalonan ese partido. Son currículos infectados al máximo o dobles varas de medir con total cinismo. Porque ahora la mecha es Nicolás Redondo Terreros, al que adoran tras su probado apoyo al PP desde el PSOE. La expulsión del partido les espanta, teniendo en sus filas el caso de Rita Barberá. O de Pablo Casado.
La adscripción a la causa del PP en los ya denominados como “momias del 78” –y que incluyen viejos miembros del PSOE y escritores continuistas– añade patetismo a la maniobra. Podría pensarse que si lo intentan todos ellos es porque saben que ese mensaje –por muy irracional y manipulado que lo ofrezcan– cala en sus nichos de votantes. No se explica, pero ocurre. Algo menos en el caso del PSOE: la mayoría de quienes protestan no son ya miembros activos del partido, son el pasado. Los ciudadanos han votado al PSOE que lidera Sánchez ahora, son ellos los que se sienten alejados.
Y, mientras la actualidad publicada se llena de estas batallas por el poder, la sociedad está sufriendo pavorosos cambios en su forma de vida sin más que simples reseñas. Son los que ha propiciado el PP al dar total cancha a sus colegas de Vox en comunidades y ayuntamientos. Solo por las fechorías de alta intensidad que está haciendo esa coalición de derecha extrema, torpe, sucia y sin escrúpulos, sería para estampanar a quien osa llamarse socialista, progresista o persona íntegra, y apoya la algarada del PP contra un gobierno de Sánchez. Es uno u otro, no hay más. Solo a ellos por su proximidad ideológica se les ocurriría pensar que pueden estar juntos. Habría que incluir también cierta laxitud en asuntos de corrupciones de todo tipo. Su España no es la que sueñan, puede que nunca lo fuera, pero la derecha se acostumbró a doblegarla a su conveniencia y ya no da más de sí, no en las urnas por mucho que las retuerzan.
Las soluciones idílicas no existen para los problemas complejos. Y hay que elegir. Y en esa tesitura cualquier persona sensata se inclinaría por alejarse, escindirse incluso, de un país en el que manden -aún más- esas derechas que ya sufren millones de ciudadanos aquí. ¿Pensaron seriamente lo que hacían los votantes de Aragón, Extremadura, Baleares, la Comunidad Valenciana, Murcia, Cantabria, La Rioja, además de Castilla y León, Andalucía, Madrid o Galicia en su momento? Gran poder, usado ya de muy determinada forma. La presidenta del PP en Extremadura -que no ganó las elecciones y gobierna con Vox con quien dijo no lo haría- ha suprimido el impuesto a los ricos y el de los grandes propietarios de viviendas y a la vez el comedor en los colegios a miles de familias. Por diferentes motivos y el mismo resultado, un millón de niños y niñas se quedan sin beca de comedor en toda España sobre todo en familias que no pueden pagar un precio extra. Y ocurre en comunidades que, al mismo tiempo, dan trato de favor fiscal a las grandes fortunas. Es quitar la comida a quien lo necesita para que otros se forren. ¿Tantos ricos insolidarios viven en este país o lo que hay son demasiadas personas irreflexivas?
Los tajos a las comidas escolares y a las plantillas, la improvisación y las carencias son comunes a muchas comunidades del PP dado que tienen otras prioridades. En Madrid, por ejemplo, prefieren hacerle unos buenos aparcamientos a Florentino Pérez para su Real Madrid. Tanto Ayuso como Almeida han echado la casa por la ventana para festejar -con nuestro dinero, no con el suyo- la obra de su gran amigo. Ayuso no ha pagado, sino en un mínimo porcentaje, el bono joven de ayuda alquiler que le proporciona a ese fin el gobierno del Estado. Pero riega generosamente el decorado que simula un hospital al que llaman Zendal. Y sigue teniendo algunas residencias que dan vergüenza ajena.
La pérdida de derechos en España en tant poco tiempo es verdaderamente impactante. PP y Vox borran la expresión “violencia machista” de las pancartas de los minutos de silencio en la Comunitat Valenciana, de esa violencia que mata y hiere. Su negacionismo absurdo alcanza hasta al cambio climático que da gritos ya de vendavales, lluvia y calores extremos, y está hipotecando nuestra salud y nuestro futuro. El desmantelamiento y privatización de la sanidad alcanza cimas extremas que compensan los trabajadores con su doble esfuerzo. ¿Es de recibo tener 300 números por delante para una analítica que atienden nueve sanitarios en un gran hospital de Madrid? Pues sucede a menudo y soy testigo directo. ¿En qué pensaban los votantes de PP y Vox cuando ejecutaron semejante condena a sus conciudadanos? Porque se bordea ya el delirio cuando en Aragón, ay, Aragón, su gobierno de extrema derecha crea una comisión que investigue si las renovables han tenido un trato de favor sobre otras fuentes energéticas. De pasmo. Y ésa es la tónica del acuerdo nacional de ambas formaciones, según declaran.
Quienes en lugar de razonar obran por lo que creen o sienten sin base lógica forman parte de ese ejército de abducibles que usa en su provecho la derecha manipuladora. Es el método por el que han llevado al poder a dirigentes impensables en otro tiempo. Han sacado de las catacumbas a unos seres capaces de ir a suspender un concierto a gritos porque no cantan en español. Y que votan para labrar su futuro profesional a una corporación que lo ofrece con cartas de adivinación.
Yo tengo el corazón partido desde que supe la historia de “Carlitos”. Un ciervo de 8 años que convivía desde que era una cría con la gente de Linarejos, Zamora, cuando empezó a ir con su madre. La Junta de Castilla y León –en las zarpas de PP y Vox por la gracia de este último– lo incluyó como presa cinegética y, pese a que se reunieron 54.000 firmas para salvarlo, los vecinos creen que lo han matado y con ensañamiento. La Junta niega que los restos aparecidos sean de “Carlitos”, pero nadie ha vuelto a saber de él. Mal pinta. Cualquier cosa de las citadas es mucho peor, pero el daño por el daño con esa crueldad descompone.
Así parece que se entiende mejor que cientos de miles de ciudadanos hagan elipsis de la masacre de ancianos en la pandemia, negándoles hasta asistencia médica, o que apoyen con sus votos la destrucción de la sanidad pública que es la suya y necesitarán en un momento determinado. Y que se haga todo tirando nuestro dinero en los bolsillos de los empresarios habituales, incluidos algunos mediáticos.
¿Quién quiere esta España que ya es? ¿Quién, ampliar e intensificar estas políticas?
Ese reduccionismo de presuntos socialistas y bien pensantes conservadores de lo que implica una amnistía sobre delitos que no existen en Europa y penas desmesuradas que no ha avalado ningún organismo internacional, no cuela, no es trigo limpio. En la derecha neta es un auténtico fangal.
Aun con toda esa morralla encima, los ciudadanos reaccionaron en las elecciones de julio remarcando las dos Españas que siguen existiendo y dando la mayoría a la que piensa algo más en las personas que en los bolsillos e intereses de sus políticos. Seguimos atentos al desarrollo de este tenso drama que no ha de acabar en tragedia.