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España bate récords de empleo pero no te veo celebrarlo

4 de junio de 2024 22:36 h

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Prepara las manos para aplaudir y calienta la garganta, que te voy a dar los últimos datos de empleo, de este mismo martes. Atento: España bate su máximo histórico de empleo. ¡Bien! Hay 21,3 millones de personas trabajando, medio millón más que un año antes. ¡Bien! El paro baja a niveles de 2008, con 2,6 millones de desempleados. ¡Bien! La cifra de autónomos es la más alta desde abril de 2008. ¡Bien! El desempleo juvenil está en su mínimo histórico. ¡Bien! El 43% de los nuevos contratos son indefinidos, cuatro veces más que antes de la última reforma laboral. ¡Bien!

Oye, qué pasa, que soy yo el único que vitorea, no te oigo. No te veo dar saltos de contento. Antes pasaste por alto la noticia, aunque estaba en portada del periódico. Nadie sacó hoy el tema en la pausa del café. Oíste en el telediario al presidente decir que “España va de récord en récord”, a la ministra de Seguridad Social que “la afiliación va como un cohete”, y a la de Trabajo, evitando triunfalismo pero celebrando que los datos “son los mejores en décadas, batiendo todos los récords y previsiones”, pero tú te quedaste igual.

¿Qué está pasando aquí? ¿El empleo va mejor que nunca y nos da igual? No me refiero al apoyo al gobierno de coalición, que cualquiera pensaría que debería ser tan histórico como las cifras de empleo. Me refiero a esa sensación de que el cohete pasa por el aire, allí en lo alto, y ni lo miramos. Como quien oye llover. Esa desconexión, cada vez mayor, entre los grandes números de la macroeconomía y las vidas de la gente. Como si no hablaran de nosotros, como si no fuéramos nosotros los que hemos encontrado empleo, mantenido el que ya teníamos, o firmado un contrato indefinido.

¿A qué se debe? ¿Tal vez nos hemos acostumbrado a las buenas noticias económicas, a que cada mes sea histórico, y nos emocionamos tanto como un madridista ante la enésima Champions? ¿Es acaso que las buenas noticias no son nunca noticia, y nos fascina más el apocalipsis, cualquier apocalipsis, frente a la templada eficacia de una buena política laboral? ¿Un problema de comunicación, como siempre piensan los gobiernos cuando sus éxitos no llegan a la gente? ¿Es que no nos acabamos de creer los datos, sospechamos que son cifras maquilladas, como le pasa a la derecha? ¿O no nos importa ya lo material, las cosas del comer, enfangados en guerras culturales y polarización?

¿Será que los números van mejor que nosotros, que no estamos tan bien como la economía española? Supongo que un poco de todo, pero sobre todo esto último: que los récords históricos no se notan en nuestro puesto de trabajo, en nuestra nómina, en nuestra incertidumbre o en nuestro cansancio. Que nos sentimos más precarios de lo que dicen las cifras, que la precariedad hace tiempo que nos caló hasta los huesos. Que la inestabilidad laboral no tiene ya que ver con el tipo de contrato -la mitad de los “indefinidos” dura menos de un año, como los temporales de antes-. Que tener un trabajo no es suficiente, que se puede ser pobre con nómina, estar en riesgo de exclusión trabajando a jornada completa. Que hay mucho infraempleo que escapa a la mirada macro: tiempos parciales indeseado, fijos discontinuos, indefinidos que duran tanto como el amor eterno, sueldos bajos, gente que necesita un segundo empleo para llegar. Que a todo lo anterior le sumas la inflación de los productos básicos y la crisis de vivienda, y no sentimos aún más pobres y precarios pese a protagonizar otro mes histórico.

Hace bien la vicepresidenta y ministra de Trabajo en enfriar siempre la euforia y recordar que a pesar de los buenos datos nos queda mucho por recorrer. Los datos son históricos, sí, y hay que reconocérselo al gobierno. Pero hace falta mucho más para que los celebremos.