Georg Pieper es un psicólogo alemán que sabe de traumas. Considerado un experto en el tratamiento del estrés postraumático, acude cuando se produce una catástrofe en Alemania para atender a los supervivientes. Viajó también a Noruega tras la matanza protagonizada por Anders Breivik. En octubre, visitó Grecia para dar conferencias a especialistas locales y lo que vio le dejó profundamente impactado. Ciertas palabras terminan perdiendo su significado por repetidas: crisis, pesimismo, recesión. Para Pieper, lo que está ocurriendo allí es algo más. Tiene todos los rasgos de un trauma colectivo.
Una sociedad puede sumirse en una profunda depresión, no sólo en términos económicos. Corre el riesgo de perder la capacidad de sobreponerse a las dificultades, de rebelarse contra las injusticias, de ser capaz de admitir los errores cometidos y obrar en consecuencia. A partir de ahí, cualquier cosa puede ocurrir.
No hay que dejarse llevar por la desesperación, pero negar la realidad sólo puede servir para sufrir una recaída posterior aún más dolorosa. La campaña promovida por la empresa Campofrío –con el eslogan #elcurriculumdetodos– es un ejemplo de manual de ese voluntarismo que tanto gusta a la gente. Somos un gran país y todo se solucionará más pronto que tarde. Si los de fuera cuentan que nos hemos quedado en los andrajos es sólo porque son unos envidiosos.
Es una respuesta muy habitual en la propaganda de regímenes autoritarios. Cuando ocurre en una democracia, hay motivos para preocuparse aún más.
No podemos extrañarnos. Esa actitud es marca de la casa en los políticos españoles, y no es sino el reverso del triunfalismo con que nos regalaban los oídos no hace muchos años. La euforia desmedida de Aznar y Zapatero se convirtió después en el voluntarismo vacío de Zapatero (versión postmayo 2010) y Rajoy. Las dos actitudes no son tan diferentes como parece.
Ya dijo Rajoy una vez que “hay lugar para el optimismo porque España tiene españoles y eso es una cosa muy seria”. Y en el anuncio de Campofrío salen muchos españoles.
Es difícil pensar en un ejemplo más redondo de humor negro, casi descarnado, a cuenta de la terrible situación económica española. Lo malo es que la intención no era esa, y mucha gente lo ha valorado y lo ha compartido como el mensaje de optimismo que todos necesitan. El guión adjudica a los artistas frases sencillamente hilarantes porque pueden interpretarse desde el orgullo o desde la vergüenza. Todos van recordando los muchos motivos de los que los españoles pueden presumir.
Siete premios Nobel. No es que eso nos coloque en una posición de dominio. Trasplantes. Eso es cierto. Idiomas. ¿Idiomas? No será por el inglés. Ah, se refieren a los otros idiomas de España, esos que el PP suele contemplar con desconfianza. Cuando aparece la mención al AVE, ya está claro que el guionista ha perdido la cabeza. “El tren de alta velocidad. Que se lo hemos vendido a los chinos” (?), dicen dos humoristas. ¿Será todo esto una colección de chistes? Acto seguido, la generación del 27, el Quijote y Velázquez. Y por esto último no ha habido que pagar nada en los últimos años. “Infraestructuras, que aquí tenemos aeropuertos para aburrir”. ¿Presumimos de haber levantado las obras públicas que pagamos con dinero de los bancos alemanes en la época del dinero fácil? ¿Los españoles deben levantar el ánimo al ver las pistas vacías del aeropuerto de Castellón o la estatua en honor al cacique local?
De eso se trata, de levantar el ánimo. Con todas esas aportaciones, Fofito escribe la lista de éxitos. Y es al final cuando ya no podemos hablar de humor negro. El nivel de sarcasmo es ya excesivo, inhumano. No pueden estar intentando burlarse de jóvenes y ancianos.
Resulta que tenemos que presumir (va directo a la lista del orgullo) de que estamos expulsando a los jóvenes porque aquí no hay nada que hacer: “No te olvides de los jóvenes que exportamos, la generación más preparada de la historia”. No se exporta a las personas. No es ningún motivo de satisfacción perder a las personas cuya educación has pagado con fondos públicos. Y pasan al lado unos jóvenes y, en vez de reaccionar con la lógica violencia tras escuchar algo así porque el país en el que quieren vivir es un páramo y no tiene nada para ellos, se giran y dicen: “Pero volveremos”. Quizá, pero no se irán con una sonrisa en los labios ni sabiendo cuándo regresarán.
Luego, no falta la referencia elogiosa a los abuelos “que con su pensión están sosteniendo a sus hijos y sus nietos”. WTF? ¿Pensiones de 400, 500 y 600 euros están pensadas para mantener a tres generaciones diferentes? Ese es el progreso del que debemos sentirnos satisfechos.
La España de Campofrío es la España de la que hay que huir corriendo. La que se queda ensimismada con las glorias del Siglo de Oro. La que arruinada, como los viejos hidalgos, se siente obligada a continuar aparentando que todo va bien, que es una privilegiada por vivir bajo el sol de España. La que no cree que haya que cambiar nada porque todo terminará solucionándose como por arte de magia. La que antes rezaba a la Virgen –y ahora también en el caso de la ministra de Trabajo– y actualmente ni siquiera eso.
“Es inadmisible que hace diez años se hablara del milagro español, y ahora nos saquen en la prensa internacional comiendo del cubo de basura”, dice la directora creativa de la agencia de publicidad autora de la campaña. Ajá, el contubernio contra España, “que si a nosotros nos honra, a ellos les envilece”. El ABC llamó “una campaña de la prensa anglosajona contra España” a los artículos de The New York Times sobre la crisis. Rita Barberá ha tocado la misma tecla nacionalista y patriotera con ocasión de un reportaje reciente emitido por la BBC: “Parece que a los británicos les molesta nuestro progreso”, ha dicho la alcaldesa de Valencia, la capital de la comunidad del bono basura, y ya sabemos que no es la única.
Lo de siempre, nos envidian por lo que somos. Norteamericanos, franceses, británicos, alemanes... El hidalgo no tiene que afrontar la realidad, puede seguir trampeando a la caza de la comida suficiente para sobrevivir, alardeando de lo bien que se vive en su país. Lo que ha pasado es culpa de todos y por tanto no es culpa de nadie. Que siga la fiesta. Como diría Rajoy, este país está lleno de españoles. ¿Qué puede salir mal aparte de todo?
BOLA EXTRA: ¿De qué me suena esta campaña? ¿No la hemos visto antes? Pues claro. Se llamaba “Esto lo arreglamos entre todos”.
UN AÑO DESPUÉS... La resaca melancólica de la España de CampofríoLa resaca melancólica de la España de Campofrío