“… y he visto que la cuna del hombre la mecen con cuentos,
que los gritos de angustia del hombre los ahogan con cuentos,
que el llanto del hombre lo taponan con cuentos,
que los huesos del hombre los entierran con cuentos,
y que el miedo del hombre...
ha inventado todos los cuentos“.
León Felipe (Zamora 1884–Ciudad de México 1968)
Se diría que la historia de España que oficialmente prevalece está plagada de eufemismos para esconder y dulcificar la realidad. Y, sin duda, es mucho más descarnada. Las trampas, hasta los timos de trileros, afloran en un retrato insoportable para la decencia, para la conciencia democrática e incluso la madurez como pueblo. Una historia que se llena también de mitos que a menudo recaen en quienes menos lo merecen. Francia juzga al expresidente de la República, Nicolás Sarkozy, por corrupción y tráfico de influencias. Le pillaron con las manos en la masa pidiendo trato de favor a un juez para otro chanchullo. Habrá que ver a colegas españoles de altas instancias, muertos de risa: España sí que lo ha sabido hacer. Magistralmente. Y con la complacencia y colaboración de una buena parte de la sociedad. Y, desde luego, de medios de comunicación y periodistas concretos.
A Juan Carlos de Borbón, ex jefe del Estado español, le salen pufos de envergadura de continuo. Hasta casi perder la cuenta. Se ha revelado como una especie de yonqui del dinero (y el sexo) que utilizó su cargo para hacerse con una inmensa fortuna y sin siquiera pagar al país que tanto ama los impuestos reglamentarios. Dicho sin eufemismos, ahora salpiquen el texto de “presuntos” y “presuntamente”. Desde que supimos, a comienzos de marzo –por la investigación de la justicia suiza–, de los 100 millones de dólares ingresados en una cuenta de ese país “por cortesía del rey de Arabia Saudí”, los hallazgos similares se han multiplicado. Regalos multimillonarios a sus amantes, en particular a su favorita, Corinna Larsen, que se transforma para la crónica cortesana de princesa a pelandusca en cuanto empezó a contar. Y más cuentas y cuentas. Lo de hoy es que Juan Carlos, rey, escondió en Suiza durante dos décadas millones de euros en acciones de compañías del Ibex. Lo más florido: Iberdrola, BBVA, Santander, ACS, Acciona, entre otros. Algunos de ellos también tienen cuentas en paraísos fiscales que nos sangran.
La historia de Juan Carlos I sigue con la huida al paraíso de la autocracia de Abu Dabi en Emiratos Árabes Unidos. O con las cartas y movimientos estratégicos de la Casa Real –o sea, de su hijo y heredero Felipe VI– que renuncia a la herencia (no de la Corona) el mismo día de marzo que entra en vigor el Estado de Alarma por la pandemia. O que comunica en un texto de un folio la fuga del emérito un lunes de agosto.
El funcionamiento de España, casi como un reino medieval, quedó bien patente con las firmas y adhesiones a las tropelías de Juan Carlos por los grandes servicios a España que había prestado de más de 70 exministros y altos cargos. Muestra de una laxitud ética con la que un país no puede funcionar correctamente. Porque corrobora, una y otra vez, que quienes mueven los hilos en España comparten con Juan Carlos de Borbón una moral plagada de excepciones, atajos y privilegios, donde el fin que buscan justifica los medios.
Y que va mucho más allá en la práctica. Fernando González, Gonzo, en Salvados, entrevistó el domingo a José Bono, ex presidente del Congreso por el PSOE y a García Margallo, ministro de exteriores con el PP. Ese teléfono en la misma mesa de la sede de la soberanía popular que suena –¡durante la sesión!– para que el rey u otros opinen y hasta agradezcan que no se investiguen sus cuentas, sonroja a niveles insoportables. Y la comprensión de estas actitudes. Un ministro de exteriores que se reúne con la amante del jefe del Estado, para hablar “de asuntos privados” cuyo contenido, dice, no recuerda. Esta es la verdadera historia de España.
¿Y de dónde parte? A muchos les parece extraño “el cambio” de Felipe González y Alfonso Guerra, presidente y vicepresidente del gobierno del PSOE que, con su triunfo en 1982, dio el giro definitivo a la historia. ¿Y si no hubiera tal cambio? Aquel gobierno histórico aportó una hasta entonces impensable alternancia bipartidista en el poder y consolidó lo que había de ser el régimen del 78. Verán, un insobornable Nicolás Sartorius declaró esta semana: “No sé si hay pacto con Bildu, pero en la Transición pactamos con quien nos fusilaba”. Comunista y aristócrata, intelectual y comprometido, pasó seis años en la cárcel condenado en el Proceso 1001 por pertenecer al sindicato CCOO. Con toda autoridad moral señala esa clave. Se firmó un contrato con los asesinos, con los tiranos, con los que destrozaron la ética de un país por varias generaciones. Porque nunca hubo dos partes: hubo un golpe, una guerra y una larga y terrible dictadura, hubo agresores y víctimas. ¿Y si la modélica Transición es otro eufemismo, y hay que hablar de un pacto en altura para maquillar y no cambiar?
En Felipe González tenemos a otra figura a la que hay que agradecer un sinfín de cosas que son normales en los países democráticos. Incluso más, sí. Entrar en la Comunidad Europea, sanidad y educación universal y aquella modernidad que el presidente vestía con una brillantez intelectual extraordinaria, mientras su segundo mordía “a la derecha” como el poli malo de la función. Dos personajes tan magistralmente elegidos para sus papeles que asusta constatarlo. Algo ayudaría a saber, a ver la certeza o falsedad de los supuestos dosieres, si España acabara con la anormalidad democrática de la Ley de Secretos oficiales. Pero eso no va a ocurrir en modo alguno.
Capa de modernidad, sin duda. Logros, importantes. Pero el bipartidismo dejó en sus puestos a quienes habían sustentado el franquismo en todos los estamentos esenciales para que fuera posible. Y ahí siguen muchos, y por supuesto sus herederos. Eso era el “atado y bien atado”. Nadie pagó, nadie fue relevado siquiera por su complicidad con la dictadura. De aquel manto de impunidad, resurgen florecientes los franquistas y fascistas, los aprovechados, cosechando dinero y medios para su labor. La corrupción del franquismo sigue en la columna vertebral de España. Y reparte y atesora sus beneficios.
Cada vez es más evidente, que las batallitas políticas y mediáticas con las que los medios entretienen al personal son el señuelo que distrae de lo que realmente se cuece. Los “zascas” y “repasos” enardecen a la afición pero terminan siendo diabólicos. Podría admitir que, en algunos casos, sea solo seguidismo de una corriente de frivolidad que no profundiza en las causas. Pero el daño es igual de devastador. Y Twitter, Facebook y WhatsApp les vinieron a ver para ayudar en la tarea, como mero vehículo por supuesto. Con este panorama que, a diario los Trending Topic marquen lo que quiere destacar y molesta a la derecha, no lo hubieran imaginado ni en sus mejores sueños.
En definitiva, nos encontramos con un ex Jefe del Estado, rey, huido de su país y pringado a niveles de república bananera. No hemos despejado ni la X de los GAL, ni las historias fantásticas de hechos durísimos que hemos vivido. Ni siquiera saben los jueces quién es M.Rajoy en los papeles de Bárcenas. Hubo un presidente de igual nombre que, si nos dejamos de eufemismo, ha sido el mejor gerente, el más discreto y eficaz, que ha tenido la organización. Metió mano en la forma de elegir el Poder Judicial, aupó a jueces estratégicos y reformó los Códigos penales con la inclusión de la Ley mordaza. Implantó, solo con votos del PP que le daban mayoría, una Ley de Educación, la de Wert, cercana al creacionismo religioso, favoreció a las confesiones católicas en un país aconfesional, según la Constitución. Rajoy se propuso y consumó el mayor destrozo del Estado del bienestar de la historia, con durísimos recortes en sanidad, educación o investigación, ciencia y cultura. Mermó derechos laborales y el subsidio del paro. Hasta el IVA que había presuntamente combatido, lo aumentó del 18% al 21%. Con particular ensañamiento en la cultura. El IVA cultural español pasó a ser el mayor de la zona euro, con diferencias abismales. Lamentablemente muchos de los estragos de Rajoy continúan vigentes.
Pablo Casado sigue la misma senda, con las medidas que anuncia contra la ley de educación o el veto (consentido) a la renovación del Poder Judicial. Con esos eufemismos como el de buscar “la libertad de las familias”. De no ser por lo que hizo y hace el Partido Popular parecería que solo quiere imponer su programa sin haber ganado las elecciones. “Solo”. Pero el componente tramposo está bien a las claras. Igual es que la sociedad no es consciente de todo esto, no lo sabe o lo ha olvidado. Algunos medios y periodistas hacen una labor espectacular en ese sentido: en el de vender la moto, dicho sin eufemismos.
¿Qué es eso de “la pluralidad”? Supuestamente el intercambio de ideas, la confrontación de voces distintas en busca de clarificar los temas. En la práctica es un continuo uso de la zancadilla para el pensamiento, una distracción premeditada, una exaltación de las vísceras que no apela a la razón. Sería enormemente constructivo tener en España una derecha democrática y unos periodistas conservadores que expusieran con limpieza sus argumentos. Lo que cambiaría todo. Pero es que todo viene del mismo origen. El que tiende a expulsar a una parte del gobierno de coalición de decisiones importantes como el reparto de los fondos de reconstrucción europeos para contentar al bipartidismo clásico, que luego obliga a rectificar tras haber hecho el feo.
Es con lo que cargamos. La pluralidad habría ser en clave de honestidad y no lo es. Una democracia admite desde luego voces turbias, es la condición humana, pero los propios ciudadanos deben exigir limpieza, si son limpios. No sabemos en qué medida ha contaminado a la sociedad la porquería incrustada en su esqueleto.
En pocas palabras y sin eufemismos: la verdadera historia de la España actual, hija de sus trampas, nos aboca a deducir que nos han timado y nos siguen timando. Déjense de viejas guardias, guardias viejas, de privilegios y males menores que no han hecho otra cosa siempre que tapar inmensos daños. Somos ciudadanos de un país del siglo XXI, en un mundo atribulado, que quiere salir adelante afrontando sus problemas. Es lo que la mayoría vota. Se puede. Seguro. Para mí es esencial prescindir del ruido. Y huir de los cuentos que paralizan.