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La España negra que pierde

Manifestantes en Ferraz
18 de noviembre de 2023 21:57 h

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Agustín Gómez Arcos fue el escritor que mejor describió la España de los ganadores de la guerra y que esta semana han perdido. Sus libros fueron un retrato grotesco, cruel, duro y sucio que definió la psicología del sadismo de quienes disfrutaban con el dolor causado a los perdedores. Una semblanza de una España que estas semanas volvió a aparecer para convencernos de la necesidad de enterrarla para siempre. La España que ha intentado impedir la investidura con amenazas de derramar sangre, acosando las sedes del PSOE, profiriendo discursos de odio mientras tomaba las calles de Madrid y llamaba al alzamiento nacional es una España conocida, repudiada y enterrada por una mayoría social y diversa que recuperó la memoria de quienes fueron aniquilados por representar su antagonismo. Esa España heredera de la memoria de quien yace en las cunetas y en tumbas sin nombre es la que ha confluido en una mayoría parlamentaria para teñir de color la España negra que fue y esta semana ha perdido. 

Una bandera franquista fue colocada en las vallas del perímetro policial que protegía el Congreso de los manifestantes que habían sido llamados a impedir la investidura de Pedro Sánchez. La imagen era lo suficientemente simbólica como para no necesitar mucho más comentario. La España democrática eligiendo el Gobierno en la sede de la soberanía nacional mientras la que siente melancolía por aquella que olía a incensario y sudor de tres días sigue perdiéndose en el basurero de los tiempos. Los que rezan un rosario frente a la sede del PSOE, los que portan un sagrado corazón para agredir a la otra mitad de España, no son más que los legatarios morales de aquellos que un día, hace no mucho, pintaban las calles de sangre con lo más hermoso que nunca dio España. Ha perdido otra vez la España que maltrata. La que representa a esos escuadristas con peinado de la San Pablo CEU que debajo de un balcón con una bandera LGTBI gritaban a los habitantes de la casa que eran unos enfermos mientras se miraban unos a otros riendo felices de haber mostrado su odio con la satisfacción de haber podido hacer sentir vejados a quien vive tranquilo bajo esa bandera.

La España que perdió esta semana es la que contó Gutiérrez Solana. Es una tierra de capilla húmeda, de sudor rancio y semen seco sobre la tripa sudorosa de un brigada franquista después de haber violado a una prostituta. La que representa a quienes ponían la bota en la cabeza de hombres buenos, maestras cultas y amantes de su mismo género. La mujer que vociferaba bramando un berrido tétrico nos mostraba la impotencia de quien vive en un mundo en el que todo está al revés para su moral, un aullido de incomprensión por no poder acabar con todos aquellos que llegó a ver degradados y despreciados y ahora se muestran insolentemente orgullosos. Su mugido estéril es nuestra victoria. 

Gritan, insultan, patalean y golpean porque la rabia les ha hecho volver a sentir que aquello que se perdió en 1975 ya nunca volverá. Su memoria les hace sentir nostalgia de cuando tenían el privilegio de la vejación al diferente. Su grito de “puto rojo” es un recuerdo del tiempo perdido de la historia que Agustín Gómez Arcos describía con una crudeza sórdida en un capítulo de su libro Un pájaro quemado vivo que se llamaba “la roja” y, que más brillantemente ha expresado la humillación del vencedor sobre el vencido en nuestra literatura. Esa España humillada es el objeto de su anhelo. La roja era una criada en tiempos de posguerra, una mujer frágil y quebrada, sin dientes ni fuerzas para levantar la cabeza a la que el destino le proporcionó la peor de las suertes en una España de vencedores habiendo sido en la guerra prostituta en las brigadas internacionales. La pulga de la escoria para la moral nacionalcatólica, una meretriz profanada por rojos, un contenedor de semen putrefacto, la mejor mano de obra posible para el régimen: “La roja carga con el peso de las miserias ajenas, que añade al de su propio silencio. Sin la menor sombra de rebeldía. ‘Una pobrecita obediente –alaban las monjas–. Y una buena ocasión, puesto que es roja. Son las que más convienen. Los rojos no piden nunca paga extraordinaria, como los nuestros. Ni en navidad ni para el 18 de julio. Y no tienen la mala costumbre de exigir más horas libres. Ni estar con el Seguro, como las gentes que nos apoyaron durante la cruzada nacional. Nunca me cansaré de repetirlo. Y pongo por testigo al Niño Jesús: ¡Los rojos son una ganga, mi querida señorita! Por lo que se refiere a esta roja, ¡Le digo que es su hombre!”.

Ese servilismo humillado y vapuleado es lo que añoran. Someter a rojos y maricones. Pero no lo van a tener, no soportan la honra y la alegría de aquellos a quienes tuvieron sojuzgados durante cuarenta años, y es lo que van a paladear. Este mes de noviembre de 2023 es una semblanza tenebrosa de un pasado que sigue latente y no hemos cerrado quirúrgicamente por loar la Transición, por eso hay que agradecer a esa España negra que nos realizara un fresco vivo de lo que fuimos y queremos sepultar para que no perdamos la perspectiva y el horizonte de nuestro futuro. El odio encarnado de estos días nos ha construido una recreación vívida de una pintura goyesca narrada por Solana y Gómez Arcos para enseñarnos todo lo que hemos luchado por superar. Hemos tomado nota y ha sido el último hálito maloliente de la España negra que aún vivía entre nosotros. Habéis perdido, esta vez para siempre. 

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