España no es Francia

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Cada vez que hay un susto político en algún país más o menos cercano, corremos a marcar diferencias para tranquilizarnos: en España no podría pasar algo así, estamos a salvo, raya roja en el suelo. ¿Trump en Estados Unidos? Aquí no podría pasar, es un fenómeno muy propio de allí, España no es Estados Unidos. ¿Milei en Argentina? Nosotros no corremos ese peligro, ya me dirás tú en qué nos parecemos, España no es Argentina. ¿Meloni en Italia, Bolsonaro en Brasil, Orbán en Hungría…? Nada que temer, España no es Italia, ni Brasil, ni Hungría... España es España, que no cunda el pánico.

Ahora toca Francia, donde la ultraderecha se asoma al gobierno por primera vez en su historia, y en seguida corremos a negar todo paralelismo y marcar distancia: España no es Francia. Ni punto de comparación. Ni nuestro sistema electoral, ni nuestro sistema de partidos, ni la sociedad española se parecen a la francesa. Tranquilidad.

Y es verdad: si hablamos de ultraderecha, España no es Francia. Aquí sería totalmente impensable un “frente republicano” de todo o casi todo el arco parlamentario, desde la derecha moderada hasta la izquierda, unidos para frenar a la ultraderecha. ¿Te imaginas al centroderecha retirando a sus candidatos y pidiendo el voto para la izquierda? ¿Te imaginas a toda la izquierda parlamentaria unida en un Frente Popular? ¿Te imaginas que la prioridad de unos y otros fuese defender la democracia y las instituciones frente al peligro de la extrema derecha? ¿Te imaginas un “cordón sanitario” en España?

No, España no es Francia. Allí llevan cuarenta años levantando ese “frente republicano” cada vez que ha hecho falta, sobre todo en las presidenciales, para impedir que la ultraderecha llegue al poder. Aquí bastó que Vox sacase unos pocos diputados en las autonómicas andaluzas para que el PP se sentase a hablar con ellos, y a la vuelta de unos pocos años ya los había incorporado a gobiernos autonómicos y municipales, y comprado su mercancía ideológica.

España no es Francia, y la trayectoria del Rassemblement National de Le Pen no tiene nada que ver con el Vox de Abascal. La ultraderecha francesa ha necesitado medio siglo para alcanzar una normalización política, mediática y social que en España no tardó ni meses, ni semanas ni días, fue inmediata. Si en Francia una parte importante del electorado ya ve a la ultraderecha como un partido más, algunos medios de comunicación legitiman sus ideas y una parte de la derecha tradicional se ha acercado a Le Pen, en España la normalización fue exprés: al día siguiente de aquellas andaluzas ya era recibido Abascal en todos los platós de televisión, mientras la derecha lo consideraba interlocutor válido y pronto socio de gobierno. Frente al cordón sanitario francés, en España alfombra roja.

España no es Francia, no. Allí están ahora preocupados porque el cordón sanitario flojea, se agrieta, muestra signos de agotamiento después de varias décadas y no saben si seguirá funcionando. Pero es que aquí no existió nunca nada parecido. Allí es ahora cuando aparecen en la derecha y el centroderecha posiciones ambiguas o equidistantes, todavía minoritarias, que cuestionan el cordón sanitario y equiparan a la extrema derecha con la izquierda de La Francia Insumisa. Aquí en cambio la derecha política y mediática nunca ha tenido el mínimo escrúpulo en relacionarse con la extrema derecha.

No, definidamente España no es Francia. Pero tampoco alivia saberlo.