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España pierde peso en Europa, y a raudales

El Estado español se encuentra en el nivel más bajo de representación en los altos organismos europeos de los últimos 25 años. La caída ha venido produciéndose desde que el PP llegó al gobierno en 2012. La crisis catalana la ha agudizado. No sólo porque ha influido en que a Barcelona no se le concediera la sede de la Agencia Europea de Medicamentos (EMA), sino porque la sensación de que el problema va a continuar durante mucho tiempo aumenta las posibilidades de que nuestro país coseche nuevos fracasos. La Moncloa y sus corifeos mediáticos insisten en culpar de ello al independentismo catalán. Pero en la prensa y en los gobiernos europeos está muy consolidada la impresión de que la falta de voluntad negociadora del gobierno español es igualmente responsable de la crisis.

Así como los medios pro-gubernamentales han agitado hasta la extenuación la derrota de Barcelona en la pugna por la EMA, han ocultado que, justo en los mismos momentos en que se debatía ese asunto, el ministro portugués de economía Mario Centeno lograba ser elegido presidente del Eurogrupo. Luis de Guindos había renunciado a ser candidato al puesto a la vista de las nulas posibilidades que tenía de obtenerlo. Y nuestro ministro hizo lo propio en 2013 cuando comprobó que el candidato holandés Jessen Dijsselbloem tenía todas las de ganar. Pero fuentes oficiales españolas no habían dejado de filtrar hasta algo antes de ambas elecciones que de Guindos aspiraba al puesto.

Ahora esas mismas fuentes transmiten que lo que de verdad le interesa al España es ocupar el puesto en el directorio del Banco Central Europeo que en mayo del año que viene dejará libre el portugués Vitor Constancio. El candidato sigue siendo nuestro ministro de economía, que hace poco declaraba que el cargo será para un español. Hasta 2012 hubo representante de nuestro país en ese directorio, José Manuel González Páramo. Pero cuando su mandato cumplió, el candidato español a relevarle perdió la votación. El que de Guindos carezca de experiencia profesional en un banco central -él únicamente ha trabajado en instituciones financieras privadas, la más conocida de ellas, el banco Lehman Brothers de infausto recuerdo- es uno de los problemas que encontrará para ser elegido.

El mal momento de España en los ambientes diplomáticos europeos tampoco le favorecerá. Aunque muchos traten de creamos lo contrario, la fortísima crisis financiera que sufrió España desde 2009 y que aún no se ha superado del todo, a pesar del crecimiento del PIB, no contribuye a mejorar la imagen de nuestro país en los círculos de Bruselas. A los fracasos antes citados se añade la menor presencia de funcionarios españoles en los más altos puestos de responsabilidad orgánica de la UE que se ha venido produciendo en los últimos años. Y sobre todo la ausencia casi total de nuestro país en la formidable pugna que se está librando por ocupar una plaza destacada en la nueva estructura del poder financiero europeo que habrá de configurarse entre otros motivos por la salida de Gran Bretaña, y sobre todo de Londres, de la UE.

Esa batalla ya se está librando. Frankfurt y París, junto con Bruselas, ya han obtenido logros importantes. La ciudad alemana es sede del BCE y de la Autoridad Europea de Pensiones y Seguros de Jubilación. La capital francesa acaba de obtener la sede de la Autoridad Bancaria Europea y de la Autoridad Europea de Valores y Mercados. Pero otros países se están colocando muy bien en la carrera por atraer al dinero que circula en Europa y a los ejecutivos que lo gestionan: Dublín es sede de muchas gestoras de fondos, Amsterdam y Luxemburgo atraen a sociedades de holding y aseguradoras.

Ni Madrid ni Barcelona consiguen estar en esa carrera. Y tampoco parece que nuestro país vaya a salir bien parado cuando los grandes bancos norteamericanos que hasta hoy operan en Londres (Goldman Sachs, JP Morgan Morgan Stanley, Citigroup) busquen nuevas sedes europeas como consecuencia del Brexit.

Lo que más debe dolerle al gobierno español, cuando menos no deja de dar toda suerte de explicaciones al respecto, es que Portugal, con una economía 5 veces menor que la nuestra esté logrando una representación en los organismos europeos claramente mayor que la española, al tiempo que el gran dinero europeo y mundial está desembarcado con fuerza para hacerse con el patrimonio de los centros históricos de Lisboa y de Oporto.

Pero las fuentes de La Moncloa eluden un agravio comparativo de aún mucho mayor calado: el de Italia, un país que a pesar de su crisis política y económica permanente ocupa la máxima responsabilidad en cuatro organismos tan destacados como el Banco Central Europeo, el Parlamento Europeo, la Autoridad Bancaria Europea y la Alta Representación de la Política Exterior. Hace una década y media España batía claramente a Italia en esa carrera.

Otro fallo no menos inquietante es la escasa presencia de inversores y de empresas españolas en el que se cree que será uno de los grandes negocios mundiales en las próximas décadas y desde ahora mismo: la nueva Ruta de la Seda que proyecta unir por tren a China con la Europa Occidental y sus puertos atlánticos.

Entre las causas de la situación hasta aquí apuntadas habría que citar: el poquísimo interés que el gobierno español, y en particular su presidente, prestan a los asuntos internacionales; el escaso peso político de sus ministros de exteriores -el anterior, García Margallo, sólo brilló por su gallarda defensa de un Gibraltar español y prefirió destacar con sus intervenciones en política interior, y al actual solo se le conoce por su ardiente defensa de la actuación de las fuerzas de orden público el 1 de octubre en Cataluña-; la entrada a saco de los amigos del PP en la carrera diplomática sustituyendo a profesionales más expertos en la materia; la alta tasa de paro español; el enorme endeudamiento público y privado; y, ahora, la sensación de que el gobierno de Madrid no sabe cómo lidiar con el problema del independentismo catalán, con lo cual existe el riesgo de que la inestabilidad política continúe en España durante mucho tiempo aún.