Bruselas, Atenas, Berlín, París, Londres, incluso Pekín y Washington… ésas son las coordenadas donde ahora mismo se anda decidiendo el futuro de eso que llamamos Unión Europea y que nos ha suministrado el período de paz, bienestar, prosperidad e igualdad más largo vivido por este continente propenso a la guerra y la destrucción.
El referéndum griego ha generado dos consecuencias tan inmediatas como reparadoras. La primera ha sido demostrar que no venía el fin del mundo, ni los mercados iban a escupir sobre nosotros la furia de las siete plagas si a la gente le daba por votar lo contrario de lo que deseaban. El dinero es pragmático. Se adapta a todo. Es un superviviente.
La segunda consecuencia ha consistido en visibilizar la tantas veces ocultada lucha feroz entre las dos lógicas que se disputan la supremacía del relato europeo. La lógica de los acreedores cuya primera y casi única prioridad reside en cobrar, frente a la lógica de los europeístas que pensamos que no debe repararse en gastos ni esfuerzos para salvar un proyecto Comunitario que, con todos sus defectos, es la mejor idea que hemos tenido en siglos.
Tras el No griego, habrá acuerdo, se renegociará la deuda y Grecia asumirá duros recortes. Pero Europa deberá aprender a gobernarse de otra manera: menos tecnocracia y más democracia. Igual que el gobierno griego tendrá que dejar de correr y ponerse a aplicar en serio las reformas que hagan viable su Estado. Todo está por hacer y todo está por decidir.
En este momento trascendente Madrid, capital de España, ni está, ni se le espera en ese eje de los relevantes. Nosotros estamos en la fila de la irrelevancia, esperando a ver qué deciden los mayores.
Como al parecer van a celebrarse elecciones generales a finales de año, estamos demasiado ocupados para perder el tiempo en esas bagatelas Comunitarias sobre el sistema de garantías, la unión fiscal, la unión política o la federalización de la toma de decisiones. Si Grecia se queda en el euro, nos parecerá bien. Si hay que echarla, también nos parecerá bien. Lo que nos digan.
Aparte de repetir obviedades como que conviene cumplir las obligaciones, que queremos mucho a los griegos o que sería muy bueno que nadie saliera del euro, en la política española lo único que verdaderamente importa ahora se centra en constatar quién le endilga a quién el marrón heleno y quién infunde más miedo, si los de la austeridad o los del corralito.
Si alguno de nuestros lideres maneja una idea de futuro para Europa, la guarda como un tesoro; seguramente para darnos una sorpresa el día de nuestro cumpleaños.
Es como si estuviéramos en medio de una especie de apocalipsis zombi continental y a nosotros sólo nos importaran las fiestas del pueblo, que da la casualidad que coinciden en esas mismas fechas. Mientras nuestros vecinos deciden cómo salvar a la humanidad y buscan remedios y vacunas a la desesperada, a nosotros sólo nos preocupa quién va a ser el pregonero el día del patrón.