Las españolas republicanas y el mensaje navideño del rey

Soy republicana porque soy demócrata. Ni más ni menos. Lo digo en los mismos sencillos términos que utilizó el otro día Ada Colau en esta entrevista publicada en eldiario.es. Como republicana, leer sus declaraciones me produjo el alivio de la coherencia y la sonrisa que celebra el sentido común. “Si el señor Felipe quiere presentarse, que se presente a unas elecciones de jefe del Estado. Eso yo no se lo voy a objetar. Pero que le vote la ciudadanía, tan fácil como eso”. ¿Qué cargos públicos, institucionales, hablan así? Ninguno, nadie se atreve. La alcaldesa de Barcelona, sí: “La monarquía es una cosa del pasado, totalmente antigua y desde el punto de vista democrático no se sostiene. Una cosa que sea por herencia sanguínea y encima machista en democracia no se aguanta. Yo he sido toda la vida republicana, no lo he ocultado, pero porque soy demócrata. No es por una cuestión romántica. La ciudadanía tiene que elegir a sus representantes”. Brava.

Todos los años en Nochebuena me pongo las gafas tricolor, me siento ante la tele de mi madre y espero con interés el discurso navideño del rey no electo. Antes, el padre; ahora, el hijo. La atención responde a una suerte de, digamos, morbo político. En función de las circunstancias del momento, hay una curiosidad por las palabras concretas, por el tono, por la actitud. Pero también por los elementos físicos que lo rodean, la decoración que lo acompaña, el fondo que le eligen, el plano en el que lo recortan. Todo cuenta, todo significa. Y, mientras el Borbón de turno, ahora Felipe, responde en forma, que no en fondo, a esas necesidades del momento político que le han preparado al milímetro (aunque dijeran que el preparado es él), mi madre, vieja comunista irredenta, le da sopapos con una servilleta contra la pantalla del televisor. Tradiciones familiares. Felipe los soporta impertérrito: peccata minuta ese servilletazo ilusorio en comparación con la España republicana que tiene que soportar el daño real de su institución. El privilegio, el poder, la inmunidad. La intervención política.

Dadas las circunstancias, el discurso de esta Nochebuena despertaba curiosidad. Y terminó aburriendo a las ovejas (si es que se habían salvado de los hornos). Qué capacidad de hablar sin decir nada, aunque lo pareciera, qué interesada inanidad. Después, todos los medios tienen que esforzarse en retorcer el vacío para desvelar claves, para encontrar guiños, para descifrar el quid de una cuestión que es solo una: el rey Felipe sale a hacer lo mejor posible para su propia permanencia. Por eso se refirió con generalidades a la situación política del Estado (algo que se supone no le corresponde pero que ha hecho en otros discursos, navideños y no navideños, ya ustedes saben) y recurrió a una estrategia más vieja que el comer: referirse a los españoles heroicos. Españoles que tienen su mérito, qué duda cabe, y merecen un gran reconocimiento civil, pero que en el discurso del rey del 3-O me sonó a aquellos premios Non Plus Ultra que durante el franquismo se entregaban a una niña que había salvado a su hermanito de un incendio. Referirse a los héroes del pueblo es apostar a caballo ganador (valga la especista expresión, más del gusto de la hermana jinete).

Felipe de Borbón también tuvo palabras de alabanza a la Constitución. Cosa, en fin, casi de Perogrullo, dado que la Carta Magna es la que reconoce, acuña y hasta el momento perpetúa la propia existencia de su corona. Cabe, sin embargo, recordar otras perogrulladas: por una parte, que bajo esa corona hay también un pueblo que es republicano; por otra, que bajo la autodefinición de constitucionalistas, últimamente tan manoseada, se agazapan los enemigos de la democracia, esa ultraderecha franquista que se manifiesta, es natural, demasiado afecta al rey. Dijo Felipe que hay que “integrar las diferencias dentro de la Constitución”. ¿Se refería también a la diferencia republicana? ¿Se refería a que, una vez integrada esa diferencia, pueda cuestionar ciertos términos de la Constitución y, por tanto, el modelo que sostiene su propia supervivencia? ¿O se refería Felipe a la diferencia del neofascismo parlamentario, que cuestiona ciertos términos de la Constitución pero no el modelo que prolonga su propia supervivencia? ¿O todo eran lugares comunes? Lo que para una persona republicana parece obvia es la razón por la que el monarca dijo que no cayéramos en la “autocrítica destructiva”: una referencia que puede aplicarse, principalmente, a él. Como bien podría aplicársele otra de las frases que le escribieron y sobre la que sería conveniente que él mismo reflexionara: “El tiempo no se detiene y España no puede quedarse inmóvil, ni ir por detrás de los acontecimientos”. Si realmente cree en lo que pronunció, ¿por qué habríamos de detenernos y quedarnos inmóviles en la monarquía que él representa?

En fin, que el discurso del rey no servirá para nada porque la propia monarquía no sirve para nada, como valiente y coherentemente ha manifestado la alcaldesa Ada Colau. Lo que al resto de la ciudadanía debería hacerle reflexionar es por qué el mero hecho de decirlo, como hizo ella, sin tapujos, se considera hoy en día una heroicidad. No una heroicidad como la de las personas reconocidas y premiadas por sus méritos civiles, sino como las ciudadanas que somos en el pleno ejercicio de una libertad de expresión sin mordazas. Más aún: como ciudadanas y como políticas en ejercicio que aspiran a un modelo de Estado republicano. Es decir, a un modelo más libre e igualitario. Menos machista. Democrático. Pues somos republicanas porque somos demócratas.